Hay películas que trascienden una de las funciones del cine, la de entretener. Con Alabama Monroe (desafortunadísimo título español para The Broken Circle Breakdown; el cartel tampoco es que defina demasiado bien lo que es la película) es muy difícil sentirse entretenido, porque es un relato vivo, cambiante y, como la vida misma, duro y cruel sin concesiones. Son casi dos horas en la vida de una pareja, él músico de country y ella tatuadora, que tienen una hija que pasa por una durísima enfermedad. No es ese paso por el hospital el único puñetazo en el estómago que da la película a cada espectador. Ni mucho menos. Son casi dos horas que desbordan realismo y sinceridad, con unos diálogos intensos y casi perfectos, que se convierten en una radiografía de la vida. Y la vida es cruel. Queda la música country, bluegrass en realidad, para endulzarlo, para disfrutar de la pasión que contiene el filme, pero avisados quedáis de que es una píldora emocional difícil de tragar, advirtiendo también que hay mucho cine del bueno en su interior.
En ese sentido, es difícil resistirse a la comparación con el Amor de Michael Haneke, y aún asumiendo que son películas de medios y fines diametralmente opuestos. Pero consiguen lo mismo: golpear al espectador donde más le duele, en el corazón. Porque su historia, el amor entre Didier y Elise y la importancia de su hija Maybelle, es contundente, fiera, desgarradora rotunda... y hermosa incluso en la tragedia que golpea una y otra vez sin descanso, para crear una admirable tensión. Quizá, y ese es su punto débil (más visible durante el análisis posterior que durante la película), el éxito de sus efectos esté demasiado supeditado a la estructura de la película, que va saltando en el tiempo, hacia adelante y hacia atrás, y no sólo en dos líneas paralelas como parece al principio. Eso sí, el trabajo de montaje es sensacional y ahí juega un papel esencial el bluegrass que se escucha a lo largo de la película.
Y es que la música es el gancho ineludible del filme. Es un elemento esencial para entender el ánimo de cada segmento, pero también para introducir temas en la profundidad del relato (la parábola entre el country, Estados Unidos y las posiciones éticas que defiende Didier es magnífica). La selección de temas y melodías es brillante, sus letras significativas y su inserción en el montaje maravillosa. Pero siendo una historia tan pasional, tan emocional y tan dura, el mérito y los aplausos se lo han de llevar en buena medida sus protagonistas. Veerle Baetens (Elise) y Johan Heldebergh (Didier) están soberbios porque entienden que no dan vida a unos personajes, sino a unas personas en momentos muy diferentes de sus vidas a lo largo de unos diez años. Cada escena siempre parece mejor que la anterior, y la estructura temporal que diseña Van Groeningen, aún exigiendo algo más del espectador (lo que se agradece), les favorece todavía más.
Hay tanto corazón en Alabama Monroe que parece difícil resistirse a su embrujo. Incluso pensando que la estructura de la película recuerda a la de Blue Valentine, la sinceridad que desprende le da una singularidad especial. O su música country, en cada uno de los números que aparecen en la películas, trascendentes cada uno a su manera, algunos por la felicidad contagiosa que desprenden, otros por anticipar lo que viene a continuación, otros por suplir con tanto acierto a los diálogos. O la desgarradora historia de la niña y las consecuencias. O la historia de las estrellas y las mariposas. O el momento del pájaro. O la escena del hospital. O una de las bodas más emotivas que ha visto el cine reciente, lejos de la parafernalia cómica hollywoodiendse que tanto gusta de explotar ese momento. Tiene tantos momentos especiales que a nadie puede sorprender que la Academia le haya dado a esta cinta belga una nominación a la mejor película de habla no inglesa.
2 comentarios:
Tendré que verla. Todos la ponéis por las nubes! :-)
Besos
Saramaga, una sorpresa magnífica, pero es una película durísima. Ya me contarás...
Publicar un comentario