La frialdad es una elección evidente de Caníbal. Es una película que quiere ver el horror desde una perspectiva gélida, calmada, casi adormecida por momentos, que genera esas sensaciones dentro y fuera de la pantalla. Esa es la elección de Manuel Martín Cuenca para trazar un retrato psicológico de un tipo que asesina mujeres y se las come, literalmente. Esa frialdad descarta la fácil relación entre ese argumento y personajes como Hannibal Lecter, Dexter o el Patrick Bateman de American Psycho. Pero también, como principal defecto de la película, aleja en el espectador todas las emociones posibles salvo la que provoca la contemplación de las imágenes, bellísimas en algún caso, que rueda el director y guionista de este filme. Eso habla bien de Martín Cuenca como director, al menos parcialmente, pero deja a su película por debajo de sus posibilidades, porque no hay demasiadas posibilidades de empatizar o simpatizar con los personajes.
Ese ritmo lento y pausado es algo anunciado desde el principio, con un larguísimo plano fijo en una gasolinera, de noche y una secuencia inicial prácticamente sin diálogos. El personaje protagonista, interpretado con una gran sobriedad por Antonio de la Torre, es un hombre parco en palabras, por lo que cabe entender Caníbal como una extensión de su personalidad. Fría y cruda. En toda la película, de hecho, no hay música (una opción siempre discutible para conversaciones sin un final posible e independientemente del resultado final del filme) y el ritmo lo lleva De la Torre, insistiendo en la misma idea, con suma frialdad y quietud. No parece en absoluto un error la forma de encarar el personaje, y él es lo mejor de la película. Sin embargo, y a pesar del tramo final, casi todo lo que tenía que contar la película está en sus primeros diez minutos, haciéndose incluso reiterativas algunas de las escenas de las dos horas que dura el filme.
Y es que la frialdad y la lentitud acaban jugando en contra de la película, a pesar de que tanto De la Torre como la rumana Olimpia Melinte convencen sobradamente con su trabajo, frío en el caso de él, emocional en el de ella, exactamente lo que demandan sus personajes. Pero cuesta encontrar las motivaciones en la historia y en los mismos personajes, sobre todo en el caso del protagonista, del que no se da razón alguna, ni siquiera alguna leve indicación de por qué actúa como lo hace. Simplemente, lo hace y el espectador está obligado a asumirlo. Sin antecedentes, sin explicaciones, y eso por desgracia lleva a una sensación de vacío y falta de empatía (independientemente de que el personaje no merezca simpatía). Las explicaciones sobre lo que sucede en la segunda parte de la película son levemente más claras, pero para entonces, después de haber intrigado con acierto en su introducción, la película ya está dejando demasiadas dudas.
Queda en Caníbal una muy buena planificación visual, unos planos casi siempre acertados y una bellísima localización de exteriores, pero a la película le falta alma, espíritu y fuerza. Puede que, en realidad, la frialdad haya sido el objetivo fundamental de Martín Cuenca y todo lo demás no sean más que daños colaterales que estaba dispuesto a asumir. Pero para un espectador que no conecte de forma inmediata e incondicional con la propuesta, Caníbal se convertirá en una película larga y lenta, incluso con algunos errores de continuidad o en la utilización de algunos personajes. Eso sí, el autor del filme elude con inteligencia los aspectos más escabrosos de su personaje protagonista sin limitar por ello su descripción (y eso se ve claramente en la parte final de la primera secuencia, ya en la cabaña). Hay aciertos, especialmente en su corto reparto, pero predomina a la salida de la sala la misma sensación de frialdad que parece haber buscado la película.
2 comentarios:
Has escrito tantas veces la palabra "lenta" que se me ha hecho pesado hasta imaginarme ver la peli.
Doctora, sólo han sido tres, je, je, je... Pero es muy lenta, sí. Y ese es uno de esos detalles que creo que procede advertir al espectador.
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