Tenemos una película que originalmente se titula Alex Cross y llega a España como En la mente del asesino. Algo chirría ya desde esa elección. Suena a algo así como "vamos a hacer una película con un personaje conocido que en realidad no lo es tanto y le vamos a poner un título llamativo y rimbombante para llamar la atención de quien no le conozca". Alex Cross es el policía que interpretó Morgan Freeman en El coleccionista de amantes y La hora de la araña. Conocido pues, sí, pero poco. Y como el actor escogido para interpretarlo, Tyler Perry, no es en absoluto tan popular como Morgan Freeman en España, pues nos centramos en el malo. El cartel de En la mente del asesino pasa del protagonista y es un primer plano de Matthew Fox sobre un fondo urbano que no dice gran cosa. Pinta mal, ¿verdad? Pues el resultado está a la altura de las expectativas. Es decir, es un desbarajuste. Amable, si se quiere, pero un desbarajuste.
Lo es por dos cuestiones muy claramente identificables. En primer lugar, un guión escasamente trabajado, que incluye secuencias que no dicen absolutamente nada (la primera, una tópica persecución sin carga dramática), que prescinde de los personajes a conveniencia y sin sentido, que plantea dilemas morales que en el fondo no le interesan y que abusa de la paciencia del espectador resolviendo situaciones de forma absolutamente inverosímil. Falla incluso en la construcción de los personajes, maniquea y tramposa. En segundo lugar, la dirección de Rob Cohen. Cuando leo su nombre me acuerdo siempre de la hermosa Dragonheart, pero aquello fue hace demasiado tiempo. Su labor es confusa e imprecisa, no entiende el ritmo y convierte el clímax de la película es una imposible sucesión de movimiento de cámara y unas absurdas ralentizaciones de la imagen que no tienen demasiado sentido.
Es difícil encontrar aspectos que motiven durante el visionado de la película cuando te estás preguntando si toman al espectador por tonto al introducir detalles que no tienen importancia alguna (la habilidad del asesino como dibujante, ¡que incluso da nombre al personaje!), por qué parece que no tiene ninguna relevancia argumental ni emocional uno de los personajes principales al desaparecer inexplicablemente de la trama, cuando la película quiere basarse en una subtrama sin trascendencia que no se aclara hasta un epílogo que realmente ya no le importaba a nadie y cuando se intentan establecer falsos y acartonados debates morales (aquello de los efectos de la venganza en los tipos buenos). Si faltaba algo para despistar, ahí está la obsesión de mover mucho la cámara para que parezca que suceden más cosas en la pantalla.
Los actores hacen lo que pueden, pero no hay mucho que rescatar con esa materia prima. Tyler Perry pierde en cualquier comparación posible con Morgan Freeman y no consigue que su personaje tenga el carisma suficiente. Cumple en esto de rejuvenecer personajes que tanto gusta a Hollywood, pero sustentar la película (que, insisto, lleva el nombre del personaje como título original) en su trabajo es algo complejo. Matthew Perry se aprovecha de la atracción que siempre genera el villano de la historia, bordeando el histrionismo más efectivo y el más facilón según las escenas, pero sufre con un guión que no hace justicia con las posibilidades que tenía. A Rachel Nichols le toca lo que ya le tocó en Conan el bárbaro: ser la belleza de la función y poco más. Jean Reno está para dar caché y no lo consigue con un personaje pobre. Y Edward Burns tiene un rol que podría tener una importancia clave con la película construida de otra forma pero solo es el interlocutor de los diálogos más cotidianos y un recurso que usar cuando no hay otra explicación posible. Ninguno destaca especialmente.
En la mente del asesino es un thirller del montón, que juega sus únicas bazas en proceder de la serie de novelas de James Patterson, que rozan la veintena de títulos, y en el recuerdo que pueda tener el espectador del precedente doble de Morgan Freeman dando vida a Alex Cross. Porque, por lo demás, lo mejor que tiene la película es que coge un ritmo intenso en su segunda mitad y sus 102 minutos se pasan relativamente rápido. Menos mal. Pero es un desbarajuste, como buena parte de los thrillers modernos, que se contentan con un efectismo simplón en lugar de apostar por lo primero que puede devolver la grandeza al género: un buen guión. Sin eso, es imposible sobrevivir y En la mente del asesino encuentra en el más que previsible libreto su primer gran error, uno imposible de esconder, que lastra toda la película hasta el punto de convertirse en un producto nada fácil de digerir.
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