En la casa, Concha de Oro a la mejor película en el Festival de San Sebastián, es, por encima de todo, una oda a la creatividad y al talento. Y como tal es hermosa porque juega con el lenguaje cinematográfico, el literario y el artístico, los mezcla, los une y los combina para crear una historia muy atractiva a muy diferentes niveles. Porque sus personajes son turbios, morbosos, retorcidos. Hay algo de voyeurismo en la fascinación que despierta la película de François Ozon, dentro y fuera de la pantalla, porque va envolviendo poco a poco al espectador de la misma forma que la historia que escribe ese estudiante adolescente va construyendo y cautivando a su profesor de literatura. Todo parece funcionar en este juego, porque En la casa es por encima de todo un juego, desde un argumento misterioso y profundo a un guión incisivo y preciso, pasando por interpretaciones brillantes o una puesta en escena magnífica, en la que todo parece hablar, desde los escenarios a la posición de los actores.
Germain es profesor de literatura en un instituto. Quejándose a su mujer de la mediocridad de su clase, encuentra a Claude, un adolescente que comienza a escribir un relato que llama su atención y que basa en su amistad con otro compañero de clase y la forma en la que se ha introducido en su casa, en su vida y en su familia. El filme es la adaptación de la obra de Juan Mayorga El chico de la última fila y, sin conocer el referente pero tras escuchar a autor y director, da la impresión de que hay un espléndido trabajo detrás del paso del escenario a la pantalla. Hay un único detalle que me chirría de En la casa. No comprendo la forma en que llega a su final. Hay algo de abrupto en el modo en que se resuelve la trama. Y es curioso, porque el profesor le dice algo parecido a su estudiante, le explica que tiene que encontrar un buen final a su historia. En la casa tiene uno hermoso, pero da la impresión de que el único punto flaco está en cómo se llega a ese final. No es que no se vea venir, sino que parece demasiado precipitado.
Puesto ese pequeño pero, hay que incidir con fuerza en que En la casa es una maravillosa película que admite diferentes visiones, que da al espectador la opción de escoger el tema que realmente aborda de forma esencial. Habrá quien piense que es una historia de aprendizaje, con la relación entre profesor y alumno como eje. Puede que incluso destaque para algunos el despertar sexual comot ema. Habrá quien vea un retrato de la clase media. O incluso un análisis del amor en un matrimonio maduro. Puede que lo que a otro le llame la atención sea el juego metalingüístico que establece la película (con el relato, primero leído y después con la voz en off, con la recreación e incluso con la irrupción del profesor como espectador y corrector). Puede que sean los guiños (el interno del libro escrito por el profesor, El niño de la tormenta, o el final evocando a La ventana indiscreta del maestro Hitchcock). Incluso las autoreferencias que François Ozon se hace a Swimming Pool.
Y puede que haya quien consiga encontrar gozo en todas esas facetas, ye incluso en alguna más. Ozon consigue que el espectador se sienta tan atraído por la película como Germain (brillante Fabrice Luchini, mucho más completo que en Las chicas de la 6ª planta) por el relato de Claude (fascinante la mirada de Ernst Umhauer). Con tal de seguir adelante con el relato, yo también estaría dispuesto a quebrantar las normas, a romper mi deseo de frenar su morbosa obsesión con una familia que le es ajena, a su enfermiza motivación para escribir y encontrar el talento literario que a él le faltaba cuando intentó dedicar su vida a la escritura. Pero también me fascina el choque cultural y personal entre Germain y Jeanne, su mujer (irresistible Kristin Scott Thomas), o la obsesión literaria personal y sexual, como musa, que siente Claude por Esther, la madre de su amigo Rapha. O las metáforas entre la literatura y el deporte con la vida. Muchos niveles, muy precisos, muy bien narrados y con diálogos tan magníficos como el montaje con que se ensamblan todas las piezas.
En la casa es una película sugerente. Tiene inteligencia y tiene mucho trabajo, pero es una película que apela directamente al alma. Y más concretamente a la parte más creativa del alma. Es una construcción sobre la marcha de dos historias, la que cuenta la película y la que Claude va inventando en base a su experiencia y a los consejos de su profesor. Más allá de la pantalla, exige del espectador lo mismo que de ese profesor: satisfacer una curiosidad tan morbosa como placentera (la juguetona música de Philippe Rombi es un impulso más en esta línea), encontrar las piezas clave de un misterio que evoluciona, que no es el mismo al llegar al final de la película que cuando esta comenzó. En la casa es una de las películas del año porque cuando las luces se encienden y los nombres de quienes han trabajado en ella inundan la pantalla, todavía se piensa en ella. Y esa sensación no se va al salir del cine. Ni al llegar a casa. Ni seguramente al irse a dormir. Lo que pasa En la casa fascina y se acerca a la perfección.
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