Todo el mundo recuerda hoy que se van los ojos azules más famosos del cine. Pero Paul Newman era mucho más que eso. No todo el mundo le tomó en serio en sus primeros años, algunos pensaban que era un guaperas y poco más, una estrella, en el sentido más amplio del término, pero no un actor. Pero poco a poco les fue demostrando que se equivocaban, hasta convertirse, en sus últimos años, en un nombre de referencia. Poco a poco fue encandenando papeles inolvidables, películas espléndidas, imágenes eternas. Paul Newman. Uno de los grandes. Nos hemos quedado con las ganas de ver esa tercera colaboración con Robert Redford, pero siempre nos quedarán Dos hombres y un destino y El golpe. ¡Nos hemos quedado sin tantas películas que podría haber hecho Paul Newman! Pero nos quedan las que hizo. Muchas. Magníficas.
Hoy sólo me he permitido un segundo para soltar una lágrima, porque rápidamente me han venido a la memoria las películas que perdurarán para siempre. Me acuerdo de su sonrisa cínica al final de El gran salto. De su descarada insolencia en El buscavidas. De su atormentada personalidad en La gata sobre el tejado de zinc. De su alegría de vivir en Dos hombres y un destino (cuyo hermoso final es quizá el recuerdo más bonito que podamos tener de él). De su heroísmo en El coloso en llamas. De su seguridad en El golpe. Le veo riéndo, jugando al billar, robando bancos, jugando al hockey, como detective. En el papel que quisiera, porque era capaz de hacer creíble a todos tipo de personajes.
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Interpretó más de sesenta películas, produjo casi una decena, dirigió cinco y escribió una. Era un hombre de cine, alguien que puede definir los últimos cincuenta años de este maravilloso séptimo arte. Un puente entre el Hollywood más clásico y el cine más moderno (¿fue El color del dinero una hermosa forma de unir ambos mundos, con un personaje ya conocido, un director que revolucionó la industria en los 70 y uno de los actores llamados a tomar su relevo en el estrellato?). Hace diez años hizo una película que todo el mundo calificó de crepuscular, Al caer el sol. Hace ya diez años. Y nos reíamos entonces de que pensaran en él como un actor que se podía estar despidiendo. Pero no pasó mucho tiempo más hasta que decidió dejar el cine y dedicarse a vivir. Pero es que los hombres, a diferencia de las leyendas, mueren.
Sólo tres actores han recibido una nominación al Oscar por sus interpretaciones en cinco décadas diferentes. Paul Newman es uno de ellos. Lo consiguió a la séptima ocasión, con El color del dinero. Como secundario. Nunca lo ganó como actor principal. Su último trabajo en el cine, Camino a la perdición, también mereció una nominación. Cuando oí el nombre de Chris Cooper (por Adaptation. El ladrón de orquídeas) en aquella ceremonia, y no el de Newman, me quedé muy triste. No tanto como lo estoy hoy, desde luego, pero quería que ganara aquel Oscar. Y para asumir que el hombre se ha ido y que la leyenda siga viva, ¿qué mejor forma de hacerlo que viendo otra vez Camino a la Perdición? Su magnífica última secuencia será siempre el recuerdo que tenga de Paul Newman. Uno de los muchos que tendré.
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La lágrima cayó. Queda el recuerdo. Cuando vea Camino a la perdición, caerá otra lágrima seguro. ¿Hay mejor homenaje? No, no lo creo. Hasta siempre, maestro.
2 comentarios:
Justo hace un segundo he dicho algo parecido en el blog de silvia... Por lo menos, el se quedará en la historia. Él y sus películas. Muchos besos juan!
Esta bien la distinción que haces entre la persona y la leyenda. Nosotros pensamos casi siempre en la segunda, porque al fin y al cabo se trata de gente a la que no hemos conocido. Por eso Woody Allen dice que, más que seguir viviendo en sus películas y en el recuerdo de los espectadores, a él lo que le gustaría es seguir viviendo en el comedor de su casa... Pero pensando en la persona, me tranquiliza que, según parece, Paul Newman ha muerto en paz consigo mismo, habiendo aceptado que eran pocos los días que le quedaban de vida y tratando que estos fuesen lo mejor posible.
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