Después de la tramposa truculencia de Mi otro yo, Isabel Coixet se ha ido al extremo opuesto del espectro emocional y ha buscado amabilidad ante todo. Aprendiendo a conducir es una sencilla, simpática, folclórica y pintoresca que une los destinos de un taxista y profesor de conducción de origen indio interpretado por Ben Kingsley y una mujer de mediana edad, Patricia Clarkson, que se enfrenta a una crisis matrimonial que parece definitiva y que, casualmente, se ve en la necesidad de sacarse el carnet de conducir. Fácil, ¿verdad? Pues así es la película, una pieza que se aleja de cualquier complejidad, que se recrea en mostrar los diferentes que son los mundos de los dos protagonistas y que tiene tan buenas intenciones como poco riesgo a la hora de afrontar el relato. Tampoco es que hiciera falta mucho más para que la película funcionara la suficientemente bien.
Y es que teniendo una pareja protagonista como la que forman Ben Kingsley y Patricia Clarkson más de la mitad del trabajo ya está hecho antes incluso de rodar. Sin desmerecer el trabajo de Coixet o el de Sarah Kernochan en el guión, el alma de la película descansa en sus dos protagonistas. Kingsley y Clarkson hacen una espléndida labora no sólo para marcar las diferencias culturales entre sus personajes, algo que Coixet acentúa mostrando los mundos de ambos por separado (y por supuesto con música hindú en el caso del de Kingsley), sino sobre todo para complementar sus emociones. En ese aspecto es donde mejor funciona la película, haciendo que la soledad que sufre cada uno de los personajes encuentre acomodo en la del otro, aunque es también lo más previsible. Al menos la resolución sí está a la altura y esquiva los tópicos más facilones y cansinos en los que podría haber caído.
No es menor ese logro en una película que se deja ver con agrado precisamente por su falta de pretensiones mayores. Para bien o para mal, en beneficio del público generalista y probablemente para ligero disgusto de los aficionados de Coixet, Aprendiendo a conducir no es más que una historia pequeña de dos personajes que no tienen unas circunstancias especialmente extraordinarias, más allá de ese elemento cultural que les separa. Y de nuevo puede parecer poca cosa, pero es justo eso lo que añade amabilidad al resultado final. El guión podría haber complicado la trama con elementos dramáticos o singulares, pero no era necesario. Coixet en eso es bastante inteligente y no se pierde con lo accesorio, va al grano con una película bien montada (si acaso se puede reprochar que durante unos minutos bastante numerosos las dos historias vayan un poco por libre) en poco más de hora y media y aceptando la naturalidad como su mayor arma.
Hay que insistir, precisamente por eso, que lo mejor de la película está en su pareja protagonista. No es que ninguno de los dos haga el papel de su vida, pero ambos saben exactamente lo que tienen que hacer para que la película funcione dentro de su modestia. Y es que, en el fondo, no hay mucho más en la propuesta, simpática por sí misma y sin sentirse en la obligación de buscar caminos más enrevesados. Ni siquiera está el preciosismo visual en contraposición con historias mucho más complejas tan habitual en el cine de Coixet, porque Aprendiendo a conducir no es una película que arriesgue demasiado, ni en el fondo ni en la forma. Es, simplemente, un pequeño relato de superación emocional dentro de unos parámetros moderados, controlados y realistas. Es decir, es un reflejo de lo que cualquier podría vivir en el día a día. Nada más, y nada menos.
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