Cuando se apela a la nostalgia, hay que hacerlo de una forma carismática. De lo contrario, el vacío se nota mucho más de lo normal. Eso es justo lo que le ha pasado a Pixels. Su premisa, una invasión alienígena que toma la forma agigantada de viejos videojuegos de arcade que sólo podrán repeler unos viejos amigos que dominaban esas maquinitas en los 80 y que han llegado a nuestros días en posiciones de lo más diversas, es simpática. Nostálgica, sin duda. Pero el envoltorio que le han dado al concepto tiene tan poco carisma, y tanta culpa hay en el guión como en el reparto, que a ratos acaba siendo aburrida. Chris Columbus rueda bien las dos grandes escenas de acción que hay en el filme, y que no por casualidad son las que se inspiran en los dos videojuegos más conocidos de todos los que aparecen, Pac-Man y Donkey Kong, pero eso es prácticamente todo lo que ofrece Pixels. Y es una pena, porque podría haber dado mucho más de sí.
Al margen o no de ese parecido con un episodio de Futurama del que tanto se habla en Internet, lo cierto es que Pixels no termina de funcionar, y no precisamente por el entorno de videojuego que asume. Esa es la parte divertida, la más lograda, tanto a nivel visual como por historia. El problema está en que la comedia que tendría que haber alrededor de eso no es graciosa. Adam Sandler no es gracioso. Aquí, desde luego, no. Pero no sólo él, Kevin James y Josh Gad tampoco divierten con sus chistes y sus excesos. No tiene gracia el diálogo del presidente de los Estados Unidos con la primera ministra británica y sus problemas de comprensión, no es divertido ver a Adam Sandler en una reunión de seguridad en la Casa Blanca ni tampoco los flirteos del protagonista con el personaje de Michelle Monaghan, quizá la mejor actriz y la más perdida en este baturibullo. Casi tanto como el desperdiciado personaje de Brian Cox o el inexistente de Sean Bean. Con diferencia, el mayor carisma, el poco que hay en el filme, lo aporta Peter Dinklage.
Asumiendo que Pixels no va a ser graciosa por el guión de Tim Herlihy y Timothy Dowling, ambos acostumbrados a la comedia y el primero incluso autor de varias películas de Adam Sandler, sólo queda el componente nostálgico plasmado en la pantalla a través de unos simpáticos efectos visuales. Aunque hay tres grandes escenas de acción en la película, son las dos últimas las que concentran toda la atención. En ellas hay un muy buen despliegue de efectos visuales que supone una verosímil incluso del mundo del videojuego de los años 80 en el cine de alto presupuesto del siglo XXI. Las versiones de esas viejas maquinitas tienen su graciosa y Columbus rueda y monta bien esa acción, aunque por el camino haya alguna que otra incongruencia o momento imposible que se podría haber evitado, y eso es lo que de alguna manera salva la película.
Eso quiere decir que la nostalgia es lo poco que puede ofrecer Pixels. La nostalgia y el detalle menor, como los cameos (de actores y no actores) o la presencia a veces casi inadvertida de algunos personajes que aparecen por el fondo, o chistes como la presencia de la clásica heroína de videojuego de fantasía heroica como mito erótico. Poca cosa teniendo en cuenta que la película podría haberse convertido en un delirante despliegue visual que podría haber deleitado tanto a los chavales que crecieron en las salas de recreativas como a los que no han conocido aquella época. Tron, por ejemplo, capturaba mucho mejor esa evolución. Pixels no pasa de ser una peliculita que quiere ser muchas cosas y que al final acaba por no ser ninguna. No es abiertamente mala y se deja ver sin demasiadas exigencias, pero las posibilidades del concepto y de los personajes que quieren apuntarse daba para haber llegado mucho más lejos. Columbus no consigue extraer todo lo que había en la propuesta, que probablemente habría funcionado mejor además con otro reparto.
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