Es justo decir que en Una historia real hay bastante genialidad, pero también hay que señalar que se queda algo diluida. La razón es casi obvia. Rupert Goold, director del filme, tiene una amplísima experiencia sobre las tablas, en el escenario, pero este es su primer largometraje comercial y el tercero si contamos dos experiencias televisivas, ambas de corte shakespeariano. ¿Qué quiere decir esto? Que saca lo mejor de sus actores protagonistas, pero no termina de ser capaz de darle a la película una forma que satisfaga del todo. Y eso que arranca la película de una forma que no puede parecer más brillante e intrigante, pero con el paso de los minutos se va haciendo más evidente que ninguno de los temas o los tonos propuestas va a cobrar tanta importancia como el sensacional duelo interpretativo que mantienen Jonah Hill y James Franco y la conexión emocional y personal que se establece entre sus dos personajes. Y es una pena que no se llegue más lejos porque había un material interesante para lograrlo.
Una historia real sigue los pasos de un periodista del New York Times caído en desgracia y de un hombre acusado de matar a su mujer y sus tres hijos al que han detenido usando como alias precisamente el nombre de ese periodista. Eso hace que los dos se conozcan en la cárcel y comience a desarrollarse una relación entre ellos llena de matices. El punto de partida, el periodismo y sus límites, se olvida demasiado pronto. Las motivaciones del periodista tampoco terminar de actuar como motor de las acciones del personaje de Hill, sólo como una excusa para contextualizar en los primeros minutos. Y el toque de thriller que podía derivar del crimen del personaje de Franco (con el que, de hecho, arranca la película de una forma a medio camino entre lo poético y lo tramposo) queda demasiado tiempo aparcado hasta servir como base para la inevitable escena judicial. Es decir, que la película tiene unos claros altibajos y un uso no del todo adecuado de lo que plantea.
¿Pero qué sucede? Que Hill y Franco están inmensos. En el caso del segundo incluso invita a una reflexión mayor, porque da mucha más rabia ver a un actor con semejante potencial en películas desmadradas, de las que ha hecho muchas, y con las que seguro que se lo pasa genial pero que no dejan de ser muy poca cosa para su capacidad. Y hay un tercer elemento que, además, sirve para explicar lo bueno y lo malo de la película: Felicity Jones. Esa extraordinaria mezcla de fragilidad y fortaleza que esconde la actriz era perfecta para su papel, la pareja del periodista que, en teoría, va viendo cómo este va sumergiéndose cada vez más en el turbio mundo del pretendido asesino. Pero Una historia real desperdicia esa baza. No sabe qué hacer con ella. El personaje no tiene la presencia necesaria salvo en una escena, brillante por sí sola pero que acaba completamente descolgada de la historia. Es, efectivamente, la demostración de que en Una historia real había muchas posibilidades pero pocas concreciones.
Hill, Franco y Jones justifican la película con creces. Ver a estos tres grandes actores en acción en una marco con bastantes posibilidades hace que Una historia real se sostenga razonablemente bien durante sus 99 minutos. Pero al mismo tiempo queda una sensación extraña porque en todo momento da la sensación de que la película podría haber sido mucho más. Goold cae incluso en un vacío momento musical que no hace más que privarnos de alguna escena más de conversación, instantes en los que el duelo entre los dos protagonistas hacen que la película suba enteros. Es verdad que el remate es fascinante y sirve para salir de la película convencidos de que lo que hemos visto no es otra cosa que un retrato sobre la obsesión, pero de la misma manera es inevitable pensar que ni siquiera Goold sostiene esa base durante muchos momentos de su película. Por eso hay genialidad, la de su reparto, pero se queda diluida en un filme que está lejos de ser redondo.
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