Qué difícil se antoja decir algo contundente y definitivo sobre Oz, un mundo de fantasía. ¿Es una mala película? No, no lo es, por supuesto que no, aunque tiene defectos clamorosos en unos diálogos que se prestan tanto a dobles interpretaciones o a risas inadecuadas que acaban naufragando en determinados momentos. ¿Pero es una buena película? Dan ganas de decir que sí, lo merece viendo el gran despliegue visual que orquesta Sam Raimi, muy superior al que mostró Tim Burton en Alicia en el País de las Maravillas, o lo conseguidas que están algunas secuencias, emocionantes y divertidas, pero es que la comparación con El Mago de Oz es tan palpable en cada momento, en cada escenario y en cada personaje que se convierte en un fantasma que ahoga esta precuela. Al final, y a pesar de las distraídas interpretaciones de algunos de los actores de más renombre y de un exceso digital que en ocasiones empalaga, la sensación es que Raimi sale airoso de un trance realmente complejo, que es el de superar a una leyenda de Hollywood cuando el público contemporáneo ya no está tan dispuesto a creerse las dosis de almíbar y buenos sentimientos que hizo del cine de la edad dorada de Hollywood algo tan hermoso.
Oz luce con esplendor en las manos de Raimi, que decide seguir las mismas pautas que el clásico mundo en el que está basado. Es decir, inicio en Kansas en blanco y negro (y en formato 4:3 y no panorámico) para después provocar en la pantalla el estallido de color y escenarios imposibles que no consiguió Burton con su Alicia. A pesar de que hay elementos más que logrados en cuanto a las referencia al conocido musical El Mago de Oz (en especial, en el clímax final) quizá sea un error querer hacer la misma traslación de personajes del mundo real al de Oz, porque en la deliciosa película de Victor Fleming que protagonizó Judy Garland aquello tenía una razón de ser y era completa, mientras que aquí es demasiado parcial, enfocada en apenas un par de personajes y no funciona... especialmente en la versión doblada, pues la correlación afecta a algún personaje digital. Es la imaginería visual, y en la hermosa correlación musical que establece Danny Elfman, donde Oz (curioso, por cierto, que el título haga referencia originalmente al Mago, grande y poderoso, y el español a la tierra, un mundo de fantasía) alcanza sus cotas más logradas.
En el escenario y en el protagonista. James Franco, una figura extraña de analizar por lo dispar de su carrera y por aquel fracaso como presentador de los Oscar, disfruta con su papel de mago tramposo y tunante, mujeriego y algo cínico, convirtiéndose, más incluso de lo que habría sido previsible en una producción en la que los efectos especiales tienen tanto que decir, en el centro absoluto de la función. Sin embargo, y he aquí la mayor decepción de la película, el trabajo de las actrices que le acompañan es frío y rutinario. Mila Kunis, Michelle Williams y Rachel Weisz están fuera de su elemento, no son capaces de actuar con comodidad ante tanta pantalla verde y se quedan muy lejos de lo que podrían haber conseguido con sus personajes. Muy lejos de verdad. Kunis es la actriz que más evidente hace esa sensación, ya que la química que manifiesta con Franco es sensiblemente inferior que la que éste consigue con un mono alado digital que se convierte en uno de los mejores hallazgos de la película y, de largo en lo más divertido de la película, que se alarga hasta los 130 minutos.
Aunque a los diálogos de Oz puede que les falte una revisión o dos, lo cierto es que da la impresión de que fallan en boca de estas actrices más que en el papel. A la hora de entrar en un universo de fantasía, que sus intérpretes se crean lo que están diciendo, por imposible que parezca, es esencial. No hay más que ver películas como la ya mencionada El Mago de Oz, Willow, La princesa prometida y tantas otras. ¿Son menos creíbles los diálogos de Oz, un mundo de fantasía? Probablemente no, pero suenan peor. Eso no impide reconocer el espléndido trabajo de dirección artística y efectos especiales, ni resta méritos al esfuerzo cómico y carismático que hace James Franco durante toda la película, ni elimina secuencias tan bien construidas como el hallazgo de la figura de porcelana o tan divertidas como la presentación al Mago de los pueblos de Oz (con la inevitable y divertidísima referencia musical), pero sí limita el resultado final, que podría haber sido mucho más ambicioso y conseguido.
Oz, un mundo de fantasía es un filme atractivo y divertido, pero precisamente por esas limitaciones algo inferior a lo que podría haber sido. Funciona mucho mejor que otras fantasías recientes porque Raimi es un director ya experimentado en estas lides que hace funcionar ideas alocadas y que consigue un buen equilibrio entre los personajes reales y los secundarios y los escenarios creados en el ordenador (aunque, insisto, pueden antojarse excesivos). Y da gusto que un director como Raimi, muy conocido por la trilogía de Spider-Man o por sus experimentos de terror tan excesivos como divertidos en Arrástrame al infierno o la saga Evil Dead, sepa moverse como pez en el agua en otro tipo de fantasía, manteniendo al mismo tiempo constantes que hacen de su trabajo algo especial (como el necesario cameo de Bruce Campbell, difícil de reconocer si no se está muy atento). Al final, la película es una bonita fantasía amable en la que chirrían elementos como algunos diálogos malinterpretables (¿quizá es algo buscado?) o Mila Kunis con su asombroso sombrero de fiesta.
2 comentarios:
El cláscio no me gustó, así que no sé si veré esta precuela, quizás debería empezar por dar otra oportunidad a la de toda la vida. Un besote!!
Meg, ¿no te gustó el clásico...? Por eso podríamos pelearnos, a mí me encanta, je, je, je... Creo que se merece esa segunda oportunidad, ya me dirás si se la das...
Publicar un comentario