Anna Karenina marca un punto difícil de analizar en la filmografía de Joe Wright. Tras dos películas de época como Orgullo y prejuicio y Expiación, el director insiste en llevarnos siglos atrás, lo que marca un encasillamiento algo sorprendente del que, en realidad, pretende huir mediante el envoltorio. Lujoso en sus formas, en su vestuario y su dirección artística, como suele serlo casi siempre una película de época, pero muy sorprendente por el escenario teatral que escoge. Como apuesta, es tan arriesgada como valiente, y de haberse mantenido de principio a fin habría ofrecido algo diferente. Pero Wright parece darse cuenta de lo descabellado (adjetivo no necesariamente negativo aplicado al cine, normalmente tan inmovilista) de su propuesta y rompe sus propias reglas, cuando no repite los mismos trucos visuales. El envoltorio, en todo caso, destaca. El fondo, en cambio, cuesta más. Porque no se atisba la pasión que tiene que desprender una historia como la que escribió Tolstoi en 1877 y no encuentra un reflejo adecuado en un reparto que está lejos de conmover.
Durante la primera mitad de la película, Wright convence con sus elecciones, por atípicas que puedan parecer. Sitúa la acción en un escenario teatral sobre el que gira a conveniencia, por su patio de butacas, por sus tablas y entre bambalinas. Se mueve con acierto, disfruta haciendo así lo que mejor sabe, mover la cámara en planos largos y hermosos, cambiando las habituales transiciones del montaje (técnica que, por cierto, también aplica con muy buen criterio durante casi toda la película) por unos camios de escenario en cámara logrados y hermosos, y usa trucos visuales que dejan escenas tan magníficas y magnéticas como la del primer baile. Pero 130 minutos que dura se le hacen eternos para mantener su apuesta. Wright comienza a repetirse (como en la parálisis de la escena en torno a un personaje), a traicionarse (el teatro deja de ser el escenario a conveniencia), y su apuesta estilística pierde algo de fuerza. En cualquier caso, es la faceta visual, la puesta en escena y la forma de rodar de Wright lo mejor de una Anna Karenina que falla en lo que más fácilmente habría que dar por sentado: las emociones.
Quizá la película gane puntos a ojos del espectador que sepa admirar el trabajo de Keira Knightley. Es obvio que un filme como éste basa el nivel de éxito en la credibilidad que ofrezca su protagonista principal. Knightley, con la que Wright trabaja por tercera vez, no me parece la actriz adecuada, no creo que haya sabido entender el personaje y creo que multiplica las facetas de su personalidad hasta el punto de parecer inverosímil. Y eso, obviamente, minimiza el impacto emocional de la película, convierte en imposible de creer tanto su matrimonio con Alexei Karenin (un contenido Jude Law) y, sobre todo, su relación extramatrimonial con Alexei Vronski (un soso Aaron Taylor-Johnson), que sólo desprende magia en la ya mencionada escena del primer baile, aunque ahí quizá haya que agradecérselo a la puesta en escena y no al trabajo interpretativo. Y fallando lo emocional, es difícil no ver Anna Karenina como un paso atrás de Wright tras Expìación, donde sí conseguía que los sentimientos destacaran incluso aunque su pericia como director visual quedara algo por encima.
A Wright se le escapa entre los dedos la posibilidad de cerrar una película atractiva cuando su reparto pierde el duelo con las facetas más técnicas y visuales de Anna Karenina y cuando no se atreve a llevar su apuesta formal hasta el final. Hay en lo primero motivos más que suficientes para apreciar la película, pero la ausencia de alma lleva a que la historia sea en ocasiones incluso aburrida, bastante inconexa y poco conseguida en sus enormes elipsis temporales. Al final, su duración se antoja excesiva para lo que acaba contando pero deja la sensación de que habría mejorado siendo más larga. Y entre tantas contradicciones el resultado no puede ser todo lo satisfactorio que podría haber sido, por mucho que su fotografía, su montaje, su diseño de producción y su vestuario (que ganó el Oscar superando a Los miserables) sí puedan alcanzar notas entre notables y sobresalientes. Porque, por bonito que sea el envoltorio, hay historias que exigen mucho más. Y Anna Karenina es, indudablemente, una de ellas.
4 comentarios:
Pues quiero leer el libro antes y Keira en el papel no me convence nada, no sé si la veré...Un beso!
Meg, al final hay cosillas del trabajo de Joe Wright que sí merecen la pena, pero es que a mí Keira...
Ya, es que a mí Keira... tampoco demasiado, la verdad.
Vi la peli y me gustó por la puesta en escena, vestuario, música y demás. Pero es verdad que ella me pareció bastante exagerada y no conseguí empatizar con su personaje (y no debería ser tan difícil, su historia es una historia que podría ocurrir incluso hoy en día) ni con el de Vronski. Súper soso este Vronski. Jude Law me pareció muy correcto. Creo que tienes razón, la estética gana a todo lo demás.
Sonix, es cierto, original, pero mucha sosería en los actores...
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