viernes, noviembre 18, 2011

'Asesinos de élite', una más


Las películas sobre profesionales del asesinato son ya un subgénero. Es como hablar de películas de superhéroes, o de casas encantadas, o de muertos vivientes. Subgéneros claros. Y cuando se crea un subgénero, todas las películas, salvo las realmente buenas, parecen exactamente iguales. ¿Es Asesinos de élite una de las realmente buenas? No. Es medianamente digna, es curiosa en algún momento, pero no deja de ser una más, uno de esos filmes que te entretienen durante un par de horas (porque eso básicamente lo consigue, a pesar de que se maquille para parecer algo más con complejas tramas conspirativas y gubernamentales que no hay por donde cogerlas) pero después, en las tertulias con los amigos, ya no sabes qué diferenciaba a esta de las otras películas, por ejemplo, de Jason Statham, que es el protagonista de ésta. Lo mejor que ofrece este título es que Statham tiene dos buenos compañeros de reparto, un Robert De Niro que se aleja de los ridículos que predominan en su filmografía de los últimos años y un Clive Owen que da la sensación de ser el que mejor se lo pasó rodando esta historia de profesionales del asesinato.

Cuando uno rueda una de estas películas, tiene dos caminos para triunfar. Puede colocar a sus profesionales en el marco de un gran guión y convertirlos en grandes personajes (es lo que hizo Steven Spielberg en su lamentablemente infravalorada Munich; no es tan distinto el punto de partida de estas dos películas tan diferentes), o puede ofrecer a esos mismos profesionales escenas de acción que hagan las delicias de los amantes del género (y aquí es difícil llegar a consensos, por lo que dejo en manos de cada uno que piense en los títulos que más apropiados le parezcan). Asesinos de élite no hace en realidad ninguna de las dos cosas, aunque indudablemente se acerca mucho más a la segunda vía. No tanto por las escenas de acción, rodadas con cierto criterio y con más limpieza de lo que suele ser habitual en el cine contemporáneo, sino porque los actores se implican mucho en sus personajes y acaban haciendo ligeramente creíble lo descabellado de la historia. Y suena aún más descabellado cuando el filme comienza con ese clásico mensaje de "basado en hechos reales".

Esa historia real es la siguiente. En 1991, un británico escribe un libro titulado The Feather Men, en el que cuenta cómo unos soldados británicos de las fuerzas especiales, las SAS, mataron en Omán a tres de los hijos de un jeque, que buscaría venganza contratando los servicios de un asesino profesional que hiciera que sus muertes parecieran accidentes. Como su autor aseguró que eran hechos reales, el libro generó controversia. La película, pese a rodearse de ominosos carteles al comienzo y al final, lo cierto es que no es capaz de generar ni siquiera debate sobre esta cuestión. Se queda en lo que se quedan la mayoría de las películas de Jason Statham (¿todas?), que es precisamente eso, una película de Jason Statham. Él es el profesional que todo lo puede, el que es capaz de llevar a cabo las más intrincadas y complejas operaciones, el que puede matar a quien quiera, como quiera y cuando quiera, pero lo hace sólo por nobles motivos, porque es el único que puede hacerlo, aunque en realidad no lo disfruta y lo único que quiere es irse a su cabaña en el campo con la mujer que ama (ese planteamiento está tan manido que se vio incluso en una peli de superhéroes, en Lobezno). ¿Que quiere decir eso? Que es una película de Jason Statham. ¿Que eso le gusta al espectador? La disfrutará. ¿Que no? Pues mejor buscar en otro lado.

O al menos mirar la película desde otro ángulo. Robert De Niro y Clive Owen permiten esa mirada desde otro punto de vista. De Niro lleva años alejado de la inmortal leyenda que él mismo fraguó con su talento durante tantos años. Perdidos en comedias absurdas y en vehículos de acción que le dejan personajes lamentables, aquí al menos sí parece él. Quizá eso hay que agradecérselo a que su papel sea secundario, pero es él (es imposible negarlo después de ver la última escena que tiene en la película). Clive Owen es un actor polifacético y, cuando quiere, notable. Aquí disfruta como un niño pequeño con su papel a medio camino entre antihéroe y villano (porque aquí no hay héroes; daría para toda una tesis hablar de la más que dudosa moralidad de este subgénero de los asesinos a sueldo). Estas dos presencias son estimulantes, pero no bastan para levantar la película, ni siquiera con el entretenido juego que se marcan los personajes de Statham y Owen, en el que cada encuentro que mantienen deja las mejores escenas de la película a todos los niveles (incluyendo la última, la que permite salir del cine con un sabor de boca no demasiado amargo).

Bien pensado, lo mejor que uno puede hacer ante esta película es tomársela así. O bien como una simple película de Jason Statham o bien como un vehículo para De Niro y Owen en sus papeles secundarios (habrá hasta quien se conforme con la belleza de la australiana Yvonne Strahovsky; su personaje no da para mucho más que para admirarla). Porque la historia no se puede tomar en serio. No está bien llevada, y seguro que mucha culpa de eso tiene que tanto su director, Gary McKendry, como su guionista, Matt Sherring, afrontan aquí su primera película. La lástima es que desaprovechan alguna que otra oportunidad de lucimiento (esa bruscamente cortada escena de persecución de coches, que al arrancar lleva a pensar en Bullit, por aquello de contar con coches antiguos -en este caso de los años 80, donde se ambienta la película-, pero que se queda en nada) y se encomiendan al espectáculo que dé Statham. Claro que, si alguien es capaz de pelear de esa forma atado a una silla, igual sí que se puede encontrar algo de valor en esta película.

2 comentarios:

Arion dijo...

Muy agudas tus observaciones sobre este nuevo subgénero.

Se me ocurre que podrías encontrar un par de posts interesantes en mi blog (cómics & cine):

www.artbyarion.blogspot.com

Juan Rodríguez Millán dijo...

Arion, muchas gracias, por tus palabras y por tu visita. Me paso por tu blog.