lunes, noviembre 07, 2011

'Anonymous', sorprendente canto a la obra de Shakespeare

Causa sorpresa ver que William Shakespeare es el asunto (más que el protagonista, a pesar de que la promoción da un lugar destacado al nombre del dramaturgo inglés) de una película que dirige Roland Emmerich. Y causa la misma sorpresa descubrir que el resultado, Anonymous (otro título que tendría que haberse traducido, no hay explicación para no hacerlo), no está nada mal. No es que sea un peliculón inolvidable, pero sí que es la demostración de que incluso quien ha montado gigantescos espectáculos pirotécnicos, a veces tan espectaculares como vacíos siempre, puede dar el salto a otro tipo de cine. Usando como base la teoría de que Shakespeare no fue el verdadero autor de las obras que hoy asociamos a su nombre, es fácil pensar que Anonymous es todo un castillo de naipes, fácilmente desmontable a cada momento. Y, sin embargo, en ese delicadísimo equilibrio consigue sostenerse con dignidad hasta el final gracias a un brillante reparto.

Anonymous adolece de algunos puntos débiles. Quizá el más flagrante sea su punto de partida. Cierto es que hay teorías que hablan de que Shakespeare no escribió Hamlet, Romeo y Julieta, Macbeth y ninguna de las obras que han hecho que su nombre forme parte de la literatura universal con letras de oro. Pero aceptarlo como verdad histórica para hacer una película es un reto formidable. Emmerich, muy acostumbrado a tomarse licencias en sus películas, casi consigue dotar de credibilidad a la teoría gracias a un espléndido inicio, orquestado en torno al actor Derek Jacobi, shakespeariano intérprete que precisamente por su vocación teatral nunca ha conseguido el reconocimiento que merece. Luego, el guión de John Orloff (responsable también del de Ga'Hoole. La leyenda de los guardianes o Un corazón invencible) no consigue ligar con inteligencia durante la primera mitad de la película las dos tramas que cuenta, la cuestión política y la cuestión literaria. Van tan alejadas, que casi parecen dos filmes diferentes y permiten la dispersión del espectador.

La historia se cuenta en dos momentos temporales diferentes y con dos grupos de actores para algunos personajes. Edward De Vere (un espectacular Rhys Ifans y un más comedido pero correcto Jamie Campbell Bower) es un joven prodigioso, con un enorme talento para las letras. De noble cuna, acaba sucumbiendo a los encantos de la reina Elizabeth (formidable la aproximación a la demencia de Vanessa Redgrave y seductora interpretación de Joely Richardson), pero sometido por el consejero real William Cecil (magnífico David Thewlis) a un matrimonio de conveniencia con su hija. De Vere almacena docenas de obras escritas por él mismo que jamás podrá publicar, y admirado por el poder que el teatro tiene sobre las masas decide entregar sus obras al escritor Ben Jonson (un interesante Sebastian Armesto, con quien arranca la historia), para que él las firme. Pero antes de que pueda reclamar la falseada autoría y después de un primer y apabullante éxito, un oportunista actor llamado William Shakespeare, ávido de un reconocimiento que jamás podrá lograr por sus medios, proclama que las obras son suyas.

No termina ahí un reparto absolutamente brillante, en el que es obligado nombrar también a Edward Hogg dando vida a Robert Cecil, hijo de William Cecil, también consejero de la reina y también tormento de De Vere. Si algo falla en ese espléndido conjunto de actores es precisamente lo que tendría que ser su mejor gancho: el Shakespeare de Rafe Spall, poco menos que un secundario cómico, un personaje excesivamente ridiculizado por el guión y también por la dirección de la película. Quizá la responsabilidad esté más ahí que en el trabajo de Spall, pero es su rostro el que queda en la pantalla. Esa debilidad hace que el andamiaje se tambalee, porque hay muchos momentos de la película, bastantes, en los que Shakespare es absolutamente prescindible. No así el hermoso canto de amor a su obra que supone esta película, que impregna la película en su totalidad y que estalla con fuerza en un magnífica secuencia en la que se ven consecutivamente los estrenos de algunos de los más populares títulos de la obra shakespeariana. Tanto es así, que dan ganas de sumarse al fervor del público que también aparece en pantalla.

No es descabellado decir que Anonymous es la mejor película que ha filmado el director de Independence Day, Godzilla o 10.000, y no sólo por el loable cambio de registro de Emmerich. Este filme es un drama político, histórico y literaria que funciona bastante bien a ratos, aunque peca de falta de concisión (130 minutos son excesivos, y por eso la película flaquea en algunos momentos). Su reparto es formidable (hay una indudable química entre las parejas que se forman, las de índole sentimental y también las que confrontan su sed de poder), su producción es modélica (aunque chirrían esos grandilocuentes planos aéreos, efectos digitales formidables pero que sacan al espectador de la película y que parecen una concesión del propio Emmerich a sí mismo, a su parte de director de espectáculos de mayor envergadura). Pero sobre todo es un bonito canto de amor a la obra de Shakespeare. Descabellado a veces, hermoso en otras. Pero bonito en todo caso, sea por locura, por audacia o por respeto. Y es imposible decir que no a una película que ensalce de esta forma a Shakespeare.

2 comentarios:

Jo Grass dijo...

Te puede crees que no tenía ninguna noción de esta peli? ¿Acaso está en cartelera? Uff, necesito un finde de maratón cinéfila.
Ya te contaré cuando la vea! Me interesa lo que dices!
Besos

Juan Rodríguez Millán dijo...

Jo, claro que me lo creo, ¡siempre estás muy liada, es normal que se te pase algo! La estrenan este próximo viernes, ya sabes que, cuando puedo, me suelo adelantar unos días al estreno para que la gente que me lea (la que sea, no me importa la cantidad) esté sobre aviso. Es interesante, no tan buena como seguramente se cree Emmerich, pero tiene su aquel.