Hace no muchos años, no me habría creído que alguien me dijera que una película hecha a mayor gloria de Matthew McConaughey merecía la pena. Y, sin embargo, soy yo mismo el que ahora escribe esa frase para referirme a El inocente, un más que interesante drama judicial protagonizado por este actor que hasta ahora habría tachado sin pestañear como aburridísimo. El filme convence por más cosas, pero especialmente por sus dos actores protagonistas, el ya mencionado McConaughey y Ryan Phillippe, al igual que por los afilados diálogos de un guión que, eso sí, acaba con una carambola final difícil de digerir. A pesar de ese detalle, que no tiene en realidad tanta importancia (y que seguro que también tendrá sus defensores) y de algún que otro personaje que no queda tan bien perfilado como debería, El inocente es una notable película. No llega a ser lo que quizá pretendía, una reinvención contemporánea de uno de los géneros más viejos del cine (sobre todo norteamericano), pero indudablemente ofrece un buen rato.
McConaughey tuvo su momento de auge en los años 90, cuando trabajó con directores como Joel Schumacher (Tiempo de matar), Robert Zemeckis (en la infravaloradísima Contact) o Steven Spielberg (para la injustamente denostada Amistad), pero siempre fue más estrella que actor. El inocente supone para él la oportunidad de demostrar lo contrario. Oportunidad que aprovecha, por lo que no es absoluto descabellado decir que aquí ofrece su mejor interpretación hasta la fecha. Sabe darle a su personaje, un abogado poco convencional, el toque arrogante de la primera mitad de la película, el aroma del miedo que le asoma mediado su metraje y la humanidad con la que concluye el relato. Su personaje es, quizá, la puerta con la que Brad Furman, un director sin demasiadas credenciales previas, intenta reinventar el drama judicial, casi siempre protagonizado por abogados de profundas y nobles convicciones. Sin desvelar mucho sobre la trama, ese no es el caso de esta película y su protagonista.
Ryan Phillippe recupera los tonos más oscuros de su personalidad como actor (para entendernos, en las antípodas de su personaje en Banderas de nuestros padres, de Clint Eastwood) para dar una más que acertada réplica a McConaughey. El reparto en general (fantástico y sorprendente William H. Macy, muy adecuados Josh Lucas, John Leguizamo, Michael Peña o Frances Fisher) se configura como el mejor vehículo para dar vida a un guión lleno de ritmo y grandes diálogos. Quizá haya una carta que desplome el castillo de naipes, y es el personaje de Marisa Tomei, algo más desdibujado en el guión. Sus apariciones son demasiado forzadas, sus desapariciones más difíciles de entender. La actriz poco puede hacer para salvar lo que en el guión queda cojo, y sabe a poco prescisamente por las buenas y recientes actuaciones que había ofrecido en películas como la incomprensiblemente casi desconocida Antes que el diablo sepa que has muerto (la última película antes de morir del gran Sidney Lumet, impresionante testamento cinematográfico) o la sobrevalorada El luchador, de Darren Aronofsky.
En contra de la película juegan el en apariencia descabellado y seguramente innecesario giro final y la realización cámara en mano, síntomas ambos de una modernidad que obliga a buscar el más difícil todavía y que se ha olvidado de que el clasicismo a la hora de escribir o a la hora de rodar puede funcionar igual de bien que el rupturismo vanguardista cuando así lo requiere el guión o el tono de una película. Quizá eso lo aprenda Furman según vaya sumando películas a su por ahora reducida y desconocida filmografía. A favor de El inocente, además de los actores y del guión (y más que el guión, los diálogos, rápidos, frescos y ágiles), suma el más que interesante prisma divergente que ofrece en los flashbacks, contados desde el punto de vista de diferentes personajes. Eso sí le da a la película una frescura inusual en este tan manido cine de abogados, más incluso que la personalidad del abogado protagonista, aunque ésta también sea bastante inusual en películas de este estilo.
El inocente (un cambio completo, y quizá no demasiado afortunado, con respecto a las intencioens del título original, The Lincoln Lawyer; hace referencia en el coche en el que se mueve el abogado, pero la verdad es que la película no da demasiados motivos como para que esa mención sea relevante) es una buena película. No alcanzará la cúspide de un género que acumula un buen puñado de obras maestras, pero sí garantiza un muy buen rato delante de la pantalla. Sin ser un menosprecio a sus responsables, que no hacen un mal trabajo en absoluto, uno no puede evitar que le venga a la mente lo que esto habría sido en manos de directores como el mencionado Sidney Lumet o con actores como Henry Fonda. Y entonces caigo en que ambos hicieron 12 hombres sin piedad. Desde luego, las comparaciones son injustas. Necesarias para entender el nivel de cada película, pero muy injustas. Porque El inocente, hecha en otra época, quizá hubiera estado mejor valorada que hoy en día. Aunque sólo sea por eso, se merece una oportunidad.
5 comentarios:
Pues, fíjate que yo la había descartado precísamente porque este Mac Conag... como se llame, me parece un pésimo actor que solo se interpreta a si mismo, y como dices , aburre soberanamente. Quizás se crece y ha encontrado en esta película un papel en el que lucirse. La tendré en cuenta si la cartelera no me ofrece nada más apetecible, pero porque lo dices tú y yo me fío de tu criterio, jajajaja
besitos
Jo, pues sí, a mí es un actor que no me convencía nada, pero aquí está francamente bien. Ya me contarás qué te aprece si la ves, ¡qué responsabilidad que te fíes de mí, je, je, je...!
Le daremos una oportunidad después de leerte!! ;)
He visto el trailer en el cine y tiene buena pinta, me la apunto, aunque no sé si me dará tiempo a verla en cartelera, se me acumulan los títulos!!
Van, no será el peliculón del siglo, pero creo que se la merece.
La pequeña Meg, entonces te pasa como a mí, je, je, je... Tantas películas y tan poco tiempo...
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