miércoles, septiembre 10, 2008

Recuerdos de la Tierra Media (y 3)

Esta vez sí. Esta vez sí vi el pase de prensa. Esta vez sí pude deleitarme antes que los demás. Esta vez sí pude descubrir las maravillas de la Tierra Media antes que el resto. Y por eso fue tan especial el escalofrío que recorrió mi espalda cuando vi a miles de jinetes de Rohan cargar contra un ejército aún más numeroso de orcos, en los campos de Pelennor, a las puertas de Minas Tirith. En ese momento sabía que estaba viendo una escena única, porque nadie la había realizado antes con tanta maestría. Inimitable, porque después nadie la ha podido siquiera igualar, demostrando que es falso que una escena así sólo depende del dinero que gastes en efectos visuales. Inolvidable, y para esto no hay más motivos que los que dicta el corazón. Una de esas escenas que se te meten en la cabeza para nunca más salir.

Un espléndido discurso del Rey Theoden y me vi gritando "¡Muerte!" con él y con los Rohirrim. Una música inolvidable de Howard Shore, que empieza con los suaves toques celtas que ya había escuchado en Las dos torres y que termina como una fanfarria hermosa e inspiradora. Magia, pura magia. Alrededor, Peter Jackson monta un glorioso espectáculo de dos horas y media, pero lo demás ya no importaba tanto. La magia ya me había alcanzado para siempre con esos escasos minutos. Sobre decir que la carga de los jinetes de Rohan es, para mí, la mejor escena de toda la trilogía de El Señor de los Anillos. Es emotiva. Es espectacular. Es hermosa. Es una lección de dirección y montaje. Es puro cine.

Y, lo que es mejor, es puro cine dentro de una película maravillosa. No hizo falta mucho para darme cuenta de que mi percepción al salir de Las dos torres era un error. No iba a ser esa la película que todos íbamos a recordar de esta saga, no. Tenía que ser El retorno del Rey.Si había motivos para adorar la primera parte, motivos que se vieron superados en la segunda, la tercera película los había de multiplicar. Cada escena, cada instante, cada diálogo, cada imagen, es digna de recordar por algo. La Academia lo entendió y recompensó la película con 11 Oscar, tantos como Ben-Hur y Titanic. Hubo quien no entendió la parte final, esa que muchos vieron innecesariamente alargada (se me ocurren hasta cinco puntos donde podría haber acabado y, de hecho, recuerdo que en uno de ellos hubo mucha gente que se levantó en el cine), pero mirad bien la película. Nada podía darse por acabado sin que Sam lo dijera.

Hasta llegar ahí, El retorno del Rey ofrece un recital de cine espectáculo moderno, capaz de llegar a todas las audiencias. Habrá quien se deleite con el mejor efecto digital jamás creado (Ella-Laraña). Habrá quien capté la poesía de la magia blanca de Gandalf para salvar a los jinetes de Gondor que comanda Faramir del ataque de los Nazgul en sus criaturas aladas. Habrá quien llore con la historia de amor a medio camino entre la maldición y la salvación entre Aragorn y Arwen. Habrá quien entienda la hermosura que esconde la prodigiosa secuencia en la que Faramir intenta recuperar Osgiliath para su padre (con un espectacular preludio en el que el hijo del senescal le pide que, si regresa, piense mejor de él, y éste le responde con un demoledor "eso dependerá de la forma en la que regreses"). Hay quien se deleitará con la belleza visual y musical del encendido de las almenaras. Hay escenas para todos los gustos.

No, no me olvido de la esencia de la historia, del Anillo único. Gollum sigue siendo tan impresionante como en la segunda película de la saga (todavía se me ponen los pelos de punta cuando se le oye cantar fuera de cámara con Frodo perdido en las cuevas de Ella-Laraña), aunque ya no tenga el protagonismo inusitado que le dio en la anterior película su escena de conversación consigo mismo; Sam cobra mucha más fuerza (no en vano se ve obligado a cargar con el anillo durante una parte de la historia) y Frodo llega al final de su duro camino. Y todavía me sigue sorprendiendo que haya tanta gente que prefiera quedarse con unos supuestos elementos homosexuales en la relación entre los dos hobbits, en lugar de entender lo que están viendo: una hermosa historia de amistad incondicional.

A pesar de todo el cariño que profeso a El retorno del Rey, y que se acrecienta a cada visionado de la película que hago, reconozco que todavía no he sido capaz de perdonar a Peter Jackson por eliminar tres escenas de la película, tres escenas que después se vieron en la edición extendida en DVD y que considero imprescindibles: la presencia de Saruman al principio (dicen que no le sentó nada bien a Christopher Lee), el enfrentamiento entre Saruman y el Rey Brujo (que incluso nos había adelantado en uno de los trailers de la película) y la aparición de la Boca de Sauron en las Puertas Negras de Mordor, antes de la batalla final. La revelación que hace a los héroes de esta historia, cambia por completo el espíritu con el que Aragorn (ahora sí y para sempre el Aragorn soñado) se lanza contra los orcos de Sauron y se pierde una belleza épica indescriptible.

Hubo otro momento que me generó muchísimas dudas al ver la película, que es el combate final del Rey Brujo frente a Eowyn (un magnífico personaje que se ganó mis simpatías por encima del otro gran nombre femenino de la historia, el de Arwen). La leyenda dice que ningún hombre puede matarle y Eowyn se alza poderosa gritando "¡Yo no soy ningún hombre. Soy una mujer!". Y ahí pensé que era la típica y molesta concesión feminista que a Hollywood tanto le encanta. Pero no. Tolkien ya lo escribió así en su día, cerrando una más de las hermosas leyendas que creó y que tanto han alimentado la imaginación durante tantas décadas y generaciones. Pero todo lo demás no genera dudas. Genera, en cambio, ilusión, diversión, entusiasmo y deleite.

Y a pesar de lo que le pueda reprochar a Peter Jackson, a pesar del recuerdo en la memoria de las dudas que me generaba su elección (sí, Tu madre se ha comido a mi perro), al final no pude más que levantarme y aplaudir por la magna obra que realizó. Y por darme la posibilidad de verla junto a la persona que conozco que más cariño le tiene a esta Tierra Media que tantos recuerdos deja.

3 comentarios:

Reverendo Pohr dijo...

Vaya año 2003! En pocos meses vi las dos escenas más espectaculares (a mi impactaron impresionantemente) que había visto nunca. Una fue, en Matrix Reloaded, la batalla en el muelle de Sion, con las UVT contra los centinelas. La otra, la carga de los Rohirrim contra la infantería orca. Ver esas caras de rabia eran increibles. Toda una puesta en escena realizada, por lo que ví en los extras,con la colaboración de jinetes cedidos por el ejército de Nueva Zelanda, país que se volcó con el rodaje (inverosímil, verdad?).

Siempre se ha dicho que los 11 oscars recompensaban más la trilogía que esta tercera parte. Aún así, es una película épica. Efectivamente, Howard Shore tuvo algo que ver: ganó dos oscars a la mejor Banda Sonora Original (por la primera y por la tercera parte) y aún nadie se explica porque no lo nominaron por la segunda parte. Para no abusar, tal vez.

Una obra maestra.

Reverendo Pohr dijo...

Erratas:

1) Quería decir "a mi me impactaron".
2) La batalla de Sion fue en Matrix Revolutions (3ª), no en Matrix Reloaded (2ª).

Litri dijo...

Gracias, Juan. Impresionantes tus tres posts. Hay frases que has escrito que realmente no pueden expresar mejor lo que refleja la película. Para mí la carga de los Rohirrim es también la mejor escena de la película, se me saltaron las lágrimas cuando Theoden (larga vida al Rey) entre la épica y la fatalidad arenga a sus hombres. Incluso llegué a encogerme en el asiento. La verdad es que cómo tú bien has escrito hay infinidad de escenas que se quedan para siempre en la memoria, y que gracias al cine hacen tomar a la historia de Tolkien un carácter extraordinario que difícilmente se pueden reflejar de la misma forma en las páginas de un libro. Un ejemplo claro es la sobrecogedora escena de las almenaras, simplemente mágica e irrepetible. Cuando pienso que a un loco genial como Peter Jackson le dio por invertir casi una década de su vida en crear tres películas, sólo puedo pensar, qué suerte haberlo vivido.