lunes, septiembre 22, 2008

Cuando las palabras no son necesarias

Decía Alfred Hitchcock que en una película es importante enseñar las cosas y que sólo había que utilizar la palabra cuando no hubiera otro modo de explicar lo que él quería que se viera en la escena. En el cine moderno pocos entienden esa lección y los guiones se pierden en explicaciones habladas y dialogadas. En palabras innecesarias, supérfluas, forzadas e inútiles. Que sobran, en definitiva, pero que se incluyen para dárselo todo masticado a un espectador que con demasiada frecuencia no reflexiona sobre lo que ve. No obstante, de vez en cuando hay luz en el túnel del séptimo arte. Hacía mucho tiempo que no tenía la sensación de ver una perfecta explicación visual en una película, un resumen visual y sonoro pero sin palabras de las emociones que sienten los personajes. Y Billy Elliot, película que no vi en su día y que rescato ahora gracias al maravilloso invento que es el DVD, me ha reconciliado con esa hermosa forma de ver el cine.

La forma simple de resumir Billy Elliot es como la historia de un chaval de once años al que su familia no le deja bailar. La forma compleja nos lleva al clásico escenario del cine británico de trasfondo más social. Un pueblo minero. Los obreros están en huelga y protagonizando duras protestas contra aquellos que han decidido trabajar. Entre los huelguistas están un padre y uno de sus hijos. El otro hijo, de once años, va a clase y práctica boxeo con muy pocas cualidades innatas para ese deporte de lucha. La madre de ambos murió hace no demasiado tiempo. Y en ese ambiente frracturado, Billy, que así se llama el chaval, descubre algo que le ayuda a olvidar la miseria de su vida: el baile. Pero el padre lo considera afeminado y le prohibe que siga bailando. El chaval le hace caso, pero la prohibición le reconcome por dentro. Hasta que explota.

Y explota en una secuencia que explica a las mil maravillas la lección de Hitchcock. Billy está enseñando a su amigo algunos pasos de ballet en el gimnasio. Aparece su padre en el gimnasio y le mira con una mezcla de ira y reprobación. En ese escenario, no hacen falta palabras para realizar una de las mejores secuencias de discusión que se han rodado en el cine moderno. El chico quiere gritarle a su padre con todas sus fuerzas que lo que quiere en la vida es bailar, que es lo único que sabe y desea hacer. Y el padre, que quiere prohibírselo porque tiene claro que el ballet no es adecuado para un chico, de repente se da cuenta de que ese chico tiene una oportunidad de hacer algo en la vida. Algo que él nunca ha sido capaz de hacer. Un sueño que la difunta madre de Billy le habría animado a hacer realidad. Todo eso se lo dicen a la cara. Sin palabra. En una secuencia inolvidable.

Billy Elliot es una película tremendamente simpática, una de esas modestas producciones que se abren hueco en la mastodóntica industria del cine sin hacer mucho ruido gracias a un buen trabajo. Muy bien interpretada (reparto liderado por el joven Jamie Bell y por Julie Walters, nominada al Oscar a la actriz de reparto), con alguna que otra pequeña laguna en el guión, algún que otro personaje que aparece y desaparece sin ninguna explicación y algún salto en el tiempo no demasiado bien explicado, pero muy entretenida. Un cine necesario que en el Reino Unido siempre se ha sabido con categoría y sin perder un ápice de entretenimiento.

3 comentarios:

Mara dijo...

Billy Elliot... sabías que el chico es protagonista, ya crecidito, del video de green day Wake me up when september ends?? jeje échale un ojo ;) besitos!

C.C.Buxter dijo...

No sé si lo he dicho aquí, en mi blog o en otro sitio (al final uno ya no sabe dónde escribe...), pero cada vez me gusta más el cine que insinúa en vez de enseñar. De hecho, si pienso en grandes momentos del cine me acuerdo de escenas de este tipo: el espejo roto de "El apartamento", la despedida entre Custer y su mujer en "Murieron con las botas puestas", la cara que pone Ingrid Bergman cuando Victor Laszlo hace que toquen "La Marsellesa" delante de los nazis...

"Billy Elliott" es una película que me gustó mucho en su momento, y que, aunque parezca raro, me viene a la cabeza escuchando a algunas personas. En concreto, me refiero a la escena en la que Billy entra en la casa de su amiga, y el padre de ésta, con un periódico en la mano, le da una charla sobre macroeconomía aplicada a la huelga de mineros de su barrio; luego Billy le pregunta a ella que de qué trabaja su padre, y ella le contesta: "Está en el paro".

Argan dijo...

Enhorabuena Juan, porque acabas de definir perfectamente la esencia de una de las mejores peliculas que recuerdo haber visto nunca. Otro momento inolvidable, apenas con unos gritos, es la desgarradora mirada del hijo en medio de la huelga cuando ve a su padre dentro del autobús.
De las pocas películas que me han sacado las lágrimas agarradas a las sonrisas.