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Pero nadie, o casi nadie mejor dicho, se acuerda de Bitelchús... Pongámonos en situación. Después de trabajar como animador para Disney (recomiendo encarecidamente el corto Vincent, homenaje a ese mago del cine de terror que fue Vincent Price), de hacer algún corto (el delirante Frankenweenie, o cómo llevar el mito de Frankenstein al mundo de los perros...) y algún que otro trabajo para la televisión, en 1985 dirige su primer largometraje, La gran aventura de Pee-Wee, un vehículo a mayor gloria del cómico Paul Reubens. Con estas credenciales, un joven que no llega a 30 años encara su segunda película: Bitelchús (horrenda traducción española para Beetlejuice).
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Se trata de una comedia negra sobre el mundo de los muertos. Una joven pareja (Geena Davis y Alec Baldwin) vive feliz en una casa enorme de un pequeño pueblecito americano. Pero tienen un accidente de coche y mueren. Como fantasmas, se quedan atrapados en su casa. Ese rincón idílico se convertirá en la peor de sus pesadillas con la mudanza de una familia urbanita de lo más peculiar. La pareja usará todas las artimañas del mundo de los vivos y del de los muertos para hacer que se vayan. Y en estas aparece un curioso ser, llamado Bitelchús, un fantasma sádico y lujurioso, un peligro para todo ser, viviente o no, para, supuestamente, echarles una mano.
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La idea original era hacer una película bastante morboso y mucho menos cómica. Si finalmente acabó como la hemos conocido fue, sobre todo, por Michael Keaton. El actor, que da vida a Bitelchús, le pidió libertad a Tim Burton para hacer su personaje mucho más cómico. No deja de ser curioso que, a pesar de que su personaje da título a la película, Keaton apenas tardara dos semanas en rodar sus escenas, que no llegan ni siquiera a 20 minutos de los casi 100 de película... Con su desmadrado pero acertadísimo trabajo, no es de extrañar que sea el personaje al que más aprecio tiene Keaton. Y tampoco es de extrañar que provocara pánico entre los fans de Batman cuando se anunció un año más tarde que Keaton sería el héroe de Gotham City a las órdenes de nuevo de Tim Burton...
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Del reparto hay que destacar algunos nombres más. Winona Ryder, apenas una quinceañera, daba aquí sus primeros pasos cinematográficos en el papel de una adolescente siniestra y con capacidad para ver a los muertos. Juliette Lewis, que destacaría con El cabo del miedo unos años después, hizo una prueba para conseguir el papel. Cathetine O'Hara, una estupenda actriz de comedia (que ha hecho mucho doblaje de animación, incluyendo un personaje en Pesadilla antes de Navidad), consiguió su papel, madrastra apasionada por una escultura que no domina en absoluto, por una enfermedad de Anjelica Houston. Y Jeffrey Jones borda su personaje, un hombre cansado de la vida en la gran ciudad que busca el relax en el campo pero que no duda en lanzarse a cualquier proyecto comercial que le pueda dar dinero... incluso explotar la presencia de fantasmas en su casa.
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Cuánta imaginación derrocha Tim Burton y su equipo, especialmente en la recreación del mundo de los muertos. Cuántos detalles para no perderse tiene esta película, como ese viaje inicial por el pueblo que finaliza con la aparición inesperada de una araña (en un precioso homenaje a la ciencia ficción de los años 50 y 60) o el delirante baile calypso, por cierto un tema que propusieron Catherine O'Hara y Jeffrey Jones. Y cuánta imaginación derrocha Danny Elfman, autor de la banda sonora, compañero habitual de Burton en sus películas, con un desatado tema central y una acertadísima elección de temas y tonos para cada una de las escenas.
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Una delirante comedia fantástica, muy propia de su época, los añorados años 80. Y una buena muestra del cine de Tim Burton. Hay mucho aquí de Tim Burton para quien lo quiera buscar.
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