La idea de convertir una novela más reflexiva en un thriller de acción, con la guerra de Irak como telón de fondo pero no como argumento es, por sí sola, ambiciosa. Y eso es digno de aplaudir, más cuando la película sale de una industria tan maltrecha como la española. Que la factura final del producto sea espléndida, más elogiable todavía. Que el trabajo interpretativo sea especialmente convincente, también. Pero algo no cuadra en Invasor. Es indudable que tiene muchos elementos admirables, secuencias más que interesantes y papeles destacados, pero algo falla en la premisa de la película, en su desarrollo y en su ensamblaje argumental. Una vez más es complicado hacer una correcta evaluación sobre qué es lo que falla sin destripar bastantes de los giros en la historia, pero basta decir que el primero de los dos finales que presenta Invasor termina por demostrar que su desarrollo exige concesiones demasiado ingenuas por parte del espectador. No impide eso el disfrute de este castillo de naipes, pero tiene que quedar claro que es, efectivamente, un castillo de naipes.
Invasor deja una sensación muy parecida a la de Fin. Ambas son películas españolas que se zambullen sin complejos en el cine de género y consiguen un aspecto impecable, a la altura del cine norteamericano al que aspiran a parecerse (aunque Invasor destaca en eso y en Fin es precisamente lo que no termina de convencer). Ambas tienen elementos interesantes en muchos ámbitos, pero las dos dejan una cierta impresión de que algo no termina de enganchar. En el caso de Invasor, su principal problema está en que el detonante de la lucha de Pablo, un médico militar que vuelve de la misión española en Irak con alguna laguna en sus recuerdos y el deseo de saber qué sucedió en aquellos momentos que no tiene claros, no justifica muchas de las cosas que suceden después en la película. La película tiene dos finales y el primero de ellos, efectivamente, confirma este apunte. El alcance del misterio no tiene la suficiente entidad como para que el protagonista genere tanto interés por silenciarle y en tan elevadas esferas.
Prescindiendo de ese detalle, que lastra más la reflexión posterior sobre la película que el disfrute momentáneo en la sala, Invasor tiene como puntos fuertes una realización casi modélica y un espléndido reparto. En el primer aspecto, Calparsoro consigue un buen ritmo intercalando los dos escenarios del filme, por un lado Irak (rodado en Canarias, espléndido resultado) y por otro España, más concretamente Galicia y La Coruña. Las escenas de acción en ambos están rodadas con notable competencia, aunque pueda resultar ligeramente molesto el movimiento de la cámara en la persecución que sirve de clímax a la película. No hay tacha alguna en ningún aspecto visual de la producción, nada parece falso y es muy fácil zambullirse en el universo que plantea Invasor y disfrutarlo, y lo único que parece fuera de lugar son unos pequeños insertos que pretenden generar impacto pasada la introducción del filme, que buscan acentuar la amnesia del protagonista y que tampoco parecen demasiado justificados o necesarios.
Los actores funcionan a la perfección, aunque solo se profundiza en el personaje de Pablo (un siempre interesante Alberto Ammann, gran descubrimiento de Celda 211) y su vida familiar, con su esposa Ángela (Inma Cuesta) y su hija Pilar (Sofía Oria). El desarrollo de esta parte es más que notable. Sin embargo, nada sabemos del pasado o del presente del compañero de Pablo en Irak, Diego (Alberto de la Torre), más allá de lo que es estrictamente necesario para que la película avance. O del soldado pelirrojo (un inquietante Bernabé Fernández) que les escolta y vuelve a España al mismo tiempo que ellos. Con Baza, el personaje de un espléndido Karra Elejalde, esa ausencia de funcionar puede funcionar mejor. De hecho, es la apuesta sobre la que se sustenta la película. Él tiene que dar vida y voz a todas las amenazas a las que se enfrenta Pablo sin convertirse en un villano de cartón piedra, desmadrado y sobreactuado, y lo consigue en buena medida. Solo falla el aspecto antes mencionado, que realmente no parece necesario llegar tan lejos por el detonante de la historia.
En su cartel, Invasor se promociona con la pregunta "¿Arriesgarías todo por contar la verdad?", pero en realidad la película no va por ahí. Esa es la parte del thriller, la que desemboca en el frenético final, pero no lo que sale del corazón del filme. Lo que quiere contar es qué clase de persona queremos ser, qué acciones estamos dispuestos a asumir y cómo pagamos por la responsabilidad de nuestros actos. Y ese dilema sí lo plantea con acierto el filme. Calparsoro lo rueda con pasión, superando en las escenas de Irak su anterior acercamiento al cine bélico (Guerrerros) y sacando lo mejor de sus actores. Con ellos, el entretenimiento parece casi asegurado en Invasor, a pesar de que sea inevitable pensar que le falta algo para ser una película redonda. Y su final, el segundo de esos dos finales, lo que plantea es un fondo de mucho más calado del que en realidad ha pretendido la película. Con esa última secuencia, un nuevo debate se apodera del filme cuando ya ni siquiera nadie está pensando en él. Y la duda de si eso es buscado o simplemente una casualidad también afecta a la sensación que deja la película.
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