miércoles, diciembre 05, 2012

'El capital', insuficiente crítica a la economía depredadora

El capital no cuenta nada nuevo. Esa percepción, teniendo en cuenta de que la película pretende ser una precisa crítica a la economía capitalista y a los actuales agujeros negros en que nos ha metido el vergonzoso manejo de los números por parte de impresentables tiburones financieros, ya obliga a pensar que la crítica que emana de la última cinta de Costa-Gavras, es insuficiente. Lo es porque en el fondo no hay en su interior mucho más de lo que cualquiera podría decir sobre este asunto. No ya cualquier cineasta, sino cualquier persona medianamente informada por los ya demasiado desinformadores informativos o periódicos de cada día. Que el de las altas finanzas es un mundo frío, deshumanizado e interesado ya lo sabemos todos sin necesidad de ver El capital. No se puede decir que la película no funcione hasta cierto punto o que no tenga indudables elementos de interés, pero a Costa-Gavras se le escapan entre los dedos ocasiones de hacer una película diferente o de buscar una conclusión original sobre lo que ya sabíamos sobre el poder y la corrupción del dinero.

Gad Elmaleh da vida con suma brillantez a Marc Torneuil, mano derecha del presidente del mayor banco francés que se convertido en su inesperado sucesor a causa del infarto que sufre aquel. Por supuesto, su nombramiento tiene mucho de ficticio, de interesado. Para todos los implicados, supone una maniobra con la que sacar partido de alguna manera. Los grupos de poder internos esperan que fracase para quedarse su sillón. Los grupos de poder externos creen que pueden manejarle para que lleve al banco a los terrenos que les son más propicios. Y el propio Torneuil cree que puede lidiar con ambas partes para, con tejemanejes que bordean la ilegalidad por ambos lados de su frontera, acabar saliéndose con la suya y lograr sus dos únicos objetivos, no ya en esta tesitura concreta sino en la vida en general: poder y dinero. Es, evidentemente, un fiel retrato de lo que tiene que estar sucediendo en una ingente cantidad de consejos de administraciones de bancos y empresas a lo largo y ancho del planeta. Es, en ese sentido, una crítica sencilla por conocida porque asalta los titulares día sí, día también.

¿Qué aporta Costa-Gavras al tema? Es una historia directa, franca, incisiva. Está bien realizada y conducida, y tiene un personaje protagonista carismático que llena la pantalla a pesar de las imperfecciones de su cincelado cinematográfico. Pero cuando queda claro que Costa-Gavras no quiere héroes en su película, ni va a ser benevolente con ellos, el panorama comienza a hacerse previsible. De hecho, en algunas ocasiones, es casi una explicación de manual de primaria lo que hace el realizador para criticar con fiereza a la clase dirigente en las esferas económicas. A veces incluso se acerca a una manipulación que no parece necesaria para narrar una realidad que ya por sí sola es aterradora. A modo de ejemplo, la subtrama con la modelo Nassim (Liya Kebede) carece de fuerza, encuentra un final un tanto inverosímil y potencia la sensación de que más que una crítica, que es lo que parece que quiere ser la película, estamos ante un retrato más simple de lo que puede parecer. Y hay mucho de manipulación en el personaje de la mujer de Tourneuil, que parece introducirse en la historia solo para conducir sensaciones del espectador de una forma algo plana.

El capital es, efectivamente, una película contundente por su temática. Pero también previsible y algo fácil, en lo argumental y en lo cinematográfico, como en el recurso de arrancar y concluir con el protagonista mirando a cámara o el fácil papel de Gabriel Byrne, vía webcam en su gran parte. No tiene, por ejemplo, la audacia y la humanidad de Margin Call, un filme sobre la crisis y sus efectos que sí me parece imprescindible (y por desgracia no demasiado conocido) y está lejos de ser un filme redondo en sus objetivos, en sus planteamientos y en su ejecución. Por supuesto, eso no limita sus logros, algunas escenas formidables como las conversaciones entre Tourneuil y su especialista sobre Japón en Londres, la entusiasta e idealista Maud Baron (Céline Sallette). Pero es difícil desprenderse de la sensación de que temas como este pueden dar mucho más de sí en una película. Entretiene, sín duda. Pero su grito crítico se antoja bastante insuficiente. Incluso discutible visto el trato que reciben unos y otros personajes.

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