Furia de titanes, en general, no gustó demasiado. Aún asumiendo que no es en realidad una buena película, yo sí le encontré un toque de buen entretenimiento, quizá más procedente de la nostalgia que de sus méritos reales, pero me pareció una película que podía sostenerse si uno no tenía demasiadas pretensiones. Su éxito en la taquilla convirtió en inevitable la secuela. Y aquí tenemos Ira de titanes, dos años después del estreno de la primera. Como cabía temer, la continuación no sólo no es mejor que la original sino que liquida los elementos salvables de la primera. Y eso que intenta por todos los medios repetir los esquemas del filme de hace dos años, agudizando una estructura de videojuego que ya amenazaba con mermar el éxito de aquella, lo que además supone un problema añadido porque ya lo hemos visto. No hay sorpresas y sí muchos elementos introducidos con calzador, se pierde el carisma de las criaturas mitológicas que aparecían en Furia de titanes y todo queda en manos de una nerviosísima dirección de un Jonathan Liebesman que no es capaz de parar de mover su cámara en ningún plano.
Lo que más sorprende de Ira de titanes es que se trata de una fotocopia de Furia de titanes. Cambia el malo (Ares, interpretado por un plano Edgar Ramírez), cambia la chica (aquí una correcta Rosamund Pike), cambia el peinado del protagonista (de nuevo un Sam Worthington insulso, pero más vapuleado)... pero todo lo demás intenta seguir los mismos patrones narrativos del filme original (hasta presentar, curiosamente, un epílogo muy parecido al de Immortals, con la que comparte la falta de espíritu). Los dioses necesitan al semidios Perseo para salvar el mundo, para lo cual, y en contra de su deseo de vivir como humano, se verá obligado a embarcarse es una búsqueda de información y de armas que le permitan, al final y a lomos de Pegaso, derrotar auna criatura mitológica gigantesca. Las dos películas, repito, responden al mismo esquema. ¿Cuál es entonces la razón de ser de Ira de titanes? Sobra decirlo, el dinero. La primera fue un exito de taquilla (casi 500 millones de dólares en todo el mundo, por un presupuesto de 125) y se espera que el tirón resista para ganar algo más de dinero con esta segunda parte. La propuesta, en todo caso, es muy pobre, porque ni siquiera consigue mantener lo que sí llamaba la atención de la primera película.
Ira de titanes pierde por completo el carisma de las criaturas mitológicas de Furia de titanes. Parecen casi forzadas continuaciones de lo que se vio entonces, cumpliendo una función de relleno y nunca narrativa. Además, Jonathan Liebesman agudiza la nerviosa e incontrolada forma de narrar que ya mostró en la correcta Invasión a la Tierra, lo que arruina en buena medida el diseño de producción, ya que es imposible una mirada pausada hacia criaturas y entornos, que deambulan a toda velocidad por la pantalla sin que el director sea capaz de mostrarnos nada con calma. Lo único bueno que se puede decir del trabajo de Liebesman, si es que se le puede atribuir a él, es que el 3D es bastante más decente aquí que en Furia de titanes. Eso sí, no era una tarea harto complicada debido a que esa técnica era el mayor timo de la película de Louis Leterrier, quien, sin ser precisamente un artesano, saca mucho más partido del material que tenía entre manos. Al menos la duración no sólo no se le va de las manos sino que recorta algunos minutos al filme precedente hasta quedarse en 99.
Todo eso, con ser parte de los defectos de la película, podría ser pasable si Ira de titanes tuviera un buen guión. Pero no lo tiene. La mayor parte de los personajes que introduce son anecdóticos (en especial Toby Kebbel interpretando a Agenor, semidios hijo de Poseidón). Los que repiten son más planos que en la primera entrega, incluyendo a Liam Neeson y Ralph Fiennes dando vida a Zeus y Hades, que seguro que se lo pasaron genial en el rodaje haciendo lo mínimo. Sólo hay una idea interesante, la construcción del Tártaro, pero su grandilocuencia visual queda algo desvirtuada por el nerviosismo de Liebesman, no sólo en cuanto a imagen sino sobre todo narrativamente por la forma en que los héroes entran allí, torpemente y casi sin ayuda divina. En realidad, es marca de la película el arruinar sus propios planteamientos narrativos, como evidencia la torpe inclusión final de un motivo romántico, por lo visto inevitable en el cine moderno pero que, vista la película, no tiene ni pies ni cabeza, o que un semidios siempre sea capaz de llevar a cabo tareas para las que se supone que habían sido necesarios hasta tres dioses en tiempos antiguos. Incoherencia pura.
Quizá fuera la nostalgia lo que, para mí, sostenía Furia de titanes. Puede ser, ya que fue una película vapuleada por casi todo el mundo, pero no me duelen prendas en decir que me entretuvo. Ira de titanes no, porque sus intenciones distan de ser las mismas que la del filme original. Ya tenemos lo que hizo aquella, como película y como producto de consumo, y la continuación parece tener sólo el ánimo de que cuantas más personas mejor paguen una entrada. En el momento en que empieza la película, sus responsables ya se han olvidado del espectador, al que ofrecen un mal filme, sostenible sólo si las exigencias están muy por debajo de lo normal y de lo permisible incluso a una superproducción de Hollywood. Los efectos especiales no están mal, pero, además de que Liebesman se carga parte de ese notable trabajo, creo sinceramente que ya ha pasado el tiempo en el que las imágenes por ordenador podían sostener un filme por sí solas. Ira de titanes es de esas películas que justifican la mala fama de los blockbusters americanos porque no aporta absolutamente nada nuevo a la mitología que utiliza como excusa y cae en errores de todo tipo. Los más graves, insisto, los narrativos. Porque hasta una mala historia puede estar bien contada y no es éste el caso.
3 comentarios:
Es curioso, yo había leído por ahí que, aún no siendo una buena película, mejoraba a la primera. Lo que tampoco es muy difícil, dicho sea de paso. Yo tuve bastante con una, ésta ya la veré cuando salga el DVD(rip).
He leido que esta mejor la segunda. Pero la verdad nada con SAm Worthington vale la pena digerir es gris, algo así como lo que le pasó a Orlando Bloom cuando lo despojaron de la caracterizacion de Legolas.
Ampersand, pues yo he leído lo mismo, pero no estoy de acuerdo, prefiero con mucho la primera, aún asumiendo, como digo, que no es buena en sí misma.
La Machaca, te digo lo mismo... La verdad es que no le veo yo tampoco gran cosa a Worthington, no...
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