El western es sin duda el género más norteamericano del cine. Pero hay un subgénero del western que no tiene nada que ver con Hollywood. Se trata del spaghetti western. A mediados de los 60, desde Europa también se quiso explotar el filón. Estas películas solían estar producidas por un estudio italiano, contar con un reparto europeo y muchas veces bastante español y, en algunas ocasiones, contaban con una estrella norteamericana. Los rodajes en España (Almería se convirtió en el paraíso de este subgénero) llevaban a los guionistas a ubicar sus historias en la frontera estadounidense con México. Los escenarios siempre tenían un aspecto sucio, usado, algo decandente. Pocos duda de que la quintaesencia de ese subgénero está en la trilogía del Hombre sin Nombre, las tres películas que rodó Sergio Leone con Clint Eastwood como protagonista.
Eastwood no había conseguido todavía dar el salto al cine y era por aquel entonces la estrella de la serie de televisión Rawhide, también un western. Y Sergio Leone, con quien había pupitre en sus años de estudiante, se acordó de él tras no poder conseguir a Henry Fonda, James Coburn o Charles Bronson. La película iba a llamarse El magnífico extranjero, pero apenas tres días antes del estreno cambió su título por el de Por un puñado de dólares. En realidad, se trataba de un remake no autorizado de la japonesa Yojimbo, de Akira Kurosawa (que demandó y arruinó a la productora, que no pudo pagar a Leone por su trabajo... casi obligándole a seguir en el futuro el camino abierto por este film). Y aunque mucha gente piensa que este fue el primer spaghetti western de la historia, cuando se rodó ya había en torno a una veintena de películas del subgénero. Sí fue la primera en tener distribución internacional, aunque a Estados Unidos llegó nada menos que tres años después de su rodaje.
Por un puñado de dólares, con su escaso presupuesto, tiene mucho de icono. Por un lado, la apariencia del Hombre sin Nombre (a la que Eastwood contribuyó mucho, sobre todo los cigarros negros que compró en una tienda en Beverly Hills). Por otro, la inolvidable música de Ennio Morricone (látigos, campanas y coros que rompieron la apariencia habitual de la música de western americano), compositor que al principio no convenció a Leone, hasta que escuchó la música con la que el genial músico abre la película. El propio Leone explica la diferencia entre el western tradicional y el suyo: "En John Ford se mira por la ventana con esperanza. Yo muestro a alguien que tiene miedo de abrir la puerta. Y, si lo hace, recibe una bala entre los ojos". La violencia, por tanto, es una de las características del género (la que más recelos despertó, sobre todo en Estados Unidos) y está muy presente a lo largo de toda la película.
El gran e inesperado éxito de taquilla provoca que Eastwood y Leone vuelvan a unir fuerzas apenas un año después. Como en la primera película, Leone vuelve a contar con Gian Maria Volonté como el villano de la función (si es que se puede hablar de héroes y villanos en un escenario tan inmoral como el de estas películas), y completó el trío protagonista con un soberbio Lee Van Cleef. El título de la película hace referencia a la introducción en la trama de los cazadores de recompensas, tipos que iban viajando por los pueblos del oeste capturando (normalmente más muertos que vivos, en línea con la violencia deseada) a los delincuentes de los carteles de Se busca. Con un mayor presupuesto, Leone realza todas las cualidades de su primera cinta del subgénero, sobre todo con un precioso final, la apoteosis de su técnica de montaje y primeros planos, realzada con belleza por la música, de nuevo, de Morricone.
La muerte tenía un precio multiplica el éxito de Por un puñado de dólares. Y, de paso, el reconocimiento internacional de Sergio Leone. Una tercera película era casi obligada, y ahí Leone cumplió con un sueño infantil: la guerra de secesión americana. Con mucho más dinero, rodó la película más ambiciosa y compleja de las tres, la más larga y la más cruenta (como evidencia la absurda pelea entre los ejércitos del Norte y del Sur por el puente, un claro mensaje antibelicista, o la codicia sin límite de los tres protagonistas). Eli Wallach sustituye a Volonté como el aparente villano de la historia y aporta un mayor toque de humor que su predecesor y sus dos compañeros de reparto. Muchos de los hallazgos de El bueno, el feo y el malo ya estaban en sus dos predecesoras, sobre todo en La muerte tenía un precio (el duelo final no es más que una recreación del anterior añadiendo un pistolero más), pero la ambición y, sobre todo, la mezcla con el episodio bélico, hacen que ésta sea la más recordada de las tres.
El Hombre sin Nombre en realidad tuvo tres. En Por un puñado de dólares, era Joe. En La muerte tenía un precio, Monco. Y en El bueno, el feo y el malo, además de ser el primero de los tres personajes citados (inolvidable la presentación de los tres, superponiendo el sustantivo que le correspondía a cada uno con un rótulo en pantalla), era simplemente el Rubio. No es el mismo personaje, aunque la iconografía, los comportamientos, la consira cínica y los ojos entornados sean los mismos. Pero esa es la magia del cine. Y la quintaesencia del spaghetti western.
1 comentario:
En estas películas, a Eastwood le pasa un poco como a Allen: no interpreta distintos personajes, sino un personaje que tiene distintos nombres y está en distintas circunstancias. No sé otros, pero yo, antes que ser Van Damme o James Bond, preferiría mil veces ser ese héroe cansado, el tipo duro que cabalga con un viejo poncho a lomos de su caballo, que te mira duramente mientras se fuma un cigarro (ahora estaría prohibido, claro: se comería una piruleta) y decide cuantos segundos de vida te concede.
El final de "El bueno, el feo y el malo" se me quedó grabado en la mente: Eastwood marchándose mientras deja atrás a un hombre semiahorcado que le suplica porque le salve la vida. Y al final, cuando dispara, el otro le grita: ¡hijo de mil padres! No entendía muy bien qué significa, pero tenía claro que no debía ser nada bonito...
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