Ayer tocó tertulia cinematográfica y uno de los temas que salió es el cine español. Sabe quien me conoce que no soy un especial entusiasta del séptimo arte que se hace en nuestro país. Creo que hay apenas un par de directores geniales e interesantes y, muy de vez en cuando, alguna que otra película interesante. Sé que no es bueno generalizar, pero es lo mejor que puedo decir para que nos entendamos. Y hablando de este tema me acordé de un texto que publicó Javier Marías en El Semanal allá por noviembre de 2002. C0incido plenamente con él. Para su lectura y, si queréis, reflexión, ahí os dejo el texto íntero de Marías:
"Vaya por delante esta declaración de dudas: cuantas más cosas actuales me parecen idiotas o incompetentes, más a menudo me pregunto si no seré yo el verdadero incompetente e idiota y el que nada entiende. Me ocurre esto mucho con el cine español. A las salas acudo poco, por falta de tiempo. Pero suelo leer las informaciones sobre rodajes y algunas críticas, y a tenor de todo ello deduzco que en nuestro país se forjan, desde hace algunos años, obras maestras en cadena o en serie. No se me escapa que hay un descarado proteccionismo hacia la industria cinematográfica patria, tanto por parte de las autoridades gubernamentales, autonómicas y televisivas cuando por parte de la prensa en pleno y de la crítica al completo. Ya quisiéramos los escritores tanto oxígeno e incienso para el sector del libro, que se las apaña como puede, sin ayudas ni subvenciones y con más de una zancadilla ministerial. Pero en fin, cree uno que pese a todo ese proteccionismo generalizado, un mínimo de verdad le sería debido al público, a los espectadores, y no parece el caso.
Ya digo, voy poco a las salas, de tal manera que veo las películas de mis compatriotas, casi siempre, unos nueve o doce meses después de sus estrenos, cuando las ponen en televisión por vez primera. Y con frecuencia las veo involutariamente, quiero decir que me sucede esto: una noche zapeo; en un canal de pago me encuentro con caras bien conocidas de nuestro cine y me quedo a mirar un rato, sin saber normalmente de qué cinta se trata. Al cabo de veinte o treinta minutos, estoy espantado o hastiado; pero qué malo es esto, pienso; o qué soporífero; o qué mal actúan todos estos actores; o qué diálogos pésimos o ridículos o inverosímiles; o qué trillado todo; o qué estúpido; o qué pretencioso; o qué chorras; o menuda gilipollez es ésta (ya saben, ante el televisor uno opina en silencio muy libre y malhabladamente). Entonces me pregunto, por fin, qué diablos será lo que veo y consulto la programación para enterarme. Y a menudo descubro que, lejos de ser alguna película desconocida y desdichada, una de esas que ni siquiera logró estrenarse -como había imaginado-, resultan ser las mismísimas obras maestras que un año atrás llenaron páginas y páginas en los periódicos y minutos y minutos en las televisiones y radios, sobre las que se nos hizo saber cómo fueron concebidas, ideadas, planeadas, escritas y realizadas, y en qué consistió la aportación de todos y cada uno de los que participaron en ellas, así como su historia, su prehistoria y su protohistoria, como si tuvieran la importancia social y artística, digamos de Lo que el viento se llevó o El acorazado Potemkin. Se trata de aquellas mismas películas que los críticos, con extraña y sospechosa unanimidad (parecen todos firmantes de un pacto), cada vez celebraron como algo glorioso y extraordinario, una cumbre, una cima, un pináculo y un pico. Y las que cosecharon infinidad de premios en forma de conchas, espigas, goyas, palmas, laureles y láudanos.
Y claro, uno, que se ha sentado ante el televisor con la película ya empezada, que ignoraba qué estaba viendo y por tanto se enfrentaba a las imágenes totalmente desprejuiciado, sin apriorismos, sin simpatías ni empatías previas hacia los responsables de cada invento, se queda muchas veces anonadado (no todas, no todas). Así que esto es aquella maravilla de la que tanto hablaron, piensa estupefacto. No, no puede ser cierto. Va y comprueba, mira las fichas artística y técnica y sí, sí, coinciden los actores y el resumen del argumento con lo que uno ha contemplado, que a menudo le parece un bodrio sin paliativos. Y entonces no tiene más remedio que preguntarse si no es uno mismo el imbécil y el incapacitado para apreciar el arte como es debido.
Ahora me he animado a ir dos veces a las salas. Una, por culpa de mi vecino Arturo, con cuyos juicios suelo coincidir bastante y que nos instó aquí a todos a abandonar cualquier actividad o tarea y correr a ver Los lunes al sol, saludada además como progresista portento por todo el mundo. Así que uno va lleno de ilusión, y en su estupidez ya crónica encuentra soporífero el tal portento y en modo alguno solidario con los parados, sino que cree, por el contrario, que deja a éstos por los suelos y que parece inspirado por empresarios pijos y por los responsables del decretazo, ya que estos parados no hacen más que vaguear y beber y apenas sí buscan empleo, como sostienen que ocurre en la realidad Aznar y su cuadrilla. Y acude uno a ver El caballero Don Quijote, por aquello de Cervantes y porque los críticos la ensalzan sin la menor reserva; y en su ignorancia uno la encuentra igualmente soporífera y larga, y solemne, y hueca, y de lo menos cervantino que se haya visto en la pantalla. Así que se vuelve a casa sumamente preocupado, y con dos opciones: una es preocuparse por la salud mental de sus compatriotas; la otra, por la suya propia. Y como es más aconsejable y fácil dudar de uno mismo que de muchos otros juntos, se jura no ver ya más cine español para no sentirse un desequilibrado, y se pone en el vídeo El hombre que mató a Liberty Valance de Ford o El gran dictador de Chaplin o Anatomía de un asesinato de Preminger, con las que al menos se siente sano y cuerdo y salvo".
1 comentario:
me ha gustado mucho este post. Yo tb tengo problemillas con el cine español. La verdad es que he visto poco y no todo me ha gustado.
¿A Isabel Coixet la podemos meter dentro de este saco? Porque ver películas como Mi vida sin mi no tiene precio...
Besitos!
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