El terror pasa por un momento bastante insatisfactorio, pero hasta en eso hay límites. The Lords of Salem los sobrepasa todos. La última película de Rob Zombie, supuesto especialista en el género, es una paranoia sin pies ni cabeza, con tantos agujeros que no hay espacio para describirle, sonrojante en su planteamiento y risible en su ejecución. Es difícil asimilar la cantidad de momentos vergonzosos que contiene una película que falla absolutamente en todo, empezando por la idea de partida que concibe el propio Zombie, autor del guión, para montar un esqueleto pobre, y terminando por un reparto encabezado por la esposa del director, Sheri Moon Zombie en el que aparecen algunos rostros conocidos para el viejo aficionado. Quizá la gracia esté en eso, en que todo sea tan lamentable, pero desde luego yo no he sido capaz de encontrársela por ningún lado.
La mención de Salem en el título es apetecible, la verdad. Toda historia que busque un punto de arranque en la historia de las brujas americanas tiene posibilidades de ser algo aterrador o, al menos, entretenido. Pero, por desgracia, The Lords of Salem no es ni una cosa ni la otra porque oscila entre la trampa y la memez, desprecia por completo a su personaje protagonista en la segunda mitad de la película, apuesta descaradamente por el exceso facilón, elude por completo las explicaciones simplemente porque es imposible dar alguna en este desaguisado y ni siquiera es capaz de ofrecer sustos convincentes. Basta decir a modo de ejemplo que el clásico plano en el que se enciende una luz para encontrar en un lado algo supuestamente aterrador es tan torpe que hay que mirar dos veces para darse cuenta de que hay algo.
Se intuyen en Zombie las pretensiones de seguir la maestría de La semilla del diablo de Roman Polanski a la hora de crear terror de un ambiente cotidiano y del David Lynch más desasosegante (en algunos momentos de Twin Peaks y en Mulholland Drive o Llamada perdida), pero es inabarcable la distancia que separa The Lords of Salem de estos referentes. El cuadro se completa con unas criaturas risibles, muy mal empleadas y chapuceramente construidas, que en absoluto contribuyen a crear una atmósfera aterradora. Y así, el único disfrute que queda está en ver a actores más o menos conocidos desfilando en personajes desarrollados con cierta torpeza y cumpliendo tópicos. Bruce Davidson (el senador Kelly de los dos primeros X-Men), Meg Foster (Evil-Lyn en Masters del Universo) o Dee Wallace (protagonista de E.T. El extraterrestre o Aullidos) hacen lo que pueden.
The Lords of Salem parte de una imposible base musical (ahora resulta que los adoradores del diablo del siglo XVII ya creaban sintonías de heavy metal), con unos personajes muy mal descritos en un lentísimo y tramposo prólogo y un tramo final tan absurdamente alocado que es de difícil clasificación. Insisto, puede que la gracia esté justo ahí, en que estamos ante una paranoia imposible, que llena la pantalla de ideas rocambolescas y pretendidamente transgresoras que, en realidad, no son más que una mezcla fácil de sangre y sexo. Puede que el aficionado al género le encuentre la gracia, sí. Pero viendo The Lords of Salem a mí sólo me queda añorar épocas pasadas en las que el cine de terror generaba justo eso, terror. No incredulidad o asco. Terror. Nadie dijo que fuera fácil, pero ésta película es que no parece funcionar ni en los niveles más bajos del gore. Al menos desde mi asiento. Puede que en el de otro espectador sí.
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