miércoles, febrero 22, 2012

'Infierno blanco', Liam Neeson, filosofía, aventura y el final

Cuatro ejes tiene Infierno blanco, la nueva película de Joe Carnahan. El primero es Liam Neeson, cuyo carisma se adueña de la película desde la primera a la última escena. El segundo es la filosofía que contiene el filme, algo light aunque deja algún que otro buen momento. El tercero es la aventura, inevitable en una historia que enfrenta al hombre y a la naturaleza, y que no está mal resuelta. Y el cuarto es el final, lo más esperado y lo más discutible de Infierno blanco. ¿Y qué sale de la conjunción de estos cuatro elementos? Una película sorprendente en muchos sentidos, a veces positivamente, a veces por lo contrario. Sus casi dos horas parecen excesivas para una historia de estas características, pero en realidad pasan en un santiamén. Entretiene, desde luego, pero el final es tan desconcertante que no es fácil tener claro si es una película a admirar o a una a dejar de lado.

No sé si muchos incluirían a Liam Neeson entre los grandes actores contemporáneos, pero lo que es indudable es que tiene un enorme carisma. En esta película es el protagonista indiscutible, ya desde una primera escena brillante en todos los sentidos, que define a la perfección al personaje y, en buena medida, los temas esenciales de la película. Neeson se adueña de sus papeles con una facilidad aplastante, no importa que sea un recio caballero, un espía sin memoria,. un salvador disfrazado de nazi o un hombre humanamente derrumbado. Él hace que la película cobre una dimensión más elevada de la que seguramente tendría con otro protagonista menos carismático (estaba previsto que el rol fuera para Bradley Cooper, que coincidió en El equipo A con Neeson y Carnahan), e incluso sortea con habilidad las escenas que menos le ayudan. El resto del reparto, más desconocido casi en su totalidad, pone de su parte, pero está en un segundo plano desde el principio, es simplemente funcional.

Carnahan, coautor del guión junto con el responsable del relato corto en el que está basado el filme, Ian Mackenzie Jeffers, introduce elementos filosóficos, incluso religiosos que no terminan de ser convincentes. Dejan elementos positivos en algunas escenas (qué bien le hubiera sentado al filme algún elemento más que sustentara la conversación con el cielo que mantiene Liam Neeson), pero en conjunto ofrecen un aire de cierta pretenciosidad que no benefician al conjunto de la película. Porque como aventura cumple a la perfección. Infierno blanco es una historia del hombre contra la naturaleza, la lucha de una serie de hombres para sobrevivir frente al frío y los lobos, y salvando alguna que otra pequeña trampa (sobre todo con el sonido) ofrece un entretenimiento y una tensión más que dignos. La película habría crecido más y mejor de haber contado un mejor equilibrio entre su parte aventurera y su parte más trascendente pero los vaivenes son constantes y Carnahan se acuerda de una y de otra parte a conveniencia, no con la naturalidad que exige la historia.

Y llegamos a su final. Recordemos que es una historia de lucha por la supervivencia, por lo que es importante saber cómo se resuelve, si esa supervivencia se consigue, cómo y por parte de cuántos de sus protagonistas. Ese pensamiento se tiene ya desde que la película deriva en esa tarea, muy al principio. No desvelaré nada, ni me gusta ni procede hacerlo, pero sí hay que hacer notar la trascendencia que ese detalle tiene en la historia. Más aún si tenemos en cuenta que Carnahan deja para después de los títulos de crédito un último plano, sólo un plano (¿no es rematadamente absurdo esperar cinco minutos de letras sólo para eso?) que pone en cuestión bastantes de sus planteamientos durante todo la película y hace dudar de cuál es el mensaje real que quería transmitir la película. Incluso es bastante discutible la necesidad de ese instante postrero, una vez que la decisión adoptada había sido la de terminar de una forma definida. Ese final podría debatirse, pero era un final. Lo que llega cuando nadie lo esperaba es desconcentante y perjudica a la impresión general sobre la película.

Infierno blanco proporciona momentos más que interesantes. Carnahan coloca con habilidad, aunque acaba cayendo en alguna pequeña trampa, las ensoñaciones románticas del personaje de Liam Neeson, rodadas y montadas con originalidad, y plantea con mucha astucia juegos de luces y de sombras (la aparición de los lobos junto al avión), también incluso juegos de sonido aunque también aquí haga trampa en alguna escena. E, insisto, presenta una secuencia inicial absolutamente hipnótica y fascinante. Pero el conjunto es algo irregular y deja la sensación de que podría haber sido mejor. Aún así, es una buena película de aventuras, rodada en unos deslumbrantes escenarios naturales de la Columbia Británica, en Canadá. Pero qué final tan extraño.

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