Aaron Ralston estuvo atrapado cinco días en un cañón rocoso de Utah. Aguantó las 127 horas del título de la película hasta que, al final decidió cortarse el brazo, que era lo que tenía aprisionado por una gran roca. Eligió mutilarse para vivir. Danny Boyle, un director para mí sobrevalorado y que conquistó a la crítica y a los premios con la insulsa y creo que cada vez más olvidada Slumdog millonaire, ha dirigido este filme en el que se cuenta la epopeya de Ralston. Un instante, sólo un instante, es lo que realmente interesa. Y más que el momento en el que corta el brazo, señalaría el instante posterior. ¿Qué hace un hombre cuando vive algo así? He ahí el punto de interés de una película que, siendo una historia real, se pierde en el juego de la irrealidad, que parece más interesada en innovar (no lo consigue) en aspectos formales que en apelar a la humanidad de todos y cada uno de sus espectadores. De pretensiones en apariencia similares aunque en la realidad no tanto, 127 horas se queda a años luz de Buried. James Franco, eso sí, ofrece un auténtico tour de force interpretativo.
Danny Boyle sigue considerándose un rompedor, un innovador. Quizá un rebelde. No hay otra forma de entender sus excentricidades visuales en 127 horas. La fuerza de esta historia radica en que sucedió realmente. Pero lo que nosotros vemos no es una recreación, sino una fotografía que distorsiona sus elementos de buen documento. Vemos planos divididos en tres (como la secuencia inicial; si pretende ser una especie de metáfora sobre el modo de vida actual, no le pillo la relación con la historia), vemos imágenes de videocámara, vemos fotografías desplazándose por la pantalla. Vemos mucho experimento visual que ya hemos visto en ocasiones anteriores, aunque seguramente no en un porcentaje tan elevado de una misma película. Si me preguntara cómo puede ser que la parte estilística le interese más a Danny Boyle que el drama humano de su protagonista, tendría que venirme a la memoria su anterior película. Slumdog millonaire era más un documental sobre la pobreza en la India que un gran filme. Con Oscars o sin ellos. Y aquí pasa lo mismo. Hasta Ralston dice que es casi un documental de lo que le sucedió.
El caso es que, o quizá a causa de eso, narrativamente la película tarda mucho en arrancar. Quizá porque el espectador lo que está esperando ver es ese angustioso cautiverio de 127 horas que sufrió Ralston y, en cambio, Boyle da muchas vueltas antes de llegar al fatídico momento en que cae a un desfiladero y una roca aprisiona su brazo. Y a partir de ese momento, Boyle prefiere centrarse en el mundo irreal, en las alucinaciones, en los flashbacks, en los sueños, antes que en su propio protagonista. James Franco consigue, no obstante, que las escenas reales, las que corresponden cronológicamente a esa tortura accidental, sean las mejores de la película. Sobrecoge, él sí, con mucha más categoría que su director en sus elecciones, cuando se pone delante de su videocámara y narra quién es, qué le ha pasado. O esa secuencia (muy alterada, eso sí, por Boyle), en la que se lanza preguntas y responde como si estuviera en la televisión (¿es muy descabellado trazar un paralelismo con la conversación que mantienen Gollum y Smeagol en Las dos torres, segunda entrega de la trilogía de El Señor de los Anillos?).
Indudablemente, James Franco es lo mejor de 127 horas, aunque la primera opción de Danny Boyle era Cillian Murphy (el Espantapájaros de las películas de Batman de Christopher Nolan). No es fácil estar presente en todos los planos de una película. No lo es, además, cuando la historia es tan dura como ésta. Y no lo es cuando supone, además, representar el deterioro mental de una persona que teme por su vida y que está sufriendo. No es que salga airoso del trance, es que lo borda. Boyle le suaviza algo la tarea dedicando bastante tiempo del metraje a los momentos previos al accidente, cuando Ralston se encuentra con dos jóvenes perdidas con las que actúa de guía por la zona. Distracciones que, seguramente, quieren evitar que el espectador se centre en la escena que, en realidad, le ha llevado al cine. Pero es inevitable. Esa escena es dura, con mucha sangre, pero quizá menos aprovechada emocionalmente por parte del director de lo que sería deseable.
El instante marca mucho más que los 94 minutos, y eso no dice nada bueno del trabajo de Danny Boyle. La película, al final, queda como un soberbio trabajo interpretativo y el empujón para averiguar más sobre una historia humana épica. Pero después de ese instante, el castillo se derrumba. El epílogo es largo y dice poco más. Como poco había dicho antes del accidente. Boyle no consigue cerrar la película bien ni a tiempo, ni entrar en ella con la fuerza suficiente. Y le resta valor con una moraleja más propia del manual de los jóvenes castores que de la narración de un episodio sobre la naturaleza humana. 127 horas se queda como el relato decepcionante de una historia apasionante y con un actor sublime.
5 comentarios:
Hmm...no es que fuera a ver la peli,y estando basada en un hecho real es distinto,pero aún así te has cargado todo el argumento,¿no? ;P
Yo este año me rindo a Colin y su discurso.
Muchos besos!!
Estoy convencida de que el trabajo de James Franco es encomiable porque , de entrada, no me parece nada fácil pero, la verdad, no me apetece mucho verla, y después de leerte las pocas ganas que tenía se han esfumado.
Estoy de acuerdo contigo sobre Boyle. Me parece un director absolutamente sobrevalorado!
Doctora, si ha sido así, pues pido disculpas, pero tenía la sensación de que esta película estaba vendida así, como la del tipo que se corta el brazo para sobrevivir.
María, yo sigo siendo fan de Origen, pero El discurso del rey, como ya comentamos, me parece maravillosa...
Jo, a mí tampoco me apetecía mucho por esa opinión coincidente que tenemos sobre Boyle. Pero me pudo la curiosidad a unos días de los Oscars, vaya...
¿Sigues siendo fan de Origen? Pensé que ya no quedaban tras Cisne Negro, jeje. Yo el otro día pude ver un fragmento de El Discurso del Rey y me encantó, tengo que seguir en cuanto pueda porque tiene pinta de irme a gustar mucho. No muchísimo quizás, pero sí mucho.
Y en esta coincidimos bastante, aunque no sé, a mí me tomó con el paso cambiado o algo y me emocionó y me gustó más que a ti, creo. James Franco está enorme.
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