Richard Nixon, tras dimitir como presidente de Estados Unidos, se sube a un helicóptero para abandonar la Casa Blanca por última vez. Antes de introducirse en el aparato, saluda a los presentes con ambas manos y justo antes de darse la vuelta, lanza una mirada penetrante y desafiante para quien la quiera entender. Al otro lado del mundo, en Australia y después de presentar su programa de variedades, David Frost está viendo ese momento por televisión. Y ese momento preciso le llama la atención. Arquea una ceja en señal de sorpresa. Le ha mirado a él. Le ha retado a él. Y entonces lo tiene claro: su misión será entrevistar a Nixon, a cualquier precio personal o profesional. Desde ese instante, probablemente una de las licencias ficticias que se toma la película, El desafío. Frost contra Nixon atrapa al espectador para no soltarlo en las dos horas siguientes. Dos horas de cine indispensable, de perfección casi absoluta en todos los terrenos.
El desafío narra los pormenores de la entrevista que Frost le hizo a Nixon tres años después de que éste abandonara la Casa Blanca, acuciado por el caso Watergate. Sólo por su valor histórico y político, esta película ya tendría una razón de ser. Pero va mucho más allá. Es un mensaje maravilloso sobre por qué muchos hemos soñado durante tanto tiempo con ser periodistas, es un ataque directo a la corrupción política, es un retrato de personajes brillante, es una lección magistral sobre cómo adaptar al cine una obra de teatro (con todo lo que eso debe suponer de expansión de escenarios, recursos narrativos e incluso personajes) es un prodigio de puesta en escena y es una maravilla en muchos de los terrenos que intervienen en la creación de una película, desde la magnífica partitura de Hans Zimmer o a la siempre adecuada fotografía de Salvatore Totino, pasando por un montaje brillante.
Hablaba de ese primer instante en el que Frost decide entrevistasr a Nixon, pero no es, ni mucho menos, el único que perdurará de esta película. La llamada telefónica de madrugada (un momento ficticio), el momento en el que un Nixon acorralado confiesa sus pecados (el escalofrío que me recorre la espalda durante el segundo que todo se queda en silencio sólo puede significar que ahí está la magia del periodismo... y del cine) la última visita de Frost a la villa de Nixon, la conversación en la que Frost invita a celebrar su cumpleaños a pesar de estar siendo vapuleado por el ex presidente... Y qué difícil es rematar una película y qué bien acaba El desafío. Porque, como dicen tanto Frost como Nixon, un duelo tiene siempre un ganador. Ambos saben quién ha sido pero uno no acaba de tener claro por qué perdió, cómo llegó a esa situación de soledad que tan bien describe el filme con un en apariencia simple plano final.
Ron Howard plantea casi un combate de boxeo. Los dos contedientes lanzándose sus mejores golpes, las dos esquinas en las que preparar el siguiente asalto, con sus respectivos preparadores (enorme el cruce de miradas entre ellos antes de la cuarta y última sesión de la entrevista) y cuatro rounds de una intensidad maravillosa. Sin artificios baratos, sólo con la puesta en escena, con una planificación de planos brillante y con unos actores que bordan sus papeles. Frank Langella intimida, emociona, enfada y asombra a partes iguales. Es la cumbre de su carrera, sin duda. Michael Sheen, que hace no mucho dio vida a Tony Blair en La reina (del mismo guionista que El desafío), está igualmente brillante. Ante una interpretación tan soberbia, quizá sea injusto decir que está un peldaño por debajo de Langella, pero lo que está claro es que su cara a cara en esta película forma ya parte de la leyenda. Las preguntas que se cruzan antes de iniciar la entrevista, el momento en el que Frost paga a Nixon el anticipo por la entrevista o la conversación telefónica a la que me he referido antes son sólo unas muestras.
Al director le facilita mucho la tarea el hecho de que Frank Langella y Michael Sheen ya dieran vida a los personajes en la obra de teatro en que se basa la película. Pero sería injusto no darle crédito a Ron Howard, un director que no parece suscitar demasiado fervor crítico. Supongo que no ayuda el hecho de que una de sus películas recientes más aburridas, Una mente maravillosa (brillantísimas actuaciones y poco más), fuera la escogida por la Academia para darle el reconocimiento en forma de estatuillas. Salvando un tufillo comercial en su forma de rodar (que no se ve demasiado en El desafío, y eso, por desgracia, probablemente le restará espectadores), es un tipo valiente, capaz de abordar todos los géneros con solvencia. Desde hace muchos años le cogí cierto cariño por esa maravilla de la fantasía que es Willow, y Cinderella Man me descubrió a un cineasta mucho más grande. Y El desafío le confirma definitivamente. Volverá al cine familiar (El Grinch), el de acción (Rescate, Llamaradas) o el más puramente comercial (El código Da Vinci) pero si cada pocos años nos deja una película de este calibre, merecerá la pena.
El desafío. Frost contra Nixon es una película para todos los que creemos que el periodismo sirve para algo, para todos los que nos metimos en esta profesión soñando con descubrir la verdad de las cosas, para todos los que tengan algún interés (por mínimo que sea) en la política (norteamericana o no), para todos los que sepan saborear una película llena de gestos, miradas y detalles que construyen una historia tanto como unos diálogos brillantes. Qué demonios, es una película que todo el mundo tendría que ver. Tan fascinante como indispensable.
3 comentarios:
Habrá que verla!
Blimunda, apúntala, apúntala, que merece la pena...
Me ha gustado mucho esta película, aunque me gustaría saber qué detalles son inventados y cuáles no. Supongo que la llamada de Nixon borracho es ficticia, pero ¿lo serán también los comentarios con los que trata de perturbar a Frost justo antes de empezar las entrevistas?
Una de las cosas que me han sorprendido es que Frost no fuese un periodista "serio", sino un showman, y además británico. Es como si Buenafuente entrevistase a Bush... no sé, es muy raro.
Me ha parecido muy interesante la caracterización de Nixon, que se muestra como un personaje obsesionado por la imagen que de él y de su mandato se tendrá en el futuro (me ha recordado a Aznar). Por otra parte, y al hilo de la actualidad, también es interesante la idea de Nixon según la cual un presidente a veces tiene que adoptar decisiones que no siempre se ajustan a la legalidad, si con ello se obtiene un bien superior...
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