Salir del cine con la sensación de haber visto una película perfecta no es corriente. Por eso, cuando sucede, lo mejor que puede hacer uno es saborear lo que acaba de ver, debatirlo, analizarlo, comentarlo, sacarle todo el jugo. Eso es lo que me pasó ayer con La duda, película que se estrena este viernes. Soy consciente de lo complejo que es defender una afirmación como ésta hablando de arte, pero es sencillamente perfecta. Salí del cine con la impresión de que nada sobra, nada falta, todo (lo que vemos, lo que intuimos, lo que se dice y lo que no se dice) tiene un sentido y todo lo que se hace en pantalla alcanza una brillantez exquisita. Es una película sublime que deja huella en el espectador, en el fondo y en la forma, que deja para el recuerdo dos o tres escenas brillantes, unos diálogos prodigiosos y unas actuaciones inolvidables. Una joya que, por algún extraño motivo, no figura entre las cinco nominadas al Oscar a mejor película a pesar de optar a cinco premios.
¿Qué hace La duda tan especial? Sin duda, por encima de todo, su guión. Es una película adulta que trata a los espectadores como personas inteligentes. Plantea debates, pero no da respuestas. Ofrece todos los elementos para que cada una de las personas que vea el filme saque sus propias conclusiones, pero no sentencia, no manipula. Ahí radica buena parte del valor de una película que se mueve en aguas peligrosas, en un tema complejo de tratar. El escenario de la película es un colegio religioso del Nueva York de los años 60, en el que acaba de entrar su primer alumno negro y en el que se libra un enfrentamiento (primero soterrado, después a tumba abierta) entre la directora del colegio, la hermana Aloysius (Meryl Streep) y el párroco de la iglesia, el padre Flynn (Philip Seymour Hoffman), todo ello bajo la atenta mirada de una joven e ingenua profesora, la hermana James (Amy Adams).
Pocas veces se encuentra una película que tenga un título tan acertado. Incluso más acertado en el original, Doubt, que en el traducido en España, La duda. Porque no es una sola duda lo que centra el interés del filme. La película es todo un tratado sobre las dudas de todo tipo, desde las espirituales a las personales, pasando por las sociales. Todos los personajes, por muy seguros que aparezcan en determinadas escenas, se mueve en escenarios de duda. La obra de teatro, por cierto, se llegó a representar en Madrid hace algunos años bajo el título de La sospecha, un título que desvirtúa bastante la carga de la historia. El autor de la obra, también guionista y director de la película, es John Patrick Shanley. Es más conocido por su faceta de dramaturgo y guionista, pero ha dirigio ya una película hace nada menos que 18 años. Y sorprende saber que esa película (que no he visto) es Joe contra el volcán, con Tom Hanks y Meg Ryan.
Tan importante como el guión son las interpretaciones. Meryl Streep es una diosa intocable del mundo de la interpretación. Nunca he sentido por ella el fervor que parece sentir toda la profesión, pero es obligado decir que cuando está sublime no hay actriz en el mundo que pueda superarla. Y aquí lo está. Compone un papel inolvidable, lleno de matices, enseñando todo un pasado que no se ve en la película pero que pesa sobre el personaje en todo momento. Y lo mismo se puede decir de Philip Seymour Hoffman, maravilloso como casi siempre. Amy Adams está igualmente brillante, y su presencia es todavía más reconfortante. Una actriz joven y guapa que podría quedarse en su imagen Disney (es la protagonista de Encantada) da un paso arriesgado y valiente. Que siga así y tendrá un lugar de honor en el mundo del cine. Y Viola Davis, en un brevísimo papel, es capaz de sobrecoger de una forma notable. Ellos cuatro y Shanley como guionista son quienes optan a un Oscar dentro de algo menos de un mes.
La conjunción de un espléndido guión y estos maravillosos actores deja, como decía, secuencias inolvidables. Destacan, por encima de todo y en un conjunto tan notable como homogéneo, el sermón del padre Flynn sobre el chismorreo (hermosísimo el relato sobre las plumas, toda una lección para la vida) y las dos escenas en el despacho de la directora: la primera con la presencia de la hermana Aloysius, la hermana James y el padre Flynn (se palpa la creciente tensión, desde el inicio de la charla, con temas intrascedentes como las canciones de Navidad hasta que por fin se descubren las cartas), y la segunda, en la que sólo están los dos personajes que rivalizan en la película, que confrontan sus distintas visiones de la vida y de la fe. Y el hermosisímo final, que deja una sensación de desasosiego y, sobre todo, de duda. Si alguien espera ver un alegato contra la Iglesia, se equivoca de película. Si alguien quiere encontrar una reafirmación de la fe cristina, también. Esto es, simplemente, cine. Puro cine. Sublime y altamente recomendable.
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