Veamos Solo ante el peligro. Un peliculón. Uno de los westerns más clásicos, una maravilla de película con un soberbio Gary Cooper y una bellísima Grace Kelly, dirigidos por Fred Zinnemann. Pues resulta que Solo ante el peligro no le gustó ni a John Wayne, el mito por excelencia del western americano, ni a Howard Hawks, un director recordado entre otras muchas cosas por su aportación al género. Y por eso hicieron Río Bravo. Otro peliculón. ¿Pero cómo es posible que un actor inmenso (por mucho que haya gente que piensa que era sólo un icono) y un director formidable no supieran apreciar los valores de esa obra de arte que es Solo ante el peligro? En realidad la respuesta a esa pregunta es muy sencilla. Solo ante el peligro socavaba sin remordimientos la esencia del western más puro. Y eso no lo podían aceptar como si tal cosas los puristas del género.
"Hice Río Bravo porque no me gustó un western titulado Solo ante el peligro. La vi más o menos a la vez que otro western y hablábamos de este tipo de películas cuando me preguntaron si me gustaba, y yo dije 'no especialmente'. No creía que un buen sheriff fuera a ir corriendo por la ciudad como un polluelo asustado pidiendo ayuda, y que al final su esposa cuáquera tuviera que salvarle. Esa no es la idea que yo tengo de un buen sheriff del oeste. Yo decía que un buen sheriff se daría la vuelta y diría '¿cuánto valéis? ¿Sois lo suficientemente buenos como para apresar a su mejor hombre?'. Los tipos probablemente responderían que no y él afirmaría 'bueno, entonces tendré que cuidar de vosotros'. Y esa secuencia salía en Río Bravo".
"Luego dije que había asistido a otro largometraje en el que el sheriff cogía un prisionero y éste se burlaba de él y le tenía todo preocupado y sudoroso soltándole 'espera a que te pillen mis amigos'. Y yo reflexionaba: 'eso es una tontería. El sheriff debería comentar algo como más te vale rezar para que tu amigos no te pillen porque serás el primero en morir'. Y a todo eso me dijeron '¿por qué no haces algo así?'. Muy bien, y creamos Río Bravo exactamente al revés que Solo ante el peligro y que esa otra película, El tren de las 3.10". Así lo explicaba Howard Hawks. Tiene su lógica.
Con ese planteamiento les salió, como decía, otro peliculón. Desde la memorable primera escena sin diálogo alguno (toda una una clase maestra de cómo explicar con imágenes lo que no hace falta explicar con palabras) hasta el espectacular final. Más cercana toda la cinta a la esencia más tradicional del western, si se quiere, pero otro peliculón tan inmenso como Solo ante el peligro. Toda una lección sobre cine rodada sin primeros planos (salvo el de las manos temblorosas de Dean Martin, uno de los mejores alegatos contra el alcoholismo, su personaje y ese plano, que se ha visto nunca en el cine). Hawks, viejo zorro, uso un truco espléndido para reforzar la presencia de sus personajes y de sus actores: construyó los decorados a una escala de 7/8, para que se les viera más grandes.
Río Bravo no es sólo una película excepcional para todo tipo de público, incluso para aquel que recela de un género como el western. Es además uno de los más bonitos cantos a la amistad que ha dado el cine norteamericano (destaca la hermosísima escena en la que Dean Martin, Ricky Nelson y Walter Brenan están cantando en las horas previas al enfrentamiento final, con John Wayne mirando; porque él era el duro, él no podía cantar). Es también una hermosa historia de amor, entre John Wayne (sí, John Wayne también se podía enamorar) y una irresistible Angie Dickinson. Es también un western, uno de los grandes. Pero sobre todo es cine. Puro cine y nada más que cine.
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