A lo largo de toda mi vida, sólo he dejado a la mitad tres películas. Si mi memoria no falla, la primera fue The Doors, de Oliver Stone (el cóctel de sexo, drogas y rock and roll de la vida de Jim Morrison cayó en mis manos siendo demasiado joven; es la única a la que le daré otra oportunidad en el futuro); Remando al viento, de Gonzalo Suárez (tan pedante como aburrida); y Crash, de David Cronenberg (un rocambolesco e imposible cóctel entre suicidas al volante y locos del sexo; no confundir con el más moderno Crash de Paul Haggis, película que por cierto tampoco me entusiasma a pesar del fervor crítico que suscita...). Ayer estuve a punto de abandonar una película por cuarta vez. Estuve a punto de pulsar el botón de Stop y mandar Irreversible al limbo del olvido. No lo hice, pero no por falta de méritos. Quizá porque sólo dura 93 minutos. Quizá porque, en el fondo, quería ver cómo acababa (o empezaba) aquello. Quizá porque, en el fondo, me da pena despreciar el trabajo de un cineasta (¿cineasta?).
Irreversible es la historia de una violación contada al revés. Cada secuencia empieza donde acaba la que veremos a continuación. Es un continuo flashback. Siend la forma un simple artificio que no sé hasta que punto sirve a la historia (pero que da que hablar de una película siempre y, en ocasiones, camufla los numersos defectos de un filme, como sin duda intenta ser el caso), pero me preocupa mucho más el fondo. En Irreversible no hay una historia, no importan demasiado los personajes, todo gira en torno a una única secuencia, la de la violación del personaje de Monica Bellucci. Estoy acostumbrado a la violencia en el cine, e incluso la defiendo como medio para contar una historia. Pero lo de Irreversible no es violencia. Es sadismo. Es la recreación más pura en un acto execrable. Los algo más de diez minutos que dura ese escena son lo más vomitivo y despreciable que he visto jamás en una película. Suficiente sin duda para dejar de ver una película.
Se abre el debate de la necesidad de mostrar ciertas cosas en pantalla. Y desde luego que ésto cuesta verlo. Muchísimo. Al espectador desde luego, aunque al director parece que en absoluto. Y lo digo porque en la primera parte de la película, hasta esa escena, los movimientos de cámara son mareantes, frenéticos, irreales y algo absurdos (cuánto daño ha hecho la steady-cam, que ha provocado que tantos directores se quieran vender como artistas sólo con mover la cámara sin ningún sentido). Es precisamente en esa escena cuando la cámara permanece por primera vez fija, vigilante, tratando de convertirnos a todos los espectadores en voyeurs involuntarios, deseosa de captar todos los detalles, incluso los más dolorosos, sádicos y deprimentes. Todos.
En esa primera parte de la película, sus responsables incluyeron un ruido de fondo en una frecuencia de 28 herzios, inaudible para el oído humano y muy similar a la que provoca un terremoto. Esa frecuencia es capaz de generar en las personas nauseas, vómitos y mareos. Esa, dicen, es la razón de que mucha gente se marchara de la proyección, algo que se convirtió en habitual. Tanto es así, que la revista Newsweek declaró que ésta era la película de la que más gente se había marchado en su año, 2002. No creo que tengan datos, pero lo que está claro es que recoge hechos ciertos. La gente se marchaba de los cines durante la proyección de esta película con cierta normalidad.
Por algún extraño motivo que yo no soy capaz de comprender, éste es un motivo de orgullo para los responsables de la película. No sólo incluyeron esa frecuencia en la cinta con el fin de provocar un malestar generalizado en los espectadores, sino que en el DVD francés se destaca que, de las 2.400 personas que vieron el filme en el Festival de Cannes, 200 salieron de la sala antes de que finalizara la proyección. En San Sebastián sucedió algo parecido. No concibo el cine como algo elitista, como algo que deba causar rechazo en el espectador, como algo que roce la nausea y lo enfermizo. A mí si me dicen que un elevado porcentaje de espectadores no ha sido capaz de aguantar lo que está viendo, me induce a no verlo. No soy tan morboso. Y, por tanto, no puedo valorar positivamente, nunca, jamás, una película como Irreversible.
Se me hace difícil entender cómo se puede hacer de una violación gráfica y explícitamente mostrada en la pantalla el eje de una película. Lo que vemos antes de la secuencia es un galimatías borroso, molesto y sin demasiado sentido. Lo que vemos después ya no importa después de haber asistido a semejante festival del horror. Y es después donde se puede ver cierto desarrollo (cierto, limitado y escaso para sostener una película) de los personajes, pero ya es supérfluo. Ya estoy fuera de la película, ya no tengo interés en el mundo que veo en la pantalla, sólo siento asco y perplejidad por la morbosa secuencia que he visto. Sin duda se habló mucho en su día de la película. Sin duda suscitó polémica. Pero es el morbo por el morbo. No hay cine en Irreversible. Sólo morbo. Y por desgracia vende. Yo he tardado seis años en caer en este morboso asunto. Ojalá no hubiera caído nunca. No es Irreversible. Es insoportable. En el sentido más amplio de la palabra.
1 comentario:
Eres un campeón. Yo no pasé de los 10 minutos. No sé si los ultrasonidos tuvieron algo que ver, pero dejé de verla porque me pareció un pastelazo en toda regla y tenía la sensación de estar perdiendo el tiempo. Eran aquellos tiempos en los que, si tardabas menos de 30 minutos en devolverla, el videoclub-cajero no te cobraba. Menos mal.
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