Tomarse la justicia por su propia mano es el punto de partida de docenas y docenas de películas y personajes de cine, ya desde los años 70, década en la que la violencia se apoderó de la pantalla para ya nunca más abandonarla. Por eso, la idea de El pacto no es del todo original. Pero sí es atractiva y este filme añade además un giro interesante a tan manida propuesta. Lo malo es que su desarrollo aquí es francamente inverosímil. Da para sostener una ficción entretenida, pero no para desarrollar una historia completa y satisfactoria. Nicolas Cage, en una de sus numerosas apariciones cinematográficas de los últimos años, tampoco parece ser el actor adecuado para dar vida a este profesor primero desolado, después desquiciado y finalmente capaz de las más complicadas proezas. Algún que otro momento bien llevado no termina de compensar la sensación que deja un final inverosímil.
Si alguien nos ofreciera una venganza limpia y que no nos involucrara contra alguien que hubiera atacado a una persona muy querida para nosotros, contra un delincuente que sabemos que la Justicia no juzgará en condiciones y a cambio sólo de un favor futuro que no nos especifica en el momento de la oferta, ¿aceptaríamos? Esa es la pregunta que plantea El pacto. Una pregunta tan atractiva como turbadora, porque abre un apasionante debate moral, algo que siempre enriquece una película. Pero es, por desgracia, una pregunta que se queda en la primera mitad de la película, para dar paso a un thriller más convencional y mucho menos arriesgado de lo que se podía intuir sobre el papel. Fascina la idea de que pueda existir una asociación clandestina que se dedique a algo así, a vengar a quienes no pueden vengarse, pero llega un momento en la película en que ese argumento se tambalea por todas partes y hace del todo inverosímil la premisa.
Es decir, que estamos ante la enésima buena idea que acaba perdida en la rutina del cine de acción moderno. Un poco la sensación que dejó, por ejemplo, Un ciudadano ejemplar, aunque aquella tenía más méritos que ésta. El protagonista (Nicolas Cage), un profesor de instituto sin especiales aptitudes físicas, se convierte de repente en un hombre imparable para la misma asociación que se nos vendía como un grupo lleno de recursos y posibilidades. En su primera parte, el personaje sí es creíble. Es un hombre desbordado, que sufre un duro golpe a través de su mujer (January Jones) y que se muestra dispuesto a firmar un pacto con el diablo para hacer justicia. También es fascinante el retrato del hombre que le ofrece esa justicia (Guy Pearce). Pero los tres se diluyen cuando el desarrollo desborda las posibilidades del argumento. Cuando el hombre corriente se convierte en un hombre excesivamente extraordinario y el hombre impresionante en un psicópata sin más.
Nicolas Cage se ha metido en una imparable vorágine laboral que le ha llevado a completar once películas en los últimos tres años. Y, siendo además un actor limitado, da la impresión de que a veces las hace con el piloto automático encendido. No sé si hay mucha diferencia entre este personaje y muchos de los otros que ha interpretado en este tiempo (inevitable pensar en la más reciente, Bajo amenaza). Tampoco hay química con su pareja, January Jones, una actriz muy fría. Guy Pearce sí convence, pero, insisto, sólo en la primera mitad de la película, cuando aporta un halo de misterio. Después todo se desmadra. Roger Donaldson, director de este filme, tiene cierto oficio, el que le ha otorgado director películas notables como No hay salida o Trece días. Pero no termina de cogerle el pulso a la película con el suficiente vigor (¿cómo habría sido esta película en manos de Sam Peckinpah?) como para marcar una diferencia con respecto a otros títulos que parten de premisas muy parecidas.
Vista sin demasiadas pretensiones, El pacto puede aguantar como un entretenimiento de bajo nivel, con algunas escenas que sí manienen la tensión necesaria y el interés por saber cómo va a continuar la historia. Puede, incluso, despertar el debate al que anima el planteamiento inicial y dejar para después de la película la pregunta de qué haríamos cada uno de nosotros ante una situación así y si podría existir una organización como la que se plantea. Pero lo cierto es que no convence y no engancha. Los personajes no terminan de estar bien desarrollados y los que sí lo parecen en algún momento acaban diluídos en una película corriente que, excepción hecha de Guy Pearce, no parece contar con el reparto adecuado. Película fallida.
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