jueves, enero 26, 2012

'The Artist', rareza embaucadora

Cada vez me pasa con más frecuencia que no encuentro la genialidad en los títulos que triunfan, sea en taquilla, en los premios o entre el público. Cuando esos tres campos se conjugan en un aplauso unánime, es cuando uno casi siente temor por alzar una voz discrepante. Pero es que The Artist me obliga a ello. Rendido el mundo cinematográfico entero a los pies de la película de Michel Hazanavicius, yo sólo puedo decir que me aburrió profundamente. Es más, me pareció tramposa. Y más aún, no tiene ni un solo rasgo de originalidad, más allá de coger algunas características de un cine perdido en el tiempo (que no en la memoria, el cine mudo de antaño es tan cine como el actual) y erigirse en una rareza que ha embaucado a medio mundo. Nada que decir a eso, pues el cine tiene la magia de embaucar a quien se deja, por las razones que sea. Y eso es muy personal. Pero conmigo no lo ha conseguido. Por muchos Oscar que gane el próximo 26 de marzo.

Es eivdente que no hay en The Artist trazos de originalidad. Situada en el Hollywood de los años 20, cuenta la historia de un gran actor del cine mudo, George Valentin (Jean Dujardin), que se cruza con una joven que comienza a abrirse camino en el séptimo arte, Peppy Miller (Bérénice Bejo). Mientras él ve cómo su estrella va decayendo con la llegada del cine sonoro, ella despunta como estrella en esa nueva forma de entender el cine, en el que la voz de los actores es clave para atraer al público. Sí, todo es tan previsible como parece. Sí, todos hemos visto Ha nacido una estrella en alguna de sus múltiples versiones. Sí, todos conocemos el homenaje a este momento de la historia del cine que supuso, con mucho más mérito y cariño, Cantando bajo la lluvia. Y sí, todos hemos visto los amargos retratos del mundo del espectáculo de Joseph L. Mankiewicz. Y si no, deberíamos. En cualquier caso, ahí está el origen de esta The Artist. Pero si Harvey Weinstein toca con su poderoso dedo un título de estas características, es evidente que acabará llegando lejos en muchos sentidos.

Llegados a este punto, procede insistir en la advertencia que, antes de que esta película adquiriera la fama que tiene hoy, no llegó a muchos espectadores. Es una cinta muda (sólo música a lo largo y ancho de sus 96 minutos) y en blanco y negro. Es decir, cosas que muchos espectadores de hoy en día tienen vetado, postergando desgraciadamente al olvido años y años de cine de verdad. The Artist quiere parecerse a un filme de la época en la que está ambientado, pero lo hace de una forma muy tramposa. Plagada de trucajes visuales contemporáneos, no tiene la textura de una película de antaño. El uso de los carteles con frases de los personajes, muy ausente durante la primera mitad del metraje y excesivamente necesaria en la segunda, impide que cuaje ese sabor anejo que busca. Además, cabe entender como una trampa su uso del sonido (en lo que podría ser la mejor secuencia de la película, el sueño en el que la estrella del cine mudo descubre el sonido sin capacidad para emitirlo él mismo), que excede la categoría de homenaje. Es una forma de recordar al espectador que no es una película de los años 30, una triquiñuela, un guiño al espectador contemporáneo.

La polémica ha tocado a The Artist por el lamentable uso que hace en una de sus escenas clave de la música que Bernard Herrmann compuso para Vértigo, obra maestra musical y cinematográfica. Que una película que quiere eirigirse en un homenaje al cine muestre tan poco entendimiento de sus reglas, asombra. Y casi indigna. Herrmann realzaba imágenes, secuencias, una historia, algo concreto, único y especial. Sacar la música de su contexto suena casi a insulto, y más cuando se usa para un subrayado clave y no para un homenaje puntual. Puedo comprender que Kim Novak dijera sentirse profesionalmente violada y desprecio profundamente el argumento usado por el director de este filme, Hazanavicius, afirmando que no es ilegal usar música de otras películas y que había pagado por ello. Menudo homenaje al cine, sí señor. Había leído sobre esta polémica, pero la tenía borrada de mi mente hasta el momento en que las notas de Herrmann inundan la pantalla. Hasta ese momento, The Artist no me había convencido en absoluto. A partir de ahí, directamente me cabreó. Mi mente salió de la película, empapada de la genial partitura del mítico compositor, y daban ganas de coger Vértigo antes que seguir hasta el final con este remedo de cine mudo.

Que nadie me malinterprete, The Artist no es una mala película per se. Está correctamente realizada, bien interpretada (a pesar de los encendidos elogios a Dujardin y Bejo, tampoco veo nada para lanzar cohetes y veo algunas trampas también en ese terreno; para mí la mejor interpretación es el mínimo papel de Malcolm McDowell), y ofrece una bonita historia sobre el Hollywood clásico. Pero en cierta medida me siento estafado. Es una rareza, eso está claro, porque el cine mudo ya no existe y la fotografía en blanco y negro está reducida a la mínima expresión. ¿Pero eso convierte a esta película en un producto sobresaliente? No, en absoluto. ¿Por qué debería? Dan ganas de ponerse a hacer listas de películas mudas que se pueden ver con el mismo agrado que ésta y que cuentan con el mérito añadido de haberse realizado sin trampas y con los medios de aquella época. Es difícil entender porque la a veces repetitiva banda sonora de Ludovic Bource (menos propia del cine mudo de lo que pudiera parecer) cede un momento cumbre a la música de Vértigo, metáfora de lo que es la propia película. Y, al menos a mí, me es complicado entender qué ha cautivado exactamente a tanta gente de un filme tan simple como éste.

4 comentarios:

Jo Grass dijo...

A mí lo único que me parece valiente, por no decir excéntrico, si quieres, es atreverse a hacer una peli muda y en B/N en los tiempos que corren. Ese punto disidente es el que me hizo pasar un buen rato. Y el perro, a quien adoptaría ahora mismo y pediría que le dieran a él la nominación y no a quien está nominado. Lo mejor es que la vi en un cine lustroso del centro, del tipo que no voy nunca porque proyectan las pelis dobladas, lleno de marujas con pieles y joyas que coronaban su tarde de chocolate con melindros, y la banda sonora la pusieron ellas, haciendo que me descacharrara de risa durante toda la proyeción, con comentarios en voz alta del tipo: ¿pero qué no habla? aquí atrás no se escucha. Que le digan algo al proyeccionista. Será posible... O, en el momento en que el actor repite una y otra vez la escena del baile, con la claqueta de entrada para cada toma, otra señora furiosa diciendo: Pero eso ya lo hemos visto, oiga!

En fin, lo de la Banda sonora de Bernard Herman es un delito, pero la que me regalaron estas señoras es de antología, por eso me da pena criticar la película, poque yo lo pasé estupendamente.
Besos

Jo Grass dijo...

Quizás también porque ahora que ha muerto KODAK, eso si es la muerte de un clásico, me hizo mucha ilusión ver un film en Blanco y negro. Nostálgica que es una!

Meg dijo...

Espero verla este fin de semana, quizás me pase como a tí, o quizás me entusiasme :-)

Juan Rodríguez Millán dijo...

Jo, eso está claro, hay un toque audaz, pero tampoco vi mucho más allá. Seguro que con esas 'amigas' tuyas la habría disfrutado más, je, je, je... Me sumo a esa nostalgia tuya...

Meg, pues a ver, ya me contarás...