jueves, abril 02, 2009

'Camino', polémica, sueños, fe y realidad

No puedo dejar de pensar que el cine es algo maravilloso. No importa todo lo que hayas oído o leído sobre una película. No importa que un título haya sido centro de la polémica durante meses y eso haya acrecentado las dudas que tengas sobre él. No importa que no suelas equivocarte en las ideas preconcebidas que tienes sobre un filme y que de éste esas ideas sean a priori negativas. No importa que forme parte de un cine que sueles rechazar. Nada de eso importa. Porque siempre, siempre, siempre te vas a encontrar alguna sorpresa. Y esa sorpresa, ahora, se llama Camino. Después de meses de polémica sobre el tratamiento que da la película al Opus Dei, de pensar que iba a ser un filme que no me iba a llamar mucho la atención (a pesar de haber recibido una recomendación muy entusiasta de una persona que se pasa de vez en cuando por aquí y por allá) y de las dudas que siempre me despierta el cine español, Camino me ha encantado.

Despachemos primero la polémica para poder hablar sobre la película. Y es que ese el exactamente el punto de vista que demanda Camino: cine antes que religión. Sectores religiosos la han entendido como un ataque directo a sus postulados y a su forma de entender la vida y la fe, por encima de sus valores cinematográficos. Aparte de las excesivas ganas que parece haber siempre en este país de sentirnos ofendidos por todo, la pega que le puedo poner a ese planteamiento es su excesiva simpleza. Camino no es una película sobre el Opus Dei. Camino, aunque la contiene, no es un vehículo de crítica a esta forma de ser religioso. Camino es la encantadora historia de una niña que se produce en un contexto determinado. Pero Camino va sobre esa niña, no sobre el contexto. Limitarse al contexto es tanto como rechazar las películas de ciencia ficción por el envoltorio o las españolas por ser españolas (mi rechazo se debe a la experiencia no al prejuicio).

¿Que es una película crítica con el Opus Dei? Desde luego. ¿Y qué? ¿Hay algo en la película inventado o tergiversado? No. En todas partes hay personas normales y en todas partes hay fanáticos. Todavía recuerdo que en la ceremonia de los Oscars de 1992 hubo una manifestación a las puertas del teatro para protestar contra El silencio de los corderos. Sus protagonistas eran transexuales que demonizaban la película y a su director, Johnathan Demme, por el simple hecho de que el asesino de la película era un transexual. Y a mí aquello, como esto, me parece demencial. Si protestaran todos los colectivos a los que pertenece cada villano de ficción, no tendríamos cine. Y si en lugar de dedicar tantos esfuerzos a polémicas baldías cada uno se dedicara a hacer su trabajo, las cosas irían mucho mejor. Y un detalle más: ¿es que aquellas personas con sentir religioso que trataron de masacrar la película no vieron a Dios al final? ¿Es que sólo hay una forma de sentir la fe? Si hay quien piense así, eso no es fe; es intolerancia.

Y ahora vamos a lo que importa, la película. El temor inicial a la hora de afrontar Camino venía por el director, Javier Fesser. Hasta ahora, había realizado dos películas: El milagro de P. Tinto y La gran aventura de Mortadelo y Filemón. Es decir, dos comedias disparatadas (y todavía me estoy arrepintiendo de haber pagado una entrada para ver la segunda). Saltar con éxito a un drama realista y hospitalario como éste parecía una tarea compleja. Pero lo hace de maravilla porque convierte ese en apariencia simple drama en una historia llena de matices, de rincones y recovecos en los que perderse. Camino no se queda en ver la agonía o las circunstancias religiosas de este durísimo trance. Camino es la historia, como decía, de una niña y el centro de la historia no es su muerte, sino sus ilusiones, sus sensaciones, sus creencias, sus sueños. Eso es lo que hace grande a Camino, que no se limita a ser un relato frío y duro, sino que desprende pasión y sentimientos por sus cuatro costados.

La clave para conseguirlo es Nerea Camacho, la pequeña de once años que interpreta a la protagonista. Es dificilísimo rodar con niños (más difícil cuanto más pequeños son) y hay pocos chavales con el suficiente carisma para llevar por sí solos el peso de una película. Nerea lo hace a la perfección y se convierte desde ya en uno de esos nombres que uno desea volver a ver en la gran pantalla lo antes posible, para verla crecer película a película y con los dedos cruzados para que la adolescencia y la madurez no le quiten toda la luz con la que ahora inunda la pantalla. Con un niño como protagonista, también hay que darle mérito al director. Fesse sabe dirigir a Nerea Camacho y consigue que el espectador sueñe y sienta una empatía total con ella. Habrá quien sienta lo mismo que ella en su fe. Mi empatía enlaza más con sus sueños, pero provoca una comprensión inmediata con su sentir religioso (independientemente de que sea compartido o no).

Me gusta Camino por lo que cuenta, por quién lo cuenta y por cómo lo cuenta. El cine español tiene una tendencia a rodar películas con el simple esfuerzo de colocar la cámara y filmar la realidad. Camino va más allá y mete al espectador en un mundo de fantasía, amplía el horizonte de la historia basada en un hecho real y construye cine. Mezcla con habilidad los sueños con la vida real, sin perder ritmo a pesar de que se trata de una película larga (140 minutos) y una historia tan lenta como densa, y la adereza con un magnífico trabajo musical de Rafael Arnau. Camino tiene muchísima magia y ternura. Quien prefiera quedarse en la polémica, allá él. Se perderá una película notable, una sorpresa de esas que te hace recuperar la ilusión por el cine. ¿Una película perfecta? No, pero sí muy recomendable por todo lo que tiene de belleza y por el amplio debate que permite sobre el cine... y sobre la vida.

1 comentario:

Juan Rodríguez Millán dijo...

Bebita, me alegro de haberte sorprendido... Es un cuento de hadas, sí señora, y bien bonito a pesar de todo...