jueves, agosto 26, 2010

'Ondine', una bonita trampa

Se están poniendo de moda los cuentos de hadas en el cine contemporáneo. O también películas que pretenden ser cuentos de hadas, que insuflan un contenido más o menos cercano a lo fantástico a historias cotidianas. Tim Burton ha coqueteado en varias ocasiones con ese particular subgénero del cine, M. Night Shyamalan lo llevó hasta la excelencia en algunas de sus películas, no sería descabellado entroncar algo del cine de Christopher Nolan en esta corriente. ¿Neil Jordan? Pues sí, Neil Jordan también con esta su última película, Ondine (película que por cierto no tiene todavía fecha de estreno en España a pesar de que se pudo ver ya en septiembre de 2009, hace casi un año, en el Festival de Cine de Toronto y se estrenó en Irlanda, su país de origen, en marzo de 2010). Y aunque en el fondo lo que Jordan ofrece no es más que una trampa, es una trampa bonita que engancha con la más sencilla magia del cine: con unos buenos actores, con un guión atractivo, con una hermosa historia y con preciosas localizaciones.

Me asombraba de que Neil Jordan se acercara al cuento de hadas, pero en realidad es una sorpresa relativa. Y es que Jordan es un director inclasificable. En sus ya treinta años de carrera, ha hecho terror, drama, comedia o thriller, tanto le da sumergirse entre vampiros que entre personajes que han sido víctimas de las mayores tragedias sociales, ha trabajado con actores muy conocidos y con intérpretes poco reconocibles (pero normalmente de mucho talento). Es un todo terreno. Con desiguales resultados, sí, pero no se ha especializado en género alguno como para que sorprende verle dirigiendo cualquier película. Ondine, además, se desarrolla en su Irlanda natal, lo que hace que sea una historia cercana y personal. Y entronca con una frase que dijo una vez Jordan: "la única razón por la que quiero hacer películas es que haya personajes que tienen partes de sí mismos que no entienden". Y de eso va Ondine. De personas que no tienen claras muchas cosas de sus propias vidas y de su búsqueda por entenderlas.

El filme arranca con la parte de cuento de hadas. Un pescador irlandés saca sus redes del mar para encontrar en su interior a una misteriosa mujer, cuya voz de sirena atrae la buena suerte, pero que no quiere que nadie la vea. Hermoso y poético punto de partida que consigue atrapar al espectador, no hay duda sobre ello. Luego empiezan las trampas, pero esas quedan para el juicio de cada espectador, que se sentirá más o menos satisfecho por las explicaciones (o ausencia de ella) sobre lo que está viendo y por la mezcla (en realidad, también muy personal y dependiente de cada uno de nosotros) entre realidad y ficción. Lo que es indudable es que se trata de una bonita historia, bien llevada si no disgustan demasiado los atajos que a veces escoge Jordan (más como guionista que como director) y que presenta, como decía, un magnífico envoltorio en forma de actores y escenarios.

Colin Farrell tiene buena parte de responsabilidad en el notable acabado de Ondine. Y es que el irlándes, después de muchos años en los que tampoco ha demostrado demasiado, compone un personaje complejo y atrayente, lleno de matices con los que genera una empatía importante. No sé si sería descabellado decir que es su mejor actuación (el caso es que ha trabajdo con grandes directores como Steven Spielberg, Michael Mann o Terry Gilliam, pero no se le recuerda ningún papel en concreto) pero muy lejos no puede estar. Quizá, y sólo quizá, un flashback sobre su problema con la bebida le hubiera dado una dimensión mayor al personaje. La desconocida polaca Alicja Bachleda (aunque nació en México), la pequeña Alison Barry o la también irlandesa Dervla Kirwan completan un reparto muy adecuado, muy profesional y muy comprometido con la película. Los escenarios, todos del irlandés condado de Cork, se suman al reparto como un personaje más. Uno muy hermoso y muy acorde con la historia.

Ondine es una historia de amor, pero también una historia de cariño. Es una fábula, pero también un filme de intriga. Es un cuento costumbrista, y también un drama social. Esta amalgama funciona en las dos vías. Por un lado, se puede echar en falta una concreción en algo, un mensaje claro. Por otro, ofrece mucha riqueza, pone diferentes temas sobre la mesa y permite al espectador disfrutarla a muchos niveles. Y eso funciona, por lo que lo primero queda ligeramente en el olvido. Una buena muestra de cine europeo, de que, en el fondo, las rocosas estrellas de Hollywood también saben, a veces, ofrecer actuaciones de lo más estimulantes y de que, por mucha inocencia que se pierda, siempre habrá cuentos de hadas con los que maravillar a niños y adultos.

viernes, agosto 20, 2010

'Centurión', romanos confusos

Llega una de romanos. Pero, en realidad, no son romanos de los de siempre. O quizá lo que habría que decir es que los romanos son una excusa para llegar a algo totalmente diferente. Lo que está claro es que Centurión es una película difícil de clasificar. No sé si gustará a los amantes del cine de romano más clásico. Ni siquiera a quienes adoraron (adoramos) el retorno del moribundo (¿muerto?) género de la mano del Gladiator de Ridley Scott. Pero quizá gustará a quienes provengan de un cine más afín al director de esta cinta, Neil Marshall, a quienes gusten de una violencia más gráfica en pantalla y a quienes les satisfaga la acción por encima de la historia (aunque algo de historia hay, y más interesante de lo que podría parecer y de lo que los propios responsables de la película parecen haberse dado cuenta). En cualquier caso, una propuesta diferente. El placer que uno encuentre en esa diferencia promete ser muy variable en cada espectador.

Gladiator logró para el cine de romanos lo que Sin perdón obtuvo en el western. Explicó a cinesastas y espectadores cómo hacer una gran película de género, de géneros además que triunfaron muchas décadas antes, deudora de los clásicos pero creíble en su propio tiempo. Lo malo es que también cerró esos géneros casi para siempre, quizá acomplejando al resto de realizadores, sabedores que la excelencia es muy difícil de conseguir. Desde que ambas películas se estrenaron, apenas ha habido intentos de acercarse a su calidad. Centurión no es uno de esos intentos, porque no bebe del cine de romanos más clásicos, ni siquiera busca una actualización más o menos diferente y no tiene entre sus objetivos colocarse a la altura de las mejores. Su apuesta es otra totalmente diferente. Es crear una historia gráfica de violencia en un entorno con romanos. "Con" y no "de" porque Roma no es parte de la historia que se nos cuenta. Muy al contrario, lo que vemos en la lucha por la supervivencia de una legión romana en tierras bárbaras.

Eso le permite a Neil Marshall (director de películas como Dog soldiers o The descent) dotar de un cuadro pseudohistórico a sus pretensiones de imágenes de violencia. Pero es una violencia muy personal y particular, quizá demasiado usada (y no siempre con sentido) en el cine más contemporáneo, basada en la sangre y en los golpes en cámara. Es una opción con la que seguramente quiere mostrar la crudeza de aquellos tiempos, pero es una opción discutible. Tras la primera escena de batalla, se pierde el factor sorpresa. Las muertes violentas dejan de asombrar para producir cierto hastío y sensación de repetición. Y son muchas y muy similares todas ellas. Lo que dejan no es precisamente la impresión de estar viendo una realidad histórica, y en eso se distancia, por ejemplo, de Gladiator (que tampoco era un ejemplo historicista precisamente, pero sí era una película "de" romanos). Además, entronca con el habitual olvido del cine moderno: no es más violenta la película que más muestra. La violencia no es sólo sangre en pantalla.

Ese exceso de sangre parece haber confundido el camino de lo que podría haber sido una película mucho más interesante, aquella que emerge en la media hora final (y, de forma muy sútil, en la breve introducción) de Centurión y que sí podría haber supuesto una notable aportación al género de romanos. Cuando los bárbaros se sienten extranjeros entre los suyos y los romanos también, surge un universo diferente, interesante y algo rompedor. Pero la decisión que adopta Marshall como guionista y director en el protagonismo que da a sus dos personajes femeninos dicta sentencia: puede la acción en lugar de esa narración alternativa. Y la decisión es ésta seguramente por seguir la corriente del moderno cine de acción, en la que hay que tener a una mujer de armas tomar compartiendo cartel con el héroe, sea como su ayudante o como su enemiga. Parecía mucho más interesante el personaje de Imogen Poots que el de Olga Kurylenko (difícil de reconocer a simple vista la última chica Bond, la de Quantum of Solace).

En medio de estas decisiones aparentemente confusas, objetivos algo contradictorios y propuestas sin duda diferentes, Michael Fassbender (que ha tenido papeles en Malditos bastardos o 300 y dentro de poco tomará el testigo de Ian McKellen para interpretar a un joven Magneto en X-Men. First Class) construye un interesante personaje protagonista. Quizá algo perdido entre tanta carrera y tanta pelea, pero cuyo atractivo crece a medida que avanza el filme y, sobre todo, cuando éste se adentra en el tramo final, sin duda lo mejor de Centurión. Cine de romanos, sí, pero no el cine de romanos con el que mucha gente ha crecido. Los romanos, al final, parecen una excusa. Entretiene pero no perdura. Qué pena que la película no fuera ese choque personal y cultural que sólo se deja entrever.

lunes, agosto 16, 2010

'Airbender', Shyamalan a ratos

La crítica norteamericana ha descubierto un nuevo juego: la caza de M. Night Shyamalan. Desde que hace ya once años nos impresionara a todos con El sexto sentido, los entendidos han decidido que este director ya no les vale. Han despreciado una por una todas sus películas, negando la genialidad, la poesía, la aventura, la brillantez visual o el carácter único y personal que desprendían casi todas ellas. Cierto es que había razón en los palos que recibió el cineasta (cineasta, sí; director se le queda corto) por su último trabajo, El incidente, pero choca que alguien tan original y tan fiel a sí mismo no tenga algún pequeño grupo de adeptos entre la crítica. Cuando se anunció que iba a hacer Airbender. El último guerrero, muchos lo interpretaron como una renuncia a seguir siendo él mismo. Abrazar un material ajeno por primera vez en su carrera (a pesar de haber escrito también el guión) no entierra a Shyamalan, ni mucho menos. Sólo a ratos se le ve en esta película, pero en absoluto es el desastre que ha querido dibujar la crítica americana.

Airbender adapta una serie de dibujos animados. Elección atípica a simple vista para Shyamalan, pero que una vez visto el resultado es fácil de explicar. En el fondo, este filme aborda los mismos temas que tocaba en sus anteriores trabajos, en especial la búsqueda de personas, extraordinarias por algún motivo, de su lugar en el mundo. De eso va Airbender, como también era el tema de El bosque, El protegido (estas dos, probablemente, las obras más redondas de Shyamalan), La joven del agua o El sexto sentido. Y sus imágenes, para quien no se deje engañar por la artillería de efectos especiales que contiene este filme, aportan la misma genialidad de antaño, la misma habilidad para colocar la cámara allí donde debe estar para explicar lo que esconde cada plano sólo con imágenes, sin necesidad de otro apoyo (aunque los tiene, en especial la nuevamente brillante música de James Newton Howard, con quien el realizador forma un tándem mágico). Y rodando planos abiertos, fáciles de comprender y lejos de la confusión que presenta la acción moderna de Hollywood. Es ahí donde se ve al Shyamalan más auténtico. Pero, por desgracia, eso no llega a toda la película.

El cineasta falla donde habitualmente triunfaba: con las palabras. No hay un solo diálogo en esta película que sea realmente necesario para entender lo que estamos viendo. Ni siquiera interesante de verdad. La mayoría de ellos son rutinarios. La voz en off que cubre las (algo extrañas) elipsis temporales es directamente superflua. Pero eso no puede ser excusa para quien hizo de una frase ("en ocasiones veo muertos") su tarjeta de presentación al mundo. Con las palabras, falla en ocasiones el ritmo de la película, a la que le pesa demasiado el hecho de no ser más que una introducción (nuevamente estamos ante un filme pensado para ser la primera parte de una trilogía, pero luego volvemos sobre eso). Pero eso no puede ser excusa para Shyamalan, que ya deslumbró a quien quisiera verlo haciendo de El protegido una perfecta película en sí misma a pesar de ser, en realidad, el primer acto de lo que podría haber sido una saga más larga (desde que se estenó, se rumorea con que Shyamalan hará una segunda parte). Y falla en algunas imágenes, afortunadamente no en demasiadas, por esa moda que hasta el propio Shyamalan ha criticado de estrenar ya toda película de fantasía en 3D. Christopher Nolan ya ha demostrado con Origen que no hacen falta gafas para deslumbrar.

Eso es lo negativo. Lo positivo está en que Shyamalan ha encontrado un buen camino como director de acción, algo a lo que hasta ahora no se había lanzado. El clímax, extenso y bien montado, demuestra que se maneja a gusto con multitudes, cuantiosos elementos en pantalla y el ritmo de una batalla. También hay cierta habilidad en la dirección de actores, la mayoría de ellos desconocidos para el gran público, y a ese reto de no tener rostros populares se enfrenta por primera vez en su carrera. No es que ninguno de los intérpretes haga el papel de su vida, pero hay mucho oficio en pantalla, incluso entre los actores más jóvenes. Son más que interesantes las dos chicas que aparecen, la tierna ingenuidad de Nicola Peltz (que apenas tiene experiencia en el mundo del cine pero cuyo nombre apunto) y la presencia magnética de Seychelle Gabriel (que ya se merendó a la sorprendentemente bien considerada Eva Mendes en la horrenda The Spirit haciendo su mismo personaje pero de joven). Y es interesante ver a Dev Patel, protagonista de la para mí sobrevalorada Slumdog Millonaire, ofreciendo nuevos registros.

El conjunto final puede saber a poco para quienes admiramos la categoría de Shyamalan, pero Airbender no deja de ser una correcta y entretenida película de fantasía. A pesar de la ferocidad con la que ha sido recibida entre los críticos (no tanto entre el público; lleva 200 millones de dólares recaudados aunque costó 150), es mucho mejor que otras sagas de fantasía juvenil (por temática, público o protagonistas) que han visto la luz en los últimos tiempos. Ni se le acercan primeras partes de sagas que no continuarán en el cine, como La brújula dorada, El circo de los extraños o Eragon. Es más adulta que las interesantes Crónicas de Narnia. Y tiene más diversión que Crepúsculo o Harry Potter (y aquí ya sé que me enfrentaré a la ira de los fans). Pero ésta la firma alguien que se reivindica como cineasta y eso, por lo visto, merece más palos que aplausos. Los míos no, desde luego. Shyamalan sigue siendo Shyamalan, aquel director que me asombró hace once años y que, salvo en una ocasión, me ha deslumbrado con algo en todas sus películas. Espero que haya secuela. Y espero que Shyamalan dirija también otro guión original suyo lo antes posible.

miércoles, agosto 04, 2010

'Toy story 3', el mejor final posible para quince años de genialidad

Qué difícil es dar con un buen final para cualquiera historia. En el cine, cuando esas historias se alargan en varias películas, el miedo crece. Hay miedo a que lo que nos estén contando no merezca la pena. Miedo a que, en el caso de que consigan interesarnos a lo largo de toda una saga, el final no esté a la altura. Pero con Pixar no hay lugar a esos miedos. Con Toy story no hay rincón posible para el miedo previo o la decepción posterior. Quince años después de que la primera entrega de esta saga revolucionara por completo el cine de animación, los chicos de John Lasseter han vuelto a conseguir todo lo que se proponían. Todo. Pocas veces una tercera parte emocionará tanto como ésta. Pocas veces encontrará una conclusión más hermosa a una historia que conocemos desde hace tantos años. Lo único que puede hacer uno cuando termina la proyección y sale del cine es aplaudir a estos genios que durante tantos años nos han dado lo mejor de sí mismos en esta historia. Y secarse las lágrimas de los ojos.

Hablar de Toy Story siempre es sencillo porque los halagos no terminan nunca. Tendrá puntos débiles, seguro que sí, pero entre tanto maravilla es difícil encontrarlos. Las tres películas que conforman la saga son el mejor ejemplo de lo que debe ser un cine animado de entretenimiento y calidad. Hay mucha gente que todavía no se ha dado cuenta de que lo que antaño era el trazo de un lápiz y ahora es un dibujo por ordenador no es sino una herramiento más para hacer el mejor cine posible. No se han dado cuenta que, en los quince años que han pasado desde que Toy Story llegara a los cines, la animación de Pixar ha dejado un puñado de obras maestras, no ya del cine de animación sino del séptimo arte como tal. Es una pena que no vean que estos personajes de trazos y colores animados pueden expresar tanto o más que cualquiera actor de carne y hueso. Gracias a Pixar, cada vez son menos los que piensan así, pero alguno queda todavía. Pero para ellos, sin duda, porque se pierden algo imprescindible como es Toy story. La primera, la segunda y la tercera.

Que estemos ante una secuela generará los temores habituales. Pero esta vez más infundados que nunca. Con Toy story 3 se cierra la historia que nos comenzaron a contar en 1995, la relación entre Andy y sus juguetes. Y se cierra con tanta genialidad que es difícil hasta destacar algo. Porque la película empieza, como ya lo hacía la segunda, con un terremoto, con un torrente de imaginación, con una historia dentro de la historia que sencillamente maravilla. Y continúa ofreciendo un caudal de diversión, emociones y sensaciones. Si la segunda entrega destacó, además de por un guión sencillamente extraordinario, por los guiños cinematográficos que encerraba, esta tercera lo hace por recuperar buena parte de la propia mitología de Toy Story (ojo al gancho de los marcianos...). Y lo hace con clase, sin necesidad de recurrir a los mismos momentos de ingenio de las dos películas anteriores. No hay chistes repetidos, no hay personajes que no hayan evolucionado. Y, al mismo tiempo, siguen siendo los mismos de 1995.

Bueno, los mismos no. Pixar es la vanguardia de la animación por ordenador. Los demás siguen muy por detrás. La diferencia entre la primera y la última entrega es notable, sobre todo en lo que se refiere a las texturas de los seres humanos. Eso era hace quince años el talón de Aquiles de la tecnología. Hoy ya da igual. Los animadores pueden recrear lo que quieran con una precisión y una asombrosa. Los humanos son más humanos que nunca, pero no es sólo eso. Es la hierba. Es el entorno. Es la pintura. Es la suciedad. Es el fuego (¡por fin un fuego animado convincente!). Es todo. Es una maravilla visual que está años luz por delante de lo que nos pueden ofrecer los demás estudios que se dedican a la animación (y este año ha habido fácil comparación, pues además de ésta se han estrenado la entretenida Como entrenar a tu dragón o la cuarta entrega de Shrek, una saga que sí viene dando muestras de agotamiento ya desde su segunda parte).

Quizá hay quien piensa que el guión pierde fuerza al mismo tiempo que se ha perdido el elemento de la sorpresa. No voy a negar que hay algunos momentos de la película, en su tramo central, en el que hay cosas que recuerdan demasiado a detalles de las dos anteriores, pero esa sensación desaparece a medida que los nuevos elementos se van integrando con naturalidad en el universo de juguetes que ya conocíamos y, sobre todo, en el tramo final de la tercera parte. Porque es ahí cuando de verdad te das cuenta de que estás viendo el final de la historia. De que están desfilando por delante de tus ojos los últimos instantes de una parte de nuestras vidas. No sé si todo el mundo es consciente de ello. O de que está viendo Historia pura del cine (una sensación que ya viví de forma clara cuando se estaba terminando La venganza de los Sith). Sí, es lo que pienso, es lo que digo y es lo que mantendré siempre. Historia del cine. Eso es lo que hace Pixar. Eso es lo que supone Toy story.

Muchos son los platos fuertes que ofrece Toy story 3. Después de que la muñeca rubia debutara en la segunda parte, es impagable ver la historia de amor entre Barbie y Ken. Como innenarrable es el momento flamenco de Buzz Lightyear (que encuentra además un colofón perfecto en los títulos de crédito, esos que uno nunca puede dejar de ver en una película Pixar, esos que hacen que salgas del cine siempre sonriendo... y cierran el círculo con la sonrisa inicial, la del imprescindible corto de turno; Día y Noche, por cierto, es de los mejores que ha hecho Pixar si no el mejor). Todo lo demás raya a gran altura. Pero si algo es Toy Story 3 es su final. La saga es una hermosísima historia de amistad con el envoltorio de una película de aventuras. Y todo lo que representa está encerrado en los últimos cinco minutos antes de los créditos. Si Toy story ha formado parte de tu vida en los últimos quince años, es imposible no derramar alguna lágrima. Y en esa escena hay una frase que resume perfectamente lo que uno siente hacia Pixar, Toy Story, John Lasseter y Lee Unkirch, director de esta última entrega.

"Gracias, chicos". Gracias de corazón.

martes, julio 27, 2010

'Origen', o cómo Christopher Nolan confirma que es un genio

Lo malo de mostrar una primera chispa de genialidad, es que estás obligado a confirmar que eres un genio o, de lo contrario, la gente podría pensar que ese brillo inicial ha sido un golpe de suerte. No sé si después de lo que Christopher Nolan hizo con Batman (Batman begins, El Caballero Oscuro y una tercera tentrega odavía por hacer) alguien sintió algo parecido. Que Nolan estaba obligado, a pesar de tener ya un puñado de películas interesantes a sus espaldas, a demostrar que era un genio. Pues ya está, aquí lo hace. Origen es una película terriblemente fresca y original (lo que tiene mérito en sí mismo por la temática relacionada con los sueños que aborda, vista en innumerables ocasiones), magníficamente construida, con motivos más que suficientes para disfrutarla a nivel intelectual y a nivel visual, con un reparto maravilloso y con un final de los que permiten el debate durante horas. No, no es el final, es toda la película. Es una genialidad que desde ya mismo tiene un hueco entre los referentes cinematográficos de la década por su carácter único y rompedor, que nada tiene que ver, aunque lo pueda parecer, con otros títulos de temática similar.

Porque puede ser tentador relacionar Origen con Matrix (y algún día habrá que decir que Matrix no era en realidad para tanto -y si lo era, sus secuelas se encargaron de arruinarla- y que la película que se merecía toda la fama es una pequeña joya semiolvidada que se titula Dark City), pero no van por ahí los tiros. Lo que Nolan hace en Origen es construir un universo creíble, un guión completo en sí mismo y que pone el énfasis en las relaciones entre los personajes, en la psicología de los mismos, en sus sueños, miedos y anhelos. Y, sin embargo y al mismo tiempo, es un espectáculo visual de primer nivel, lleno de imágenes inolvidables (atención a la pelea en los pasillos del hotel, deslumbrante e imaginativa, que se mantendrá durante años como una referencia visual) y con un climax final muy extenso que hace gala de un montaje paralelo, de dos y tres escenarios simultáneos, que sólo se puede calificar de perfecto, tan perfecto como los flashbacks que incluye (sólo es discutible el primero, el arranque del filme, que es más efectista que efectivo). Si Nolan ya rueda bien, lo que hace en la sala de montaje es para provocar el aplauso más sincero.

No sería bueno desvelar mucho sobre el contenido de Origen. No porque sea una película que viva de su final o de alguna sorpresa tramposa (todo lo contrario, pues es una película coherente y precisa en todo lo que cuenta... ¿o no?, cabría preguntarse al final), sino porque tiene una asombrosa capacidad de enganchar al espectador en cada secuencia, en cada paso, en cada nivel, con cada imagen y con cada nota de su prodigiosa banda sonora (Hans Zimmer es ya, por derecho propio, el mejor compositor del Hollywood contemporáneo, capaz de mostrarse perfectamente reconocible y, al mismo tiempo, de dotar de una personalidad única a cada una de sus películas). Casi llega a las dos horas y media, pero todo se pasa en un suspiro. Y pide a gritos un segundo visionado. Y un tercero. No porque no se haya entendido, no. Nolan hace un cine inteligente y apela al debate, pero da todo lo que tiene, no se guarda nada. La lectura sólo depende del espectador, que tendrá que decidir qué piensa cuando la pantalla se quede en negro después de un tan inquietante como magnífico plano final.

Y lo bueno es que no hace falta ni siquiera tomar una decisión sobre el sueño o la resolución. La duda también puede enamorar al espectador de Origen. Tanto como el magnífico trabajo de todo su reparto. Leonardo DiCaprio mantiene ticks que asemejan demasiado todos sus papeles, pero su esfuerzo por hacer personajes intrigantes y diferentes es notable. Ken Watanabe aporta la misma sobriedad de siempre, igual que Michael Caine en su reducidísimo papel. Como Cillian Murphy, de nuevo brillante, Caine lleva camino de convertirse en un fijo en el cine de Nolan. Ellen Page cautiva, y lo hace porque ha sabido alejarse aquí de Juno. Marion Cotillard, casi sin quererlo (o eso es lo que hay que creer), se convierte en el centro psicológico de la película. Joseph Gordon-Lewitt es la revelación de la película (aunque tiene ya una larga carrera, se le vio en G.I.Joe o 500 días juntos). Y se agradece que Nolan siga rescatando rostros conocidos de los años 80, en esta ocasión con un papel para Tom Berenger (del mismo modo que hizo con Rutger Hauer en Batman begins). Todos componen un reparto brillante, creíble y muy acertado.

Origen se convierte en una película única porque es imposible clasificarla. Se mueve de maravilla en todos los terrenos y escenarios. Nada resulta artificial, nada se ve inverosímil. Salta con una precisión envidiable de Mombasa a París, de una persecución en el asfalto a una escena romántica, del más puro cine de acción a la mejor intriga psicológica, de una imagen a cámara lenta a un plano tan veloz como imposible sobre el papel. Christopher Nolan demuesrta que es un genio, sí. Y Origen que todavía es posible hacer un cine diferente, rebosante de imaginación y talento, que perdurará en el tiempo por lo que es, por lo que cuenta y por lo que representa y no por una moda pasajera. Es maravilloso entrar en una sala de cine y encontrarse con un prodigio así. Si Nolan ya había hecho que me preguntara qué demonios va a ser capaz de hacer para superar El Caballero Oscuro, y sin por ello dejar de esperar con ansia su tercera película sobre Batman, ahora ya me pregunto dónde está el límite de este director. Veré cada una de sus próximas películas con esa pregunta en la mente. Y ojalá tardemos mucho en ver ese límite.

Origen se estrena el 6 de agosto.

jueves, julio 22, 2010

Fuera complejos: 'El equipo A' funciona de maravilla

Casi todos los veranos llega a los cines una de esas películas de acción que apuntan a desastre, que se basa en una franquicia cuyos protagonistas originales recelan o incluso reniegan de ella, que tiene un trailer que asusta más que animar a verla... y que al final resulta una película de acción entretenidísima. El año pasado, ese honor recayó en G.I.Joe y en este 2010 este particular reconocimiento se lo lleva El equipo A. No hay que tener problemas en reconocer que, por mucha nostalgia que nos aceche a la hora de mencionar ese título televisivo de los años 80, esta película no sólo actualiza sino que mejora el producto original. No hay que sentir miedo alguno en admitir que esta película está muy bien rodada, mejor montada y adecuadamente interpretada. Fuera complejos: El equipo A es una gran película veraniega de acción que cumple con todo lo que promete y a mí, desde luego, no me duelen prendas en reconocer lo bien que me lo he pasado con ella.

Porque, claro, con esto de las reimaginaciones, actualizaciones, remakes o como se quiera llamar hoy en día el relanzar una franquicia ya conocida, tenemos el problema de la memoria de cada espectador. No importa tanto el nivel de calidad que tuviera el original, sino el nivel de calidad que cada uno de nosotros creemos que tenía. Y los años 80 son casi intocables para una amplia generación de espectadores que hoy se mueve en la treintena. Sin embargo, creo que es justo reconocer que, por muy nostálgico que sea el recuerdo que tengamos de El equipo A, como serie era un producto bastante flojo. Con unos personajes muy carismáticos, eso sí, y unos actores que hicieron de ellos un recuerdo maravilloso para todos los que crecimos con ellos. Pero cada episodio era una fotocopia del anterior, con el grupo acudiendo al rescate de la dama o grupo marginal en apuros. Pero si el miedo es que hayan cambiado eso, lo cierto es que la película no traiciona en absoluta esa esencia. Más bien al contrario, la engrandece, le da un origen y una historia de fondo.

Uno de los motivos de duda sobre el resultado final de la adaptación cinematográfica era el nombre del director. Joe Carnahan, con la única experiencia de la película de 2006 Ases calientes, podía hacer cualquier cosa. Y hete aquí que lo que ha hecho es exactamente lo que tenía que hacer para que la película funcionara. El respeto que demuestra por los personajes (y, de forma indirecta, por los espectadores que sienten cariño hacia ellos) es bastante grande. Desde el primer momento en que aparecen en pantalla son perfectamente reconocibles aquellos que nos entretuvieron hace más de dos décadas durante tantos episodios. La película no sólo está bien dirigida y ofrece una acción clara de seguir, sino que ofrece más detalles. El montaje paralelo del clímax final es uno de los mejores que ha dado el género en bastante tiempo y es un colofón magnífico a casi dos horas de entretenimiento de altura.

Liam Neeson encabeza un buen reparto. Y Neeson siempre funciona, mucho más en estos papeles de líder y/o mentor a los que nos ha acostumbrado en los últimos años. Es un muy bien Hannibal Smith y escucharle decir aquello de "me encanta que los planes salgan bien" suena igual de bien que en boca de George Peppard (tan bien como las notas del clásico tema musical de la serie, reescrito aquí, como toda la banda sonora, por Alan Silvestri, que se copia un poco a sí mismo pero cumple). Bradley Cooper es quizá quien más registros nuevos introduce con su Fénix. Lo esencial está ahí, pero es algo más extremo que el que conocíamos. Y funciona, ya lo creo que funciona. Sharlto Copley, que sorprendió en District 9, es un Murdock sencillamente genial. Tanto, que se lleva los mejores momentos de la película con bastante facilidad. Y Quinton Rampage Jackson cumple como M.A., completando un muy buen cuarteto protagonista. Quinteto, con la clásica furgoneta (ojo a lo que hacen con ella, irreverencia en grado sumo... y por ello digno de aplaudir).

El guión, no obstante, falla en lo de casi siempre. Sale airoso de la necesaria modernización de personajes y situaciones (la referencia ya no es Vietnam, sino Irak), cumple con la premisa de ofrecer una violencia para todos los públicos (marca de la casa en una serie en la que era imposible que tantos disparos no acertaran a alguien aunque fuera por casualidad), pero se equivoca en la introducción de la heroína en cuestión. Durante buena parte de la película, uno no deja de preguntarse qué hace Jessica Biel ahí, más allá de rellenar la cuota de nombres femeninos en las películas de acción del verano de 2010. Quizá, y sólo quizá, la percepción mejora hacia el final del filme, pero está claro que este aspecto es donde el esfuerzo ha sido inversamente proporcional al atractivo de la actriz escogida. Es una moda cansina eso de meter a una actriz atractiva en todas las películas... simplemente porque sí. No entiendo por qué Hollywood desprecia la posibilidad de tener personajes femeninos interesantes en una película de acción.

El equipo A lo tenía todo para ser un horror y, en cambio, es uno de las películas más entretenidas del verano norteamericano. Ofrece diversión sin complejos y sin límite desde el notable prólogo hasta el sobresaliente final, consciente en todo momento del leve toque autoparódico que encierra, una aventura de acción correctamente llevada a todos los niveles. La nostalgia no gana este asalto, lo gana la adaptación y además por goleada. Me ha caído simpática la película, sí. Y, además, El equipo A tiene la mejor broma sobre el 3D que Hollywood nos quiere meter con calzador. ¿Se puede pedir más?

martes, julio 20, 2010

Una 'Pesadilla en Elm Street' más violenta pero no tan nueva

Cuando se estrena un remake, uno ya no sabe si echarse a temblar o alegrarse de volver a universos conocidos. Normalmente soy de los segundos, no creo en las películas intocables y no me asusta que algún cineasta medianamente desconocido se lance a crear una nueva versión de una película con cierta calidad y fama o un número de seguidores considerables. Lo que necesita un remake es algo nuevo que añadir a la mitología ya existente. Si lo hace, entonces el remake vale la pena. Si no, es una pérdida de tiempo. ¿Y qué es la nueva Pesadilla en Elm Street? Pues seguramente ni una cosa ni la otra, porque algo de nuevo si tiene, no tanto como cabría esperar, pero tampoco añade demasiado. Ofrece un guión que suena a conocido, pero al mismo tiempo juega con habilidad con el ritmo. Y tiene un buen protagonista que eleva el nivel de un conjunto irregular. Entremos en detalle.

Pesadilla en Elm Street es un remake puro. Es decir, no intenta cambiar más de lo necesario. La historia es la misma, el villano es el mismo, el desarrollo es casi el mismo. Aunque se corre el riesgo de pensar que, gracias a eso, la labor del director Samuel Bayer (director de videoclips, debutante en cine) y de los guionistas Wesley Strick y Eric Heisserer ha sido acertada, lo cierto es que este detalle hace el efecto contrario al deseado y convierte la nueva Pesadilla en un filme algo rutinario. Como todo el cine de terror moderno, esconde los habituales sustos (muy mal subrayados por la música de Steve Jablonsky; ¿por qué esa manía del género de acompañar el susto con un punteo musical estridente?), pero no aterroriza. Quizá eso sea más responsabilidad de la rutinaria dirección que de un guión que esconde apuntes interesantes y giros argumentales que sí sorprenden, a pesar de los diálogos planos de costumbre.

Lo mejor de la labor de todos ellos radica en que han optado por el único camino posible que requiere un personaje como Freddy Krueger: la violencia más descarnada. Nada de ocultar la sangre, los asesinatos o las mutilaciones, nada de llevar el plano lejos de la violencia, nada de dejar las cosas a la imaginación. Se tiene que ver en pantalla, porque de lo contrario no tendría ningún sentido tener un personaje central con garras en las manos (y, sí, me acuerdo de ese Lobezno que prescinde del color rojo en su paleta cromática, sí). Pesadilla en Elm Street es muy violenta. Más que la película original. En pantalla y en su planteamiento, puesto que endurece la trama original con aspectos que hace 26 años, cuando Wes Craven hizo su película, eran imposibles de añadir. Es obvio que no todos los públicos llevan bien la violencia en pantalla, pero es igualmente cristalino que es la única forma de hacer una película sobre un monstruo que asesina a sus víctimas en sus sueños con una garra. Elegir ese camino dignifica el intento de la película de actualizar el mito de Freddy.

En esos añadidos en esta versión destaca el nuevo aspecto de Freddy. Nada cambia de su atuendo (hubiera sido equivocado querer reinventar algo tan icónico del cine de terror de los años 80), pero su rostro presenta cicatrices y quemaduras mucho más realistas que en el filme original. Jackie Earle Haley, que con su Rorschach ya fue de lo mejor de Watchmen, crea un más que correcto Freddy, a la altura de su leyenda. Enrtar en comparaciones con el de Robert Englund sería algo baldío y bastante injusto, pues el primero tuvo seis películas y éste, de momento, sólo lleva una. El reparto se ajusta a lo que uno espera de una película así, un grupo de adolescentes (que, eso sí, pasan de la veintena, a pesar de que los chavales van al instituto en la película) más o menos desconocidos (Thomas Dekker, el más reconocible, protagonizó la serie Terminator: Las crónicas de Sarah Connor) y un grupo de adultos, los padres, que llevan muchos papeles de secundario a sus espaldas. En este apartado, corrección, sin más.

Quizá la clave para analizar Pesadilla en Elm Street esté no tanto en lo que se nos cuenta y cómo se nos cuenta, sino en lo que es: un remake de un título clave del cine de terror de los años 80, insisto. Pero que sea clave no quiere decir que sea insuperable. Ni siquiera bueno. No soy un gran fan de la Pesadilla de Wes Craven, pero, como decía, es innegable su carácter de icono. Lo que está claro es que aquella no era una gran superproducción de Hollywood. Tampoco ésta lo es, pero se nota que tiene más dinero detrás. Y por eso quizá se echa en falta algo más de imaginación donde podía notarse el dinero: en las escenas de los sueños. Escenas, por cierto, en las que Bayer parece hacer trampa. Y digo parece porque el epílogo de la película, el imprescindible epílogo cuando la intención es montar una franquicia, parece desmontar muchas de las bases del funcionamiento del personaje. ¿Intencionadamente? Yo no sería muy optimista sobre ello.

Y como es un remake, el recuerdo de la película original es lo que determinará la valoración de cada espectador. Vista de la forma más aséptica posible, esta nueva Pesadilla en Elm Street es una película de su tiempo, tan violenta como es necesario que sea, irregular en su guión, poco eficaz en su dirección (una pena que el género ya no atraiga a nombres notables... aunque lo más probable es que muchos hicieran un cine de terror que no encajaría con los gustos del público actual por excelencia: los adolescentes) y en conjunto entretenida pero en absoluto original. Se justifica en que un personaje conocido siempre ayuda a lanzar una franquicia, pero se echa en falta cine de terror nuevo, sin necesidad de recurrir a la oleada de remakes que tenemos desde hace tiempo en el género. Pero es Freddy, y Freddy, la verdad, tiene un punto de fascinación que engancha desde hace casi tres décadas. Al fin y al cabo, ataca cuando estás soñando.

miércoles, julio 14, 2010

¿'Dorian Gray'? ¿Dónde...?

Hollywood ha perdido desde hace ya unos cuantos años la capacidad de adaptar con interés las novelas clásicas de la literatura. Como en todo, hay excepciones, claro, pero si uno mira al cine norteamericano de los años 40 a 90, hay muchas películas que hoy consideramos clásicas que, lo supiéramos o no, están basadas en grandes novelas. De ahí en adelante, más bien pocas han encontrado un lugar en la memoria inmortal del cine. Los títulos míticos del arte de escribir siguen siendo un caramelo muy goloso para muchos directores y por eso seguiremos teniendo en nuestras carteleras versiones de grandes obras literarias, pero pocas llegan ya al corazón. El retrato de Dorian Gray, de Oliver Parker, no sólo no es una excepción sino que el claro paradigma de esta tendencia de deshumanizar historias muy humanas en detrimento de una aparentemente atractiva fachada y una pretendida modernización del argumento.

Oliver Parker lleva años sumergido en adaptaciones. Ya había llevado al cine otras dos obras de Oscar Wilde (Un marido ideal y La importancia de llamarse Ernesto) y una de William Shakespeare (Otelo). Sin embargo, aquí no adapta, aquí transforma. Y cambia tanto que es difícil encontrar a Dorian Gray en la película. Sí, tenemos el famoso cuadro que refleja todos los pecados y atrocidades que comete el protagonista, pero muy poquito más. La modernización de la obra de Wilde se convierte en una desnaturalización. No es, en realidad, Dorian Gray el que vemos en pantalla. Le falta su personalidad, su carácter, su motivación, su narcisismo. Parker parece empeñarse en presentar a Dorian como una buena persona, como un protagonista ideal para una historia de redención y culpa, la historia en la que se intenta convertir la tragedia de Wilde. Sin éxito, claro.

Esta última revisión de El retrato de Dorian Gray se aleja del original literario en casi todo. No hay en ella nada del espíritu crítico contra la sociedad victoriana que Wilde plasmó en sus páginas (sólo un leve intento en la escena en la que Dorian toca el piano ante una selecta audiencia), poco de su tema central, el narcisismo (se ensalza más la juventud que la belleza), y nada del terror gótico que narraba la novela. Por descontado, el grado de lejanía que quiera adoptar una película con respecto a la novela original no depende más que de su director y de su guionista, y por eso mismo es una decisión totalmente legítima (y a veces incluso necesaria para que la película triunfo) a la hora de adaptar una obra literaria, pero es una opción que no puede funcionar en un título tan reconocible y tan extremo como éste. Si no se ve a Dorian Gray en pantalla (ni tampoco a Lord Henry), ¿cómo se va a valorar positivamente una película titulada El retrato de Dorian Gray?

Hay un problema de base en la película, y es su protagonista. Ben Barnes (Las crónicas de Narnia. El príncipe Caspian) puede dar la talla desde el punto de vista estético, pero carece de toda la maldad, toda la ambigüedad y todo el magnetismo de Dorian Gray. Puede ser un héroe de acción, incluso un galán, pero no un alma torturada. Colin Firth es la mejor baza de la película, pero su Lord Henry se queda en la superficie, algo que parece más responsabilidad del guión y la dirección que del notable trabajo del actor protagonista de Un hombre soltero. Al final, la única fuerza que emana de la película procede de sus actrices, Rachel Hurd-Wood (la niña de Peter Pan. La gran aventura; su personaje pierde la capacidad generadora del cambio de Dorian que sí tiene en la novela; los culpables parecen los mismos que en el caso de Lord Henry) y Rebecca Hall (Vicky Cristina Barcelona o El desafío. Frost contra Nixon), además de otras veteranas intérpretes como Fiona Shaw y Caroline Goodall.

Tampoco funciona la parte de terror que sí tiene el escalofriante relato de Wilde. Convertir al cuadro es una especie de ser animado sobrenatural no parece la mejor de las soluciones para generar miedo. Tampoco es un acierto es el juego de misterio para ver o dejar de ver la transformación del cuadro, ya que cuando realmente podemos verlo acaba por no ser el momento culminante que uno espera. No es tan aterrador, no refleja lo que de verdad sucede en el alma de Dorian Gray, del mismo modo que la película no consigue hacernos entender por qué su alma es tan sórdida o por qué su comportamiento le convierte en un monstruo (no hay nada excesivamente complejo de mostrar en pantalla a pesar de ese anhelo de modernización). Una oportunidad perdida y una lástima, pero aquí no encontraremos a Dorian Gray.

jueves, julio 01, 2010

50 años de 'Psicosis'

El 16 de junio de 1960, Nueva York acogió la premiere de Psicosis. El estreno oficial se produjo en el Reino Unido el 4 de agosto y en Estados Unidos el día 10 de ese mes. Se cumplen, por tanto, 50 años de Psicosis. 50 años de una de las películas más hipnóticas, transgresoras, aterradoras y brillantes de todos los tiempos. 50 años de una de las mejores películas del maestro del suspense, Alfred Hitchcock. Quizá todavía quede alguien que no la haya visto. Serán muchos menos los que no conozcan su escena más famosa. Quizá. Qué gran oportunidad para recuperarla y, en el caso de esas personas que aún no lo han hecho, descubrirla. Es una de esas joyas inmortales, un auténtico icono, y eso que nació para ser una película de bajo presupuesto y sin demasiadas pretensiones.

Alfred Hitchcock estaba en la cima. Venía de triunfar con dos de sus mejores películas: Con la muerte en los talones y Vértigo. Y fue con Psicosis cuando llevó al extremo su apelativo de mago del suspense. Porque suspense hay en toda la filmografía del maestro, pero aquí hizo del suspense un elemento de puro arte, ya desde la primera secuencia. Incluso en la publicidad. "Por favor, no revele el final. No dispongo de otro", rezaba uno de los carteles del filme. "Nadie... absolutamente nadie... podrá entrar a la sala después de que el pase haya comenzado", decía otro. El rodaje se llevó a cabo en el más absoluto de los secretos. Normal, teniendo en cuenta las sorpresas que tenía reservadas Hitchcock. Janet Leigh ya era una estrella, Anthony Perkins se convirtió en leyenda con este filme, aunque el resto de su carrera no estuviera a la altura. Queda para la Historia su portentosa banda sonora, opresiva y tensa haste límites insospechados. Su fotografía en blanco y negro, hermosa y aterradora. Su mítico Motel Bates, imitado hasta la saciedad. Su protagonista, Norman Bates, que apareció en tres secuelas.

Y, sí, la escena de la ducha. Sobre ella, y sin revelar nada más por si acaso, hay una anécdota que no me resisto a contar. Mejor dicho, a citarla del libro Cien bandas sonoras en la Historia del cine, de Roberto Cueto. "Según contaba Bernard Herrmann, Alfred Hitchcock no quedó muy satisfecho con Psicosis después de haberla rodado, y pensó en la posibilidad de no estrenarla en los cines, sino en reducirla a una hora de duración e incluirla en su serie televisiva Alfred Hitchcock Presenta. Recordaba Herrmann: 'Le dije '¿Por qué no te vas de vacaciones de Navidad y mientras yo compongo y grabo la música y a la vuelta lo piensas mejor'. 'Bueno', contestó, 'haz lo que quieras pero sólo te pido una cosa: no compongas nada para la escena de la ducha. Debe ir sin música'. Como es bien sabido, Herrmann no hizo caso de esta última recomendación".

¡Qué grande es la magia del cine!

lunes, junio 21, 2010

'El hombre lobo' y 'Legión', muy mal cine fantástico

Cuando una película tarda tanto en hacerse, pasa por tantas manos y sufre tantos retrasos, es que el resultado no puede ser bueno. El hombre lobo no sólo no es una excepción a esa regla, sino que es por derecho propio una película que puede utilizarse como perfecto ejemplo de descalabro que se ve venir desde el principio. Y es una pena, porque tiene mimbres (y sobre todo nombres, especialmente en su reparto) para ofrecer un buen espectáculo, más si tenemos en cuenta que hace ya muchas décadas que no se ve una recreación de la historia original del hombre lobo, aquella que forma parte de los clásicos de terror de la Universal (el logotipo original de la distribuidora, con el que comienza este filme, es lo mejor que ofrece, nostálgico que es uno). Hemos visto muchos hombres lobo, pero no al Hombre Lobo con mayúsculas. Y con los medios digitales del cine actual ésta era una gran oportunidad para recrear el ambiente londinense y una criatura que sembrara el pánico en la ciudad y en el oscuro bosque.

Aquí no la vamos a encontrar, a pesar de que Joe Johnston, un director simplemente eficaz, quiera embaucarnos con unos bonitos planos digitales del hombre lobo aullando bajo la luna llena de Londres o con algunas escenas violentas y sangrientas, a veces incluso algo gratuitas. Benicio del Toro interpreta al personaje protagonista, y lo hace con tal desgana que parece imposible de creer. No aporta absolutamente nada de verosimilitud y eso hace que la pretensión de mostrar un alma torturada, como debe de ser todo gran monstruo clásico (como era el hombre lobo original), se quede en un fracasado intento. Como fracasan también Anthony Hopkins o Emily Blunt en sumar algo a sus personajes (Hugo Weaving es el único actor salvable, aunque desaprovechado), ya planos en un guión inverosímil en el que lo más creíble, sin duda, es que un hombre se transforme en una criatura fantástica. Ningún personaje, ni mucho menos el principal, parece tener unas motivaciones claras o unos instintos reconocibles. ¿Por qué actúan? Porque la película tiene que sobrepasar los 90 minutos, nada más.

Junto a unos pocos pasajes de la banda sonora de Danny Elfman (que los productores quisieron rechazar en uno de los numerosos cambios de rumbo de la producción del filme y que finalmente incluyeron; recuerda, y mucho, al Dracula que Wojciech Kilar compuso para Francis Ford Coppola), lo único que merece la pena de este despropósito es el maquillaje de Rick Baker. Lástima que se pierda en un triste intento de actualizar el mito de este personaje clásico del cine de terror (actualización que no es más que añadir... un segundo hombre lobo con el que protagoniza una de las más lamentables peleas vistas en el cine fantástico moderno). Lástima que tanto efecto digital no sea capaz de borrar el recuerdo de lo que el propio Baker hizo en la prodigiosa Un hombre lobo americano en Londres, sin duda la mejor transformación de un licántropo vista en la gran pantalla. Lástima de todo en un remake absurdo, lamentable y en algunos momentos patético.

Legión es otro de esos productos que prometen entretenimiento y ofrecen una acción rutinaria, un guión previsible lleno de tópicos y un par de nombres conocidos que arrastren público sólo para llevarse una enorme decepción. Aquí esos dos nombres son Paul Bettany, de capa caída desde que formara parte de aquella gran película de Peter Weir que es Master and Commander, y Dennis Quaid. A eso le añades dos o tres planos de efectos especiales, una chica joven y atractiva (Adrianne Palicki) aunque esté embarazada, por supuesto un par de personajes negros secundarios y un argumento interesante pero horriblemente desarrollado, y tienes Legión. Se supone que la película comienza con Dios enfadado con la humanidad y enviando a su legión de ángeles para acabar con ella, y uno de ellos, el arcángel Miguel, rebelándose contra su señor. Pero ni ángeles, ni legiones, ni batallas, ni nada. Al final de lo único que se trata, y por desgracia no sabemos muy bien por qué, es de matar a un niño no nato que, dicen, va a salvar a la humanidad.
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Uno no para de preguntarse durante toda la película por qué demonios (perdón por el fácil juego de palabras) estos ángeles tan sanguinarios no aprovechan alguna de las docenas de oportunidades que tienen para llevar a cabo su misión, por qué el ángel principal que se ve en el filme (el único que enseña sus alas) no ataca desde el principio, por qué hay que devastar el mundo entero (aunque no se vea) si todo se centra en esa joven embarazada, en cuyas manos está el futuro del ser humano. Preguntas hay muchas, casi todas son lícitas. Respuestas no hay ninguna en este filme. Sorprendentemente, no hay ninguna. Y es que al final no deja de ser un pequeño gran remedo de este pequeño clásico de serie B (del mejor John Carpenter, el de los años 80) que es Asalto a la comisaría del distrito 13 (que a su vez era un remake nada escondido de un título mítico del western, Río Bravo, de Howard Hawks), pero hecho con una considerablemente mayor torpeza y menor talento.
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Al frente de la película y del guión está Scott Stewart, un director debutante que procede del mundo de los efectos especiales (ha trabajado en películas como Superman returns, Iron Man, Sin City o Mars Attacks!), y eso es lo que hace aún más desconcertante esta película. En lugar de ser un festín visual, es una película que esconde los efectos especiales bajo una oscuridad que lo único que indica es que no había dinero para mucho más. Que se pierde en topicazos familiares en lugar de desarrollar un escenario que ofrezca la posibilidad de algún plano para el recuerdo. De hecho, es que Legión no ofrece nada de nada, ni un instante para recordar, ni una frase divertida o memorable, ni el más mínimo interés en saber más de este mundo apocalíptico que se nos plantea. Es una pérdida de tiempo. Sin más.

martes, junio 01, 2010

Hasta siempre, Shooter

Siempre fue Shooter. Para mí, Dennis Hopper siempre fue Shooter, ese gran entrenador que tanto sabía en Hoosiers pero al que nadie tomaba en serio, ni siquiera su propio hijo, por su adicción a la bebida. Un tipo con talento pero que en la vida tomó malas decisiones. Alguien que en un momento dado prefirió la botella a la trayectoria que pudo haber tenido, pero que tuvo la suerte de contar con una segunda oportunidad. No es sólo que Dennis Hopper sea a mis ojos Shooter. Es que Hoosiers es la película con la que le descubrí. Y le recuerdo pegando saltos de felicidad en la cama de un hospital con una horriblemente mal doblaba frase de júbilo. En realidad, no sé si Dennis Hopper se parecía a Shotter, pero para mí ambos siempre fueron una misma persona.

Luego, con el paso del tiempo y con el aumento del deseo de ver y saber de cine, uno va a averiguando cosas sobre el actor. Que efectivamente tuvo problemas con el alcohol y con drogas más duras. Que en realidad fue un icono del movimiento hippie gracias a Easy Rider (una película que, todo hay que decirlo, ha envejecido fatal pero que en su contexto fue todo un bombazo). Que fue un actor que trabajo en peliculones como Rebelde sin causa, Apocalypse Now o La ley de la calle. En películas emblemáticas pero que a mí no me dicen nada como Terciopelo azul. En maravillas un tanto desconocidas como Hoosiers. Y que también hizo tantas malas películas, algunas incluso como director, y otras más decentes en las que su talento quedaba desaprovechado, como Speed.

Y buscando información sobre él, como un último homenaje a alguien a quien el cine me hará siempre recordar con cariño, encuentro tres frases suyas que marcan muy bien quién era Dennis Hopper. "Hay momentos en los que he brillado, ¿sabes? Creo que son sólo momentos. Y a veces, en una carrera, esos momentos son suficiente. Nunca he sentido que haya interpretado mi gran papel. Nunca he sentido que haya dirigido mi gran película. Y no puedo decir que sea culpa de otro que no sea yo", dijo en una ocasión. Talento que por las razones que sea nunca llegó a explotar.

Incluso llegó a malvenderlo. "Hice una película llamada Super Mario Bros, y mi hijo de seis años, que ahora tiene 18, me dijo 'papá, creo que eres un buen actor pero ¿por qué interpretaste a este tipo tan terrible, el Rey Koopa, en Super Mario Bros?'. Y le contesté 'Henry, lo hice para que pudieras comprarte zapatos'. Y me contestó 'papá, no necesito tanto los zapatos'". Talento desaprovechado. Y una tercera frase. "Como todo artista, quiero engañar un poco a la muerte y contribuir a la próxima generación con algo". Lo ha hecho, ahora que se nos ha ido se puede afirmar que lo ha hecho. Y lo ha hecho con más cosas, pero aunque sólo fuera con ese Shooter tan entrañable ya habría contribuido con algo muy importante. Hasta siempre, Shooter. Hasta siempre, Dennis.

miércoles, mayo 26, 2010

'Kick-Ass', un extraño despropósito

Que el cómic ya se ha instalado como una de las principales referencias de los blockbusters veraniegos de Hollywood es una realidad. Que lo hace de una forma un tanto extraña, también. Mientras, por un lado, triunfan las películas sobre superhéroes, por otro también consiguen buenos resultado de taquilla otros títulos basados en novelas gráficas o miniseries fuera del circuito de los personajes más conocidos. Estos títulos se mueven en una doble tendencia que concfluye en un aire de incorrección más o menos forzada, la de la violencia salvaje (aunque no es para tanto, luego matizo...) por un lado y la del humor más fácil por otro. Kick-Ass es una de esas películas. Procede de un cómic alabado pero para mí muy discutible. Y la película seguramente encontrará su público, pero el resultado final es un extraño despropósito que no acaba de mantener la fidelidad al cómic original (sí la visual; la temática es otro cantar) ni, tampoco, de encontrar una vía cinematográfica salvable.

Kick-Ass supone una especie de experimento multimedia y probablemente ésto sea lo único por lo que se recordará el título. La obra en cómic, de Mark Millar y John Romita Jr., ya tenía vendidos los derechos cinematográficos antes incluso de publicarse. La escritura del guión de la película se hizo de forma casi pararela al desarrollo de los ocho números de los que consta la serie en cómic, que terminó de llegar a las librerías apenas unas semanas antes del estreno del filme. No han sido desarrollos paralelos, sino colaborativos. Es decir, que las amplias diferencias que hay entre uno y otro producto no tienen nada que ver con diferencias creativas entre los responsables de ambos, no. Simplemente, los guionistas de cine han querido explorar otros caminos del mundo creado por Millar y Romita. En esencia, las dos son obras supuestamente irreverentes situadas en un mundo similar al nuestro pero en el que hay gente que se preguntan por qué no hay superhéroes y se lanzan a llenar ese hueco. Ni la novela gráfica ni la película me satisfacen, pero menos aún el filme de Matthew Vaughan.

Kick-Ass, la película, es una comedia adolescente que adquiere el disfraz de un cómic pretendidamente revolucionario. Lo que en las viñetas pretende ser una sátira sobre el cómic de superhéroes y, más concretamente, el perfil del aficionado adolescente y cómo influye en él la fantasía que consume, en la pantalla cae a un nivel de humor mucho más bajo, simplón y barato. Tiene momentos en los que es inevitable reírse, sí (cuando Kick-Ass y Bruma roja se suben al coche del segundo y suena la música de la radio es un momento impagable), pero el conjunto es absurdo. Pierde la noción de lo que quiere y de lo que podría ser. Si el original busca un anclaje en la realidad, la adaptación se pierde en eso, en el absurdo. ¿Violenta? Sí y no. Muertes, todas las que queráis. Sangre muy poca. Eso ya le pasó a Lobezno, que nos presentó a un sanguinario tipo con unas garras de un metal indestructible pero con el líquido rojo vetado en pantalla. Se nota tanto que las muertes son de mentirijilla, que en ningún momento cabe pensar en lo rompedor del invento.

El guión también se pierde en esas absurdeces que lastran la película en todo momento. Cambia ciertos elementos del cómic sin pies ni cabeza, con la única intención de que aparezcan calcos de viñetas (eso lo hizo mucho mejor 300 o incluso Sin City) y sin necesidad de que tengan ninguna justificación argumental, buscando quizá atrapar a quien disfrutara con la lectura. No creo que lo consiga. A mí, desde luego, los cambios me han confundido. No veo sentido a que sea Bruma Roja y no Kick-Ass quien se lance como un poseso al interior de un edificio en llamas, y lamento que se haya perdido el patetismo del motivo por el que entran. No entiendo el artificial dramatismo del que se quiere dotar a la historia de Big Daddy y Hit-Girl, que no sólo no encaja en el tono de la película sino que desvirtúa la idea original. No comprendo por qué hay que meter como sea a una chica joven y guapa en cualquier película, aunque el personaje sea un despropósito y los guionistas ni siquiera sepan qué hacer con ella al final. No entiendo nada. Es lo malo de ver un absurdo.

¿Los actores? Pues hacen lo que pueden, tampoco se les puede culpar de este desaguisado. La mayoría son desconocidos, muchos por su juventud. Quizá va siendo hora de que Nicolas Cage se aleje definitivamente del cine basados en cómics, porque nunca parece el actor indicado. Mark Strong, que había dejado dos grandes muestras de villanos en Sherlock Holmes y Robin Hood, bordea el ridículo en un papel sin pies ni cabeza. Vaughan venía de sorprender con su anterior película como director, la preciosa Stardust, pero ahora da un paso atrás, justo con una película de cómic y cuando está a punto de encargarse de la nueva entrega de X-Men. Kick-Ass no es algo demasiado alentador antes de acometer esa tarea. Ha habido polémica por la violencia, porque uno de los protagonistas sea una cría asesina y malhablada. Ni caso. No hay ni polémica. Simplemente es un extraño despropósito que igual sirve para echar unas risas viéndola en grupo, pero nada más.

viernes, mayo 14, 2010

'Robin Hood', la aventura sigue viva

Un viejo amigo y un nuevo conocido. Ese es el Robin Hood de Ridley Scott, una película que expande la leyenda del arquero más famoso del cine, ofreciendo la parte de la historia que nunca habíamos visto y, sobre todo, devolviendo al cine moderno uno de sus grandes mitos, uno que no veía una adaptación destacable desde hace casi veinte años. Lo que Scott nos da es, de hecho, la mejor versión que se ha hecho de las andanzas del bandolero de Sherwood desde que Errol Flyn vistiera las mallas allá por 1938, en Robin de los bosques. Ahí es nada. Robin Hood es una película clásica, pero al estilo de Ridley Scott, un entretenimiento magnífico de acción (rodado con una claridad y con una elegancia que ya quisieran directores del género más reputados) con un trasfondo político que eleva el potencial de la película. Con algún pequeño altibajo en su ritmo, sí, pero demostrando que la aventura sigue viva para un público mayor de quince años, que es el único que parece importar al Hollywood de hoy.

Son varios los grandes méritos de Robin Hood. Por un lado, se trata de un personaje sobradamente conocido, que tiene unas características que lo hacen reconocible. Sin embargo, Scott consigue introducir una visión fresca y a la vez adecuada a lo que sabemos de él. No es fácil, es un reto similar al que se enfrentó hace poco Guy Ritchie para hacer la brillante Sherlock Holmes. Lo que Ridley Scott incorpora no es una nueva visión de Robin Hood, sino un pasado, un origen, una historia previa a lo que ya hemos visto en decenas de adaptaciones. De hecho, la película concluye anunciando que justo ahí empieza la leyenda, justo ahí queda el testigo para enlazar con Robin de los bosques, con Robin Hood. Príncipe de los ladrones o con cualquier otra versión de sus aventuras. El guión cumple con esa función a las mil maravillas. No hay traiciones a la esencia, hay aportaciones. Y algunas muy valiosas, como saber de dónde viene su habilidad con el arco.

El segundo gran mérito, éste fácilmente personificable en Ridley Scott, es sumergirnos como lo hace en una época pasada, sea la que sea. Se le acusa de tomarse libertades históricas en sus películas (más acusado era, por ejemplo, en El reino de los cielos), pero lo cierto es que todo lo que enseña encaja. En Robin Hood se ve la Edad Media, se siente, se palpa y se disfruta. Sea o no sea históricamente precisa, porque eso queda en segundo plano. Como parte de este mérito, es obligado destacar que Ridley Scott parece hoy el único director capaz de recrear la guerra más clásica, la de espadas, arcos, caballos y lanzas. Lo hizo en Gladiator, lo repitió en El reino de los cielos y ahora corona esa bella trilogía bélica en Robin Hood con una portentosa escena de batalla final (también digna de mención es, en este sentido, la apertura del filme). Sólo Ridley Scott, excepción hecha de Peter Jackson en El Señor de los Anillos, es capaz de introducir al espectador en un combate así. Y su logro es doble, porque la guerra moderna tampoco se le escapa, como demostró en Black Hawk derribado.

Ridley Scott es un maestro rodando, montando e iluminando sus películas. Por acción propia o por la de sus colaboradores, a los que elige y exige una minuciosidad siempre brillante y siempre diferente. Se ha trazado un paralelismo entre este filme y Gladiator. Y lo hay, claro que lo hay, pero el tercer mérito que presenta Robin Hood es el de mostrarse como un título único, auténtico y diferente con respecto a otras películas de su director. Proeza, además, en la que hay que dar un alto porcentaje de valor al protagonista Russell Crowe. Qué fácil hubiera sido recrear al Máximo de Gladiator. Qué maravilla verle incorporar a otro gran personaje a su filmografía. Crowe es, probablemente, el mejor actor vivo. Es capaz de dar vida a un hombre asustado y a uno valiente, a un padre de familia y a un galán, a otro hombre sedentario y a un héroe de acción. No hay personaje que se le resista. Dicen que es el actor de más edad en dar vida al famoso arquero. Quién lo diría. No me atrevería a proclamar que el suyo es el mejor Robin que se ha hecho, porque convive con Erroyl Flynn, Douglas Fairbanks o Sean Connery, pero es brillante.

Crowe es sólo la piedra angular de otro de los grandes méritos de la película: el reparto. Cate Blanchett, Mark Strong, William Hurt, Max von Sydow, Danny Huston y Oscar Isaac encabezan un elenco no sólo estelar, sino perfecto. Blanchett solventa las dudas que tenía sobre su capacidad de hacer una buena Lady Marian y aporta química con Crowe (es más achacable al guión que a ella la discutible forma en que su papel cumple con la necesidad de contar con una heroína en toda película moderna; al guión también le falta una explicación convincente de esa especia de niños perdidos, más propios de un Peter Pan sombrío que de esta película). Strong, tras maravillar en Sherlock Holmes (antes había colaborado con Ridley Scott en Red de mentiras), demuestra que hay pocos actores que sepan dar presencia tridimensional y real a un villano (atención al maravilloso cara a cara con Hurt en una breve pero poderosísima escena). Huston y Von Sydow dan una elegancia a sus personajes (Ricardo Corazón de León y Sir Walter Loxley) que contrasta con la fuerza y la juventud de Isaac como el príncipe Juan.

La historia comienza en Francia, con el tramo final de la cruzada de Ricardo Corazón de León, y despliega con maestría las aventuras de Robin Hood, pero también todas las intrigas políticas y palaciegas por la corona de Inglaterra. En algún momento, incluso aprece que el héroe es sólo una excusa para hablarnos del antagonismo entre Ricardo y Juan, pero eso, aparte de los mencionados altibajos de ritmo en el tramo central de la película, enriquece el cuadro. El espléndido final, tan abierto a una secuela como a los sueños y la imaginación del espectador, elimina todas las dudas que pueda generar la película: se trata de un Robin Hood adulto, maduro, entretenido y profundo, una muestra más de la maestría de Ridley Scott como cineasta, una delicia que hace renacer las esperanzas de ver un cine de aventuras clásico, alejado de la artificiosidad y jovialidad de títulos como Piratas del Caribe. La aventura, decía, sigue viva. Y Ridley Scott, un director al que se critica con demasiada facilidad, es su principal exponente en el cine moderno.

viernes, mayo 07, 2010

'Más allá del tiempo', romanticismo eterno

No son buenos tiempos para el romanticismo, ni siquiera en el cine. Será que el mal momento de la comedia romántica (un subgénero dedicado ya por completo a la fotocopia pura y dura, más centrado en lo políticamente correcto que en lo verdaderamente emotivo), ha afectado demasiado, pero es cierto que ya no se ven grandes historias románticas en el cine. No muchas, al menos. Por eso, cuando uno encuentra una película de este corte, cuando se siente profundamente conmovido por la historia a la que asiste como espectador, cuando se descubre una lágrima furtiva en su emocionante final, la satisfacción es plena. No importa que Más allá del tiempo no sea perfecta, ni que sea un trabajo en muchos momentos bastante impersonal que, quizá, podría haber rodado cualquier director. Lo que sí importa es que la historia engancha, que la original mezcla entre la fantasía y el amor convence, que el disfrute está garantizado. Y las lágrimas prácticamente también.

Henry DeTamble tiene un don. Puede viajar en el tiempo. No necesita un complejo artefacto como el de películas de viajes en el tiempo como Regreso al futuro o La máquina del tiempo. Simplemente puede hacerlo, digamos como el Hiro Nakamura de la serie Héroes. Más allá del tiempo se centra en los efectos que ese don tiene en la vida personal y, concretamente en conocer y convivir con la mujer de su vida. El planteamiento por sí sólo ya es fascinante, y no sólo para los amantes de la fantasía o la ciencia ficción, sino para aquellos que disfrutan de ver a personas ordinarias en situaciones extraordinarias. ¿Cómo se puede vivir con alguien que sin control desaparece sin dejar rastro y sin qué sepas dónde (en realidad cuándo) ha ido ni cuándo va a volver? ¿Cómo afecta eso a las relaciones personales, a la convivencia diaria, al trabajo de uno y otro? ¿Y en qué medida puede un hombre mantener la cordura sabiendo cosas que le sucederán en el futuro o reviviendo sucesos dramáticos del pasado? Con eso juega esta película.

No obstante, el acercamiento al filme puede provocar cierto recelo. Primero por el título escogido, que elimina todo el sentido del original, The time traveler's wife (La mujer del viajero del tiempo). El título español y el cartel hablan de una comedia romántica más y esconden todo el cariz fantástico que encierra la historia. Una pena, porque creo que así se perderán espectadores. Después, porque su director, el alemán Robert Schewentke (Plan de vuelo: desaparecida) no es de los que arrastran masas al cine, y lo demuestra con una dirección algo rutinaria (por mucho que intente lucirse, incluso innovar, con algunos planos en movimiento) pero también eficaz. Vamos, que él no enamora, para eso ya está la historia. No pocos se han preguntado qué habría hecho otro director con este material (y no pocos han recordado cierto paralelismo entre esta historia y El curioso caso de Benjamin Button, de un gran director como es David Fincher).

Esa historia procede de una novela adaptada por el siempre lacrimógeno Bruce Joel Rubin (escribió su única película como director, Mi vida, y es guionista, entre otras, de Ghost). El guión, aunque cuenta con una resolución al único trazo de intriga planteado que, como poco, causa sorpresa (en sentido negativo) es inteligente y correcto, se mueve muy bien entre las elipsis y los saltos temporales y cuenta lo que tiene que contar de forma notable. Y sobre todo la película triunfa en lo que busca, llegar al corazón del espectador, por una carismática pareja protagonista. Eric Bana lleva años moviéndose en papeles muy diferentes y encontrando casi siempre elementos de interés. Rachel McAdams se ha hecho un hueco en algunas películas bastantes interesantes (La sombra del poder, Sherlock Holmes) y se ha ganado el derecho a que se le preste atención en el futuro.

Más allá del tiempo presenta otras cualidades. Por ejemplo, la actuación de los niños que dan vida a la infancia de los protagonistas. En este mundo dominado por agentes y estudios de mercado, cada vez parece más difícil encontrar menores que actúen con la naturalidad que se espera de ellos. Aquí hay varios. Bravo por el trabajo de cásting. También es de agradecer que la película se esfuerce en conseguir que no haya problema en reconocer la época en la que estamos viviendo ni a qué momento cronológico pertenecen los protagonistas (un trabajo de maquillaje tan espléndido como sutil, a pesar de el guión remarca innecesariamente ese aspecto en una de esas escenas, la de la boda), o que la película no se pierda en subtramas innecesarias. Quizá sea también una oportunidad perdida o una falta de ambición, pero quizá incluir más elementos o personajes secundarios hubiera desembocado en una película mucho más difícil de controlar.

No es un filme perfecto, no. No le hace falta para ser una de las propuestas más originales, e interesantes y emotivas que da el romanticismo cinematográfico de Hollywood desde hace mucho tiempo, y seguramente lo consigue porque lo que busca es, nada menos, enseñarnos un romanticismo y un amor eternos. Si durante la película alguien tiene alguna duda de si merece la pena verla, esa incógnita queda despejada con la magnífica escena final. Especialmente indicada para románticos, de incógnito o no.

martes, mayo 04, 2010

'Iron Man 2', espectáculo del bueno

El primer Iron Man se convirtió hace dos años, por derecho propio, en una de las mejores adaptaciones de cómics Marvel que jamás se han hecho, a pesar de que se produjo con mucho menos bombo que otras películas del género. Al mismo tiempo, aquella cinta fue la génesis del Universo Marvel cinematográfico que estamos viendo y que seguiremos viendo en los próximos años. De la secuela de Iron Man lo primero que hay que decir es que es tan espléndida como la primera entrega, tan entretenida como aquella, con un sentido del espectáculo tan refinado como la original. ¿Diferencias? Las hay. A simple vista para bien, porque crece aquello que en parte faltaba en la primera: la espectacularidad. Rascando algo más, hay otra diferencia más negativa, y es que el guión, siendo muy interesante, no termina de sacar partido a algunos de los elementos y personajes que pone en pantalla. Pero es una gozada. Como la primera. ¿Mejor? Qué difícil decidir cuál de las dos es mejor.

Si en la primera entrega ya quedó claro, la segunda confirma aún más que esta saga no tendría ningún sentido sin Robert Downey Jr. La mayoría de los actores consiguen, a lo largo de sus carreras, encontrar un personaje que les define. Tony Stark/Iron Man es el de Robert Downey Jr. Vista su interpretación parece sencillamente imposible encontrar a alguien que hubiera podido aunar con semejante brillantez la socarronería y excentricidad del multimillonario inventor con la seriedad de su trabajo, su carácter de mujeriego empedernido con la lucha por la vida es que está inmerso, la comicidad de algunas secuencias con la mayor profundidad de otras. No sé por qué hay tanto miedo, sobre todo en las nominaciones anuales, a destacar a un actor que interpreta a un personaje de cómic. Ojalá los premios a Heath Ledger por su sobrecogedora actuación en El Caballero Oscuro vayan teniendo reflejo en trabajos como el de Robert Downey Jr.

Iron Man nos hablaba del efecto que podía tener sobre el mundo la aparición de una máquina bélica tan contundente como la armadura del héroe. Iron Man 2 nos habla de la reacción del mundo a esa irrupción, y ahí juego un papel importante un empresario rival, Justin Hammer (un divertido Sam Rockwell). El concepto, analizado millones de veces en el cómic (y no sólo en los de este personaje, desde luego), es apasionante. Sin embargo, este planteamiento queda algo lastrado por la obsesión del cine de superhéroes de centrarse en historias de origen, que era precisamente lo que relantizaba la primera entrega. Y como aquí el de Iron Man ya está establecido, son muchos los minutos de su metraje los que se dedican a contarnos la historia del villano, Látigo (un Mickey Rourke adecuado en un personaje que no queda del todo bien dibujado), minutos que lastran bastante, sobre todo en la primera mitad de la película. Habrá quien también vea lentitud en muchos tramos de la película, pero a mí más me parecen elementos de cohesión entre las dos entregas de Iron Man y, sobre todo, con el resto de ese ya mencionado Universo Marvel cinematográfico.

Y es que muchas de las novedades (y elementos ya vistos, aunque fuera de pasada en la primera, como el escudo que usará el Capitán América; todo un toque de irreverencia el uso que se le da en ésta) que aporta Iron Man 2 parecen pensadas para expandir ese universo. El Nick Furia de Samuel L. Jackson tiene aquí más metraje que en la primera película por eso, porque se está gestando la película de los Vengadores. La introducción de la Viuda Negra de Scarlett Johansson tiene también esa razón de ser, además de introducir el nombre de otra estrella en el reparto. La actriz, por cierto, confirma que, hoy por hoy, es más una imagen de marca que una intérprete. No es que falle su personaje (mucho más breve de lo que sugiere que uno de los elementos más publicitados haya sido su traje ajustado de cuero negro), es que ella parece conformarse con exhibir una incuestionable imagen sexy y bordar la escena de acción que se le presenta (una escena, por cierto, rodada de forma magnífica por Jon Favreau, quien ya en la primera parte demostró un gran estilo como realizador de acción eludiendo la confusión en pantalla que suele dominar este género).

La mejora de la secuela con respecto al original se nota en su espectacularidad. Lo más decepcionante de Iron Man, seguro que por falta de medios para aumentar su escala, era su clímax. Aquí el avance es considerable, porque se trata de un magnífico enfrentamiento final dividido en tres segmentos (el peor de ellos, por desgracia para el personaje de Rourke, el último), intercalado con una segunda acción paralela muy bien montada. Es aquí donde destaca la novedad de este filme que parece propia de esta saga y que no tendrá protagonismo en los Vengadores (aunque todo es posible): Máquina de Guerra. Don Cheadle sustituye (y mejora) a Terrence Howard como James Rhodes. La presencia de dos armaduras en la parte final del filme aumenta el espectáculo, un tanto digital a veces pero lleno de diversión en todo momento (y muy bien planteado por su director, intercalando planos de los rostros dentro de la armadura con la acción). Gwyneth Paltrow repite papel y sensaciones con respecto a la primera entrega, bien pero quizá algo desaprovechada.

Una parte importante de esta saga es el humor, muy presente de nuevo en la secuela (incluyendo, una vez más, el impagable cameo del creador del personaje, Stan Lee; buscadle después de la presentación de Iron Man en la Expo Stark), pero no por ello se desprecian elementos más dramáticos o trascedentes (quizá lo más endeble sea la conexión de Tony Stark con su padre), lo que hace de Iron Man 2 un magnífico ejemplo de cine espectáculo, un modelo para futuras películas que busquen objetivos similares, un cine de cómic espléndido y un título muy recomendable para introducir al público en ese género, una cinta de acción con un ritmo y una elegancia que ya quisieran títulos con mucha mayor reputación, dos horas de puro entretenimiento. Y que sean algo más de dos horas, porque quien se vaya antes del final de los títulos de crédito, como ya sucedió en la primera entrega, se perderá la última escena del filme... que invita directamente a seguir inmerso en el Universo Marvel. Y larga vida a ese universo mientras produzca películas como ésta.

miércoles, abril 21, 2010

'Un ciudadano ejemplar', un cóctel muy logrado con un gran... ¿villano?

Lo primero que cualquier podría pensar antes de ver Un ciudadano ejemplar es que es no es una película demasiado original. Juega con dos planteamientos ya vistos en incontables ocasiones. Por un lado, la venganza por el asesinato de un familiar querido como motor de una película. Por el otro, el duelo entre dos personajes aparentemente antagónicos, que chocarán en varios momentos de la película y que, inevitablemente, se verán en el climax final. Son innumerables los filmes que se podrían citar como influencia de Un ciudadano ejemplar. Y, sin embargo, no suena a ya vista, es algo nuevo, original y sumamente entretenido. Es un cóctel de ingredientes más o menos comunes, sí, pero un cóctel muy logrado que, además, presenta un personaje magnífico. ¿Un villano? Ese es otro de los puntos fuertes de la película, el debate que puede generar el hombre interpretado por Gerard Butler.

Un ciudadano ejemplar es una de esas películas de las que no conviene saber mucho antes de entrar a verla (por eso sorprende encontrar en Internet, con suma facilidad, fotografías ¡nada menos que del desenlace del filme!). Basta saber que se trata de un thriller inteligente, con mucho ritmo, violento (crudo en algunas de sus imágenes) y sorprendente. Conseguir esto último acaba siendo la mejor baza de la película, puesto que es imposible disimular la cantidad de influencias de las que bebe. Desde Harry el sucio a El silencio de los corderos, pasando por Heat o El Caballero Oscuro. En realidad, casi cualquier película notable que haya dado el género en las tres últimas décadas podría conectarse con Un ciudadano ejemplar. Y, a pesar de tantas referencias más o menos explícitas, la mezcla funciona a la perfección y mantiene al espectador concentrado en la pantalla y no en su memoria cinematográfica.

Mucho tiene que decir en esto Gerard Butler, un actor al que hay que aplaudir que no haya querido encasillarse en personajes cercanos al Leónidas de 300, el que le dio a conocer. El suyo es un papel que fascina desde la brutal escena inicial hasta el enfrentamiento final, pasando por su magnífica aparición en el juzgado. Y es el que genera todo el debate que surge de esta película. Daría para mucho, pero por desgracia habría que destripar la película para entablarlo. En cualquier caso, no deja de ser curioso que Butler iba a interpretar en principio al otro personaje principal, el que recayó finalmente en Jamie Foxx. No es un actor tan capacitado como algunos le vendieron hace muy poco tiempo (cuando ganó el Oscar por Ray, fue nominado por Collateral o participó en películas como Dreamgirls o Jarhead), pero se mueve como pez en el agua en su papel de ambicioso fiscal.

El resto del reparto es notable y muy adecuado, pero merece la pena destacar la presencia femenina, en un tipo de cine en el que no suelen destacar y en papeles muy diferentes entre sí. Sobresalen Leslie Bibb, ayudante del fiscal, que da a la película una intriga necesaria, una ambigüedad en algunas escenas que enriquece el guión, y Viola Davis (nominada al Oscar por La duda), como la alcadesa de Filadelfia, que aporta presencia y empaque con un papel que pide a gritos más minutos (de las menos de dos horas que dura el filme) en pantalla. Tan notable es su trabajo como el del director, F. Gary Gray, un realizador que sorprendió hace más de una década con la más que interesante Negociador, con Kevin Spacey y Samuel L. Jackson, y que es también responsable del remake de The italian job, que protagonizaron Mark Walhberg y Charlize Theron.

No es fácil creer la evolución que sufre el personaje de Butler y lo que es capaz de hacer para lograr su objetivo, eso es sin duda lo más endeble del planteamiento de Un ciudadano ejemplar. Pero si se aceptan las premisas de la película, si se le da esa pequeña concesión, el resto es un trabajo notable, un thriller atrayente y complejo, muy superior a la media de un género que cada vez está más cerca de ofrecer fotocopias con distintas caras, que hace de la violencia descarnada uno de sus pilares (hay escenas no muy aptas para estómagos o miradas sensibles) pero que encierra muchos más elementos de interés, como por ejemplo el maravilloso montaje paralelo entre una ejecución y un concierto (magníficamente acompañado con la música de Brian Tyler) o los muchos cara a cara que protagonizan Butler y Foxx.

Un ciudadano ejemplar se estrena el próximo 7 de mayo.