
Convencido de sobra por la excelencia de
La comunidad del Anillo, el momento de sentarse a ver
Las dos torres es de mucha mayor tranquilidad. Había confianza en lo que iba a ver y certeza de que el espectáculo no me iba a defraudar. Pero cuando salí del cine, lo hice gratamente sorprendido. Lo primero que me vino a la cabeza fue la seguridad de que
Las dos torres estaba llamada a ser para esta trilogía lo que en su día fue
El Imperio contraataca para
Star Wars: la mejor película de la saga, la que todos recordaríamos años después, la que se quedaría en la memoria colectiva. Por Gollum. Por Rohan. Por los Ents. Por la batalla del Abismo de Helm. Por prácticamente todo lo que me apabulló durante dos horas y media en la pantalla.
Una de las cosas que no me conenció de
La comunidad del Anillo fue Viggo Mortensen. Pero aquí la cosa cambió a partir de una escena. Aragorn cree que los hobbits Pippin y Merry han muerto, golpea con el pie un casco de orco y lanza un grito desgarrador. Ahí vi por primera a Aragorn. Al de verdad. Al que esperaba. Y ya no se fue. Cuando en los documentales de los DVD explicaron cómo se rodó ese escena, no me podía creer el motivo que provocó que esa escena se quedara con tanta fuerza en mi memoria. La que se vio en la película fue la tercera toma. Las dos primeras no fueron muy buenas. La tercera, en cambio, fue perfecta. ¿Por qué? Al pegar el puntapié, Mortensen se rompió un dedo del pie. Su grito de dolor fue auténtico. Esa es la magia del cine.
Solventado ese problema arrastrado del original,
Las dos torres comenzó a abrumar con todas sus novedades. Y una destaca por encima de todas: Gollum. El personaje se convierte en un clásico casi desde que aparece por primera vez en la pantalla reclamando su
tesoro, pero sobre todo desde esa prodigiosa conversación que mantienen Gollum y Smeagol (sí, ambos son el mismo personaje), en un perfecto plano-contraplano, mientras Sam y Frodo duermen, ajenos a la esquizofrenia que aqueja a la criatura que debe llevarles hasta Mordor. Sobrecogedor. Un trabajo sublime tanto de efectos visuales como del actor Andy Serkis, que prestó su movimiento y la voz a la criatura. Peter Jackson impulsó con todas sus fuerzas una nominación al Oscar al mejor secundario para Serkis, pero la Academia no permite tal distinción si el actor no aparece físicamente en pantalla. De todos modos, su expresividad supera a la de la mayoría de actores vivos.
Mi adoración por Gondor encontró reflejo en Faramir. Mi amigo apasionado de
El Señor de los Anillos (que también me dijo que Sam era para él el verdadero protagonista; sensación que Jackson sólo logra a medias) me lo advirtió: "Si te gustó Boromir, Faramir te va a encantar". Hubo que esperar a la edición extendida en DVD y al estreno de
El retorno del Rey para que el otro hijo del senescal de Gondor causara la misma impresión en mí, pero lo cierto es que la causó (volveré sobre esto al hablar del cierre de la saga...). Pero, claro, en esa pasión por Gondor se coló Rohan. Y el rey Theoden, y Eomer, y Eowin... y el Abismo de Helm. La mayor secuencia de batalla rodada hasta ese momento en un universo fantástico no sólo no defraudó sin que encandiló a la mayoría.
Y digo a la mayoría porque recuerdo el día que fui a ver la película, el día del estreno. Una de las personas que vino con nosotros a verla, comenzó a revolverse en el asiento minutos antes de que empezara la secuencia. Estaba cuatro butacas a su derecha y noté los furiosos rebotes contra el asiento. No podía entender el porqué, pero la revisión de la obra de Tolkien me dio la respuesta: los elfos no
debían participar en esa batalla. A los puristas no les gustaría, pero yo disfruté de su presencia como un enano. Encajaba con el espíritu de la película y era un signo más de que Peter Jackson quiso hacer lo que tenía que hacer, es decir, una adaptación de la novela, y no una traslación del texto a la pantalla.
Es lo mismo que hizo con la exclusión de Tom Bombadil. O convirtiendo el Abismo de Helm, un sólo capítulo en el libro, es una espectacular secuencia de 40 minutos. O con un precioso final con Frodo y un Nazgul que tampoco aparecía en la novela. Quizá la libertad que se tomó Jackson que menos interés tiene es la presunción de que Aragorn muere tras el ataque de los wargos. El espectador sabe que no ha muerto, así que no hay suspense. Pero alarga la secuencia. Quizá fue para dar aún más realce a la cultura del caballo con la presencia de Brego (bien pensado, la música que acompaña la llegada de Aragorn al Abismo es de lo mejor de la película), pero eso quedaba compensado con creces con todo lo visto de Rohan y, sobre todo, con la presencia de Sombragris, el viejo amigo de Gandalf. También puede ser excesiva la presencia de Arwen, que no aparecía en la novela (aunque sí en los apéndices, que es lo que se refleja en la película), pero, claro, es el reflejo de los tiempos: tiene que haber una heroína en el reparto.
Si la música de Howard Shore para
La comunidad del Anillo me fascinó, su trabajo para Las
dos torres me conmovió aún más (los tonos gaélicos para Rohan, la tenebrosa música para Gollum...). Si el comienzo de la primera película me impresionó, el de la segunda me pareció sencillamente brillante (no sólo recuperaba una de las mejores imágenes del primer acto, Gandalf enfrentándose al Balrog, sino que encima nos preparaba para el regreso del mago). Si los personajes un año antes me parecieron bien definidos, cada escena de la nueva entrega los hacía más grandes. Si Legolas me había fascinado con su portentosa agilidad para disparar media docena de flechas seguidas contra orcos, su anonadante forma de subirse al caballo o de descender sobre un escudo desde el puesto alto del Abismo de Helm me quitaron el aliento. Todo parecía tener una velocidad más que en la película anterior.
Y no sólo la acción. Theoden, con su monólogo anterior a la batalla del Abismo, lograba una profundidad y una épica que tantas y tantas películas del género no han sabido captar, la misma que tenía la espectacularidad del ataque de los Ents a Isengar ante la atónita mirada de un como siempre magnífico Christopher Lee o la poética sencillez de la bandera de Rohan arrastrada por el viento cuando Aragorn entra en Edoras. Una épica similar a la que encumbró para siempre
El Imperio contraataca.
Las dos torres estaba llamada a ser LA Película de esta trilogía. Pero no fue así. Lo mejor estaba por llegar...