
Siento una gran admiración por Ridley Scott, un director que no siempre consigue películas redondas pero que tampoco suele hallar demasiada comprensión entre la crítica (he llegado a leer que el hermano bueno es Tony Scott; sencillamente dramático...) y, algunas veces, entre el público. Sí, casi todo el mundo reconoce la importancia de películas como
Alien o
Blade Runner y cosechó éxitos de taquilla con
Gladiator,
El reino de los cielos o
American Gangster. Pero en los años 80 se quedaron un par de películas que no son excesivamente conocidas que contaron con Ridley Scott como director, títulos muy estimables y que merece la pena recordar y reivindicar. Uno de ellos, quizá el mejor, es
Black Rain.
Dos detectives de la Policía de Nueva York, uno duro e investigado por asuntos internos y otro limpio y aspirante a subir en el escalafón, presencian una matanza en un bar. Sus autores, un grupo de japoneses, como las víctimas. Juntos, los dos policías consiguen detener al autor y son designados para entregarle a la policía japonesa. Su auténtico viaje comienza ahí. Entran, sin quererlo, en una guerra de bandas, en un mundo que no entienden. Sus únicos apoyos son un veterano oficial japonés asignado para acompañarles pero que no gusta de los métodos de los americanos y una mujer de Chicago que lleva años afincada en Japón al frente de un local de alterne.
Abundaron en los años 80 las películas de choques de culturas. Y Japón solía ser un destino preferente, todavía incluso en el cine más reciente (
Lost in translation). Ahora la globalización dificulta mucho más estas visiones cinematográficas, pero entonces eran corrientes. Lo exótico vendía. ¿Qué tiene de especial
Black Rain con respecto a otras películas similares? La visión de Ridley Scott, sin duda. Ver esta película nos lleva directamente a muchas de las influencias visuales que pesaron en el director a la hora de hacer
Blade Runner y recrear ese Los Ángeles tan influenciado por la cultura japonesa.
Con Ridley Scott siempre hay un problema. Hoy rueda pensando en la versión que estrenará en los cines y en la que después sacará a la venta en DVD (el ejemplo más claro es El reino de los cielos). De hecho,
Blade Runner fue, en 1992, diez años después de su estreno en salas, una de las primeras películas que contó con un
Director's cut comercializado. Pero en los años 80, y más si el título no perduraba como esa mítica obra de ciencia ficción, mucho material no llegaba nunca a ver la luz. A
Black Rain le sucedió. La película dura dos horas, pero el primer montaje que hizo Ridley Scott tenía 40 minutos más. Más de media hora que hubiera sido necesaria para entender
Black Rain en toda su dimensión, porque vista hoy se nota claramente que le faltan escenas. Scott también rodó un final alternativo, más violento que el que finalmente vio la luz.
Ese es quizá el mayor pero de una historia muy apreciable, que contó con interpretaciones inolvidables. Michael Douglas ya era toda una estrella en los años 80 y con su papel en
Black Rain profundizó en su perfil más oscuro, el que ya había probado con
Wall Street dos años antes. Sí, aquí es el héroe. Pero es un héroe con pies de barro. Es un policía, sí, pero un policía investigado por asuntos internos. Un buen hombre, sin duda, pero con una vida destrozada, divorciado y asolado por las deudas económicas. Junto a él, un Andy García que empezaba ya a ser un muy conocido gracias a su papel en
Los intocables de Eliot Ness y antes de embarcarse en la saga de
El Padrino.
Ellos, junto con Kate Capshaw (la actual esposa de Steven Spielberg, heroína en apuros de
Indiana Jones y el templo maldito) son los únicos personajes americanos de relevancia en esta película de claro color japonés. Dentro del reparto nipón, destaca Yusaku Matsuda, que da vida al villano de la función, Sato.
Black Rain fue su última película. Poco antes de empezar a rodar le diagnosticaron un cáncer, pero decidió participar en el proyecto de todos modos. "De esta forma, viviré para siempre", le dijo a Ridley Scott. Murió el 9 de noviembre de 1989, apenas siete semanas después de que la película llegara a estrenarse.
Ken Takakura, el actor que da vida al policía que acompaña a sus dos colegas norteamericanos (es imposible no cogerle cariño a Masa, sobre todo después de verle imitar a Ray Charles junto a Andy García), conocido como el Clint Eastwood japonés, apenas apareció en media docena de películas tras Black Rain. Jackie Chan pudo tener un papel en el filme, pero lo rechazó porque no quería hacer de villano. Y menos mal que lo rechazó... Como también podemos considerarnos afortunados por el cambio de director, ya que el originalmente escogido para hacerse cargo del proyecto era Paul Verhoeven, recién salido de su éxito con
Robocop.
El rodaje se llevó a cabo en Japón. Al menos en su mayor parte. El fin del visado del equipo provocó (además de descubrir lo estrictas que son las autoridades japonesas, que colocaron agentes de seguridad frente a las cámaras al minuto de concluir ese visado) que la escena final se rodara en Estados Unidos, en California. Como curiosidad, hay que destacar que la oficina que en el filme se utilizó para la Policía de Osaka es, en realidad, la Oficina de Prevención de Desastres Naturales.
Black Rain es un policiaco ejemplar, muy propio de los años 80, de una época en la que el protagonista podía exceder los límites, fumar todo el tiempo y montar en moto sin casco. Nace como una película de buddies (al estilo
Arma Letal, pero sin el tono de comedia, obviamente) y acaba transformada en una bonita aunque previsible historia de compañerismo entre personas de diferentes culturas, con un marco incomparable y con un estilo visual perfecto. Quizá una obra menor de Ridley Scott, pero una espléndida obra menor. Muy recomendable para los ojos saturados de violencia de la presente década. En su primera escena, además, ya provoca un sentimiento de nostalgia al verse allí, al fondo, las Torres Gemelas.