lunes, abril 19, 2010

'Alicia en el País de las Maravillas':...Y Tim Burton decepcionó

Esperada era la versión de Tim Burton del cuento de Alicia en el País de las Maravillas y ésta, como a menudo sucede cuando hay expectación, ha acabado por decepcionar. Quizá sea la película menos completa de Burton, la que menos deja en el recuerdo, la que apenas cuenta con elementos sobresalientes (que están presentes incluso en los títulos menos apreciables de este genial director). El exceso digital no le ha sentado bien a la película, que parece mucho más pendiente de eso que del guión. Y los efectos visuales tan masivos como aquí ya no sorprenden tanto como hace algunos años, ahora la creación de mundos virtuales es algo al alcance de cualquiera, y no pueden enmascarar ya la falta de ritmo o la endeblez de la amplia mayoría de los personajes que desfilan por la pantalla, por muy bien que se lo hayan podido pasar sus intérpretes en el rodaje. Tim Burton decepciona. Una lástima, porque el material ofrecía muchos puntos de interés.

El primer fallo de Burton está en no haber sabido contraponer con imaginación y acierto, como en él es habitual (no hay más que recordar, por ejemplo, Big fish, o incluso, retrocediendo aún más en su filmografía, Bitelchús), el mundo real con el mundo de fantasía. Lo más flojo de esta película, gracias a este detalle, está en el prólogo y en la conclusión, ambas ancladas en nuestra realidad, ambas frías, sin alma, irreales, carentes de interés y en buena medida culpables de que el espectador tarde en entrar en el filme y salga de la sala con un sabor de boca extraño. Y eso que es precisamente ahí donde Alicia podría haber cobrado una fuerza que habría podido sustentar todo el esqueleto de la película, ahí, en esa escena de la pequeña Alicia con su padre, hablando del País de las Maravillas como un sueño de la niña. Pero su anclaje en la realidad es torpe, escaso, desdibujado. Por eso no actúa como catalizador del personaje central, una Alicia de 19 años, sino como una breve molestia antes de llegar a lo que verdaderamente parece importar a su director: el País de las Maravillas.

Ahí es donde Burton da lo mejor de sí mismo, y aunque hay momentos en que parece que sí, que la cosa arranca y convence, que su universo de fantasía puede contar con un apreciable título más, la cosa se desinfla poco a poco, hasta llegar a un clímax muy suave y muy poco épico para lo que prometía. Da la sensación de que Burton no se siente cómodo en un universo tan digital como éste, que echa de menos los trucos de toda la vida que disparen la imaginación del cineasta por encima de la del dibujante. Da la sensación de que el ordenador se ha llevado la magia. Una cosa es introducir elementos fantásticos con elaborados programas informáticos, cosa que sí sabe hacer muy bien, y otra muy distinta que todo parezca irreal en la pantalla a excepción de un actor. Eso es lo que ofrece Alicia. No hay que confundir eso con que los efectos no sean los adecuados, no. Es que no desprenden magia. Algo de eso sí hay en el Gato de Cheshire, el mejor personaje digital del filme, pero la balanza entre lo real y lo ficticio, también en los efectos especiales, no estaba demasiado bien equilibrada.

Puede que ese exceso digital sea lo que resta interés a algunas de las interpretaciones. Quizá el Sombrerero Loco de Johnny Depp hubiera sido mejor que se creara también en el ordenador, o al menos que se retocara como la Reina Roja de Helena Bonham Carter. Los dos parecen disfrutar como niños pequeños con sus actuaciones, pero mientras el primero hace ya tiempo que dejó de sorprender con sus poses histriónicas (que, eso sí, le han convertido en un actor taquillero e incluso nominado al Oscar gracias a Piratas del Caribe) la segunda sí ofrece algo de interés. Le falta algo de humor negro, algo de la crueldad que uno espera de la villana de la función, pero funciona mejor que la mayoría de los personajes. Alicia está interpretada por Mia Wasikowska, una joven actriz que parece ir a contracorriente en la película: cuanto menos emociona el filme, más adecuada parece para el papel, y viceversa. Anne Hatthaway compone una extraña Reina Blanca, y quizá el más completo es Crispin Glover como Stayne, el fiel caballero de la Reina Roja.

No es esta Alicia una adaptación fiel de las novelas de Lewis Carroll, ni tampoco un remake de las versiones ya conocidas (sobre todo, la de dibujos animados de Disney, que también produce ésta). Es, más bien, un intento de imaginar que habría sucedido trece años después de los cuentos de Carroll. Y la idea no es mala, ofrece posibilidades, pero se diluyen en casi todos sus aspectos y se queda en una excusa para contar con una actriz joven en lugar de infantil. La película, decía, decepciona, porque se convierte en un conjunto de episodios más o menos logrados, no del todo bien hilvanados y que esconden por completo el desarrollo de unos personajes planos y perdidos en un exceso digital, plagado de colorismo pero carente del espíritu que ha hecho grande a Tim Burton.

Hay quien ha querido ver en este filme un declive de su realizador, pero no es verdad. Es una película irregular, carente de chispa, de humor, de ingenio y de genialidad. Pero no forma parte de una tendencia. De hecho, Tim Burton siempre ha sido irregular, ha enlazado grandes películas con otras bastante menos memorables. Lo que pasa es que siempre dejaba algo notable y aquí se echa en falta. En Mars attacks! estaba el sentido del humor. En El planeta de los simios, un ritmo trepidante. Aquí no queda mucho. Se ve y se olvida con demasiada facilidad. No sorprende, no engancha, no emociona. Y por eso no encaja en la filmografía de Burton. Una decepción, pero también porque venía de una maravilla como Sweeney Todd. ¿Pero no fue Charlie y la fabrica de chocolate un bajón tras la inolvidable Big fish? ¿No lo fue Mars attacks! tras la espléndida Ed Wood? Tim Burton es irregular, pero aquí no ha puesto su toque mágico. Lo recuperará con Frankenweenie, adaptación de uno de sus muy recomendables cortos. Y, si no, lo hará en su siguiente filme. No tengo dudas.

lunes, abril 05, 2010

Un gran Jeff Bridges para un pequeño 'Corazón rebelde'

Corazón rebelde es Jeff Bridges. Algo más, muy poco, hay en este melodrama con música de country de fondo, pero la verdad es que, si no fuera por la maravillosa actuación de Bridges, este filme no pasaría de tener una emisión en la sobremesa de cualquier canal de televisión. La historia es tópica, el guión falla en diversos momentos y los secundarios aparecen y desaparecen de una forma un tanto artificial. Pero todo eso se olvida cuando él aparece en pantalla. Cuando habla. Cuando canta. Cuando fascina con la mirada, con los gestos. No es fácil que un actor se apodere de una película con tanta facilidad como lo hace él aquí, ni siquiera aunque el foco de la misma esté siempre sobre él. A veces, cuando la película es buena, eso convierte la actuación en superlativa. La de Jeff Bridges lo es aunque el filme no esté a su altura. Quizá por eso, y aunque le haya reportado un Oscar, en unos años muchos habrán olvidado hasta el título. A Jeff Bridges no, eso es imposible.

Bridges interpreta a Bad Blake, un cantante de country que pasa por una mala época, personal, profesional, económica e incluso de salud, debido a las altas cantidades de alcohol y nocotina que introduce en su cuerpo cada día. Es un hombre cansado de la vida pero que sigue caminando por ella. Tiene que recorrer Estados Unidos en su furgoneta para cantar en los sistios más insospechados, desde pequeños clubes hasta boleras. Y en esto que le cambia la vida cuando se cruzan dos personas en su devenir. Por un lado, una periodista mucho más joven que él (Maggie Gyllenhaal), sobrina de uno de sus ocasionales músicos. Se acabará enamorando de ella, y ella de él, claro, aunque la historia no será siempre feliz. Por otro lado, un exitoso cantante (Colin Farrell) al que Blake le enseñó a moverse en el negocio y para el que ahora tendría que actuar para conseguir algo de dinero. Nada nuevo en el horizonte, una historia mil veces vista y que, como tantas otras veces en el cine norteamericano, juega con géneros musicales autóctonos.

El principal problema de Corazón rebelde reside en el guión, escrito por el también director de la película, el debutante tras la cámara Scott Cooper. Le falta ritmo, le falta tensión y no escoge demasiado bien qué aspectos de la vida de Bad Blake podrían haberle dado más fuerza dramática al conjunto. Escamotear con media escena la faceta de la rehabilitación del alcoholismo del protagonista es una lástima. Obviar demasiado al personaje de Maggie Gyllenhaal durante largos tramos de la película, también. Y si el filme no se hunde en el aburrimiento y la rutina es, precisamente, por la magnética presencia de Bridges, quien además interpreta las canciones de su protagonista (con un deja vu incluído, un homenaje seguramente no buscado al Nota, el personaje de Bridges en El gran Lebowski, al verle entrar con su sombrero tejano en una bolera). El Oscar es merecido, muy merecido, porque, como decía, el actor es la película, con todo lo bueno (para él) y lo malo (para el resto del filme) que eso supone.

Tal es el influjo de Jeff Bridges, que todos los demás personajes quedan difuminados, incluso el de Gyllenhaal, brillante por momentos y oscurecida en otros, y a pesar de que la actriz también fue nominada a la estatuilla dorada. O el de Robert Duvall, al que siempre da gusto recuperar para el cine. Quizá lo mejor que quede en el horizonte (además de las pegadizas canciones de country que, guste o no el género, acaban por hacer que el espectador se mueva) sea el final de la película, a pesar de que eso incide en la falta de definición de la misma. Uno no sabe si es un grito para la redención de las almas perdidas, una tragedia de alguien a quien no se puede recuperar o, simplemente, el seguimiento de las andanzas de un personaje pintoresco cuya vida está llena de altibajos. Si hay que decantarse por una de estas tres opciones, me quedo con la última. Y es una pena, porque su aceptación implica rebajar mucho las miras de la película. Con el magnífico trabajo de Jeff Bridges, se podría haber montado un circo mucho más interesante a su alrededor, pero, exceptuándole a él, se queda un biopic musical más.

martes, marzo 30, 2010

'Furia de titanes' y la lucha contra la nostalgia

No es fácil luchar contra la nostalgia. Furia de titanes representa una de esas películas de los años 80 que despertaron la imaginación de quien hoy es ya un treintañero. Es un título clave del cine fantástico de aquellos años, mucho más por ser la última gran contribución al cine del gran mago de los efectos especiales Ray Harryhausen que por la calidad que tuviera la película. Y, casi treinta años después, es difícil realizar una película con el mismo argumento que cautive de la misma forma a quien viera la original con ojos de niño. El remake dirigido por Louis Leterrier lucha contra ese poderoso enemigo, la nostalgia. Hay momentos en que sale ganando y hay otros en los que sale perdiendo. Y al final, deja una sensación contradictoria: es una entrenida oportunidad perdida. El grado de nostalgia que sienta cada espectador determinará si se queda con lo bueno o con lo malo.

¿Qué ofrece entonces esta revisión de Furia de titanes? Para empezar, eso, una revisión. Mucho ha cambiado la tecnología del cine en treinta años y es ahí donde está la principal novedad. El stop-motion que Harryhausen convirtió en sueños es ahora una reliquia del pasado. Hoy se impone para todo la tecnología digital y ahí el espectáculo cumple desde el principio. Podríamos discutir si nos gusta más la medusa o el kraken de Harryhausen o si preferimos estas obras por ordenador, pero al final la discusión sería en vano. La moderna Furia de titanes es lo que es, la antigua también. Ambas son igual de válidas y producto de sus respectivos tiempos (aunque la primera también fuera ya un canto a la nostalgia por los efectos especiales a los que recurrió). Hemos tenido tres décadas para disfrutar de la antigua y, sin duda, todos los que conozcamos ambas le vamos a dar más mérito y encanto a aquella. Pero sin el prisma de la comparación, siempre injusta, de esta Furia de titanes se puede disfrutar del mismo modo que de áquella.

Porque, seamos justos al menos en eso, Furia de titanes no era una película irreprochable. Tenía sus momentos buenos y otros no tan buenos, pero la nostalgia y los ojos de un niño contribuyen a embellecer las cosas. Hoy veremos este espectáculo mitológico que nos brinda Leterrier con una mirada mucho más crítica, y quizá eso nos haga olvidar que éste es un producto juvenil. Es un vehículo de acción pura y dura. No es que falle al intentar introducir más elementos que den profundidad a la historia o a los personajes, ni que trate de plasmar parábolas sociales o religiosas del mundo actual. No es eso. Es que Furia de titanes no aspira a eso, es un simple entretenimiento. Y entiéndase lo de simple sin ánimo de devaluarlo. Podríamos entrar a discutir si éste es el mejor cine posible, si el espíritu de serie B que desprende la historia se puede aplicar a una millonaria superproducción. Pero tampoco dejemos que eso nos amargue un buen rato en el cine, que es lo que ofrece.

Ese planteamiento para evaluar Furia de Titanes es válido siempre y cuando estemos hablando de un público familiarizado con el original, algo que no será muy frecuente entre la audiencia que busca este filme, producto ideal para un espectadores juveniles que seguramente desconocerán la cinta en que está basado. Ellos sí tendrán la posibilidad de vivir emociones parecidas a las que sentimos quienes en su día vimos el original y se sentirán muy cómodos en el entorno digital, con efectos especiales espectaculares y con las gafas de 3D (yo sigo sin ver este formato como algo revolucionario; aquí quizá se nota demasiado que la película no comenzó a rodarse en 3D, no es una apuesta de la propia película sino que se intenta aprovechar el tirón del éxito de Avatar). Para los nostálgicos, siempre nos quedará Zeus diciendo "libera al Kraken" o el guiño, inevitable y bonito, de darle un cameo a la lechuza de la película de los años 80.

La historia es la misma que en el original, aunque cambien pequeños detalles. Perseo, un semidios, ansía venganza contra Hades y para ello se embarca en una misión imposible que le lleve a averiguar cómo derrotar al kraken antes de que éste destruya Argos, una ciudad que ha decidido rebelarse ante los dioses y dejar de rendirles pleitesía. Sam Worthington, tras Terminator Salvation y Avatar, se consolida como el gran héroe de acción del Hollywood moderno, pero no gracias a sus limitadas cualidades interpretativas. Los platos fuertes del casting aparecen, como en el original, dando vida a los dioses. Liam Neeson recoge de Laurence Olivier el papel de Zeus. La película da la impresión de desaprovechar el Olimpo, y por eso quizás Neeson está mejor en sus escenas terrenales que cuando aparece disfrazado de Dios. Nadie ha sabido todavía capturar un aura poderosa mejor que lo que hizo Peter Jackson con Gandalf en la primera entraga de El Señor de los Anillos.

Ralph Fiennes ejerce de villano en esta función, dando vida a Hades. Muy rodeado de efectos digitales, lo cierto es que su interpretación se queda algo por debajo de su último gran villano, el Voldemort que apareció por primera vez en Harry Potter y el caliz de fuego y al que todavía se espera en todo su esplendor y la última y doble entrega de las aventuras del joven mago. Pero Fiennes siempre convence. Como muchos de los actores secundarios de la película, que pasan con facilidad del aprobado (más que interesante resulta el contraste entre el héroe al que da vida aquí Madds Mikelsen y el malvado Le Chiffre en Casino Royale). Gemma Arterton (que también forma parte de los mitos del último Bond, en Quantum of solace) pone la ya inevitable presencia femenina entre los héroes, y en algunos momentos se nota demasiado que es un añadido basado en encuestas de marketing.

Furia de Titanes tiene buenas escenas (la lucha contra los escorpiones, el vuelo de pegaso entre los tentáculos del kraken y las calles de Argos), otras no tan buenas (la escena entre Perseo e Io tras la segunda lucha contra un Calibos decepcionante), algunos añadidos positivos al original (la irrupción de Hades en Argos) y momentos en los que la clásica supera con creces al remake (la batalla contra Medusa). Pesa en su contra que el magnífico trailer, que a muchos nos disparó la ilusión por este filme, enseña en realidad demasiado. Pero es un producto atractivo para jóvenes y que a los algo más mayores, sea cual sea nuestra edad, nos traerá recuerdos de épocas pasadas. Un buen producto de entretenimiento, que podría haber sido mejor, sí, pero también peor. Leterrier baja en interés desde su interesante aproximación El increíble Hulk, pero seguro que encuentra un público al que atraerá su Furia de Titantes. Y eso es porque su producto es entretenido.

domingo, marzo 28, 2010

'Daybreakers' y la película que podría haber sido

Es raro que una película de vampiros de serie B no consiga entretener, porque es un tipo de filme que no engaña. Daybreakers es una de esas películas, es una clara serie B con nombres conocidos, bien rodada y bien ejecutada. Pero cuando termina, uno se queda con cierto regusto amargo, porque el planteamiento de los hermanos Michael y Peter Spierig es interesante, sí, pero algo convencional. Dibujan un mundo dominado por los vampiros y en el que los humanos tienen que estar escondiéndose permanentemente de los dominadores ávidos de sangre. Y uno no deja de preguntarse si no hubiera sido mucho más estimulante rodar la película sobre cómo los vampiros dominaron poco a poco el mundo. Podría haber sido una gran película de serie B con trasfondo histórico y social, como tenían las grandes cintas de ciencia ficción de los años 50 y 60. Lo que nos queda es una película muy entretenida. Pero qué pena que no sea algo más.

Y es que todo lo que ofrece Daybreakers se puede entender como virtud o como oportunidad perdida. Es una delicia para el aficionado al cine fantástico ver un mundo oscuro y violento poblado por criaturas vampíricas, pero al mismo tiempo es evidente que no está ahí la principal fuerza de este mundo imaginario. Es divertido ver un bar en el que sirven café con sangre, pero uno se pregunta qué habría pasado en una escena en la que habiera clientes para ese producto y clientes para un café solo. Impresiona ver unas granjas tecnológicas de extracción de sangre de cuerpos humanos vivos, pero ¿cómo habría sido contemplar la protesta en la calles ante el incipiente orden vampírico? El vaso medio lleno o medio vacío. En cualquier caso, lo hecho está bien hecho.

Buena parte de la fuerza del relato, y más cuando cae en las convenciones habituales del género, reposa en su dirección artística, en su contraste de colores en la fotografía y en su reparto, plagado de caras conocidas. Ethan Hawke, a pesar de no ser un actor de demasiados registros, siempre ha tenido buen gusto para meterse en el cine fantástico. Quizá busca un nuevo Gattaca. Daybreakers no lo es, pero es un buen título en su filmografía. Sam Neill disfruta, y se nota, haciendo de malo. Ambiguo primero, villano auténtico al final. Su disfrute es a ratos algo previsible, pero funciona. Y Willem Dafoe abandona temporalmente sus habituales papeles de antogonista malévolo para dar vida a un cazador de vampiros que debe muchísimo al de James Wood en Vampiros, de John Carpenter.

De hecho, ésta es su principal referencia. Daybreakers tiene partes que parecen sacadas directamente del filme de Carpenter. Las dos, a falta de platos de mejor gusto desde que Coppola reinventara la leyenda del más famoso vampiro en su Dracula, están entre las mejores películas del subgénero vampírico de los últimos tiempos. Al menos, entre las más entretenidas, ya que ambas derivan hacia aspectos de lo más comercial. El mayor pero que se le puede poner a Daybreakers, además de que no es el momento temporal más interesante de este universo que podrían haber escogido sus autores, está, como suele suceder en el fantástico, en un desenlace que no aprovecha las posibilidades de sus propuestas. El desmadre se apodera de la pantalla, la casquería toma el protagonismo que no había tenido en todo el metraje y la acción se sobrepone a todos los debates morales y sociales que pudiera haber sugerido el planteamiento de la cinta.

A pesar de contar con una atractiva campaña de publicidad, en la que se juega con mensajes dirigidos a los vampiros de la película, no ha sido un gran éxito de taquilla (20 millones de presupuesto, 45 recaudados en todo el mundo). Tampoco es que haya tenido una distribución sencilla, puesto que el filme se rodó en 2007 y no llegó a los cines hasta el pasado mes de enero. Quizá es que no han sabido venderlo, porque productos de menor calidad encuentran mejor acomodo (y recaudación) en las carteleras de todo el mundo. Y es una pena. Porque la ficción televisiva y cinematográfica está viviendo un auge de los vampiros y Daybreakers, seguramente una de las mejores muestras, no ha sido todo lo que podía esperarse de ella.

martes, marzo 23, 2010

Al fin gran cine sobre fútbol... y para todos los públicos

El deporte cinematográfico por excelencia es el boxeo. El deporte rey en buena parte del mundo, el fútbol, no ha tenido nunca una buena relación con el séptimo arte. Salvo contadas excepciones de cierta calidad (como Evasión o victoria, de John Huston) o ciertamente simpáticas (Quiero ser como Beckham), no hay películas que traten sobre fútbol y que hayan permanecido en la memoria de los espectadores, ya sean cinéfilos o futboleros. Hasta ahora. Casi al mismo tiempo hemos podido ver dos títulos que, por fin, han entendido cómo llevar a la gran pantalla las peculiaridades de este deporte. Y lo han hecho con un mérito aún más destacable. Son una delicia para los amantes del fútbol, sí, pero también pueden serlo para quienes no sepan absolutamente nada de lo que significan veintidos tipos en pantalón corto pegándole patadas a un balón. Y, qué extraño, ambas películas son inglesas. Como el fútbol.


No es descabellado decir que The damned United es ya, y al menos para muchos años, la película definitiva sobre fútbol. Su protagonista es una figura real, Brian Clough, un entrenador que se hizo famoso por elevar al olimpo balompédico a dos equipos que se arrastraban por las profundidades del fútbol británico, el Derby County y el Nottingham Forest. Al primero lo hizo campeón de Liga, después de subirlo a la máxima categoría del fútbol inglés, y al segundo nada menos que campeón de Europa. Clough también se hizo famoso por su relación antagónica con Don Revie, el entrenador que llevó a la gloria durante muchos años al Leeds United. El maldito United del título. El que Clough accedió a entrenar, aún traicionando así a su ayudante y mejor amigo, sólo por el deseo de superar a Revie en todo lo que pudiera. Y todo porque Revie, en un partido de Copa cuando el Derby County andaba por la segunda división inglesa, no le dio la mano a Clough. Ahí nació la obsesión.

The damned United tiene un guión prodigioso, basado en la novela del mismo título escrita por David Peace. Y uno se da cuenta de que el guión es prodigioso porque es la película definitiva sobre fútbol, sí, pero fútbol se ve poco en realidad (jugada maestra para no aburrir al no amante de este deporte), y eso hace crecer aún todavía más las palabras escritas que luego fueron rodadas. Hay algunas imágenes reales de archivo que componen unas magníficas y breves secuencias que enseñan a la perfección la progresión de los equipos de Clough en la clasificación. Éstas suponen un maravilloso ejemplo de síntesis narrativa (la película dura apenas 97 minutos; los justos, ni le sobra ni le falta nada). Sólo se ven partidos simulados en breves ocasiones y siempre centrando la atención en el protagonista. Un protagonista de lujo. Michael Sheen no deja de sorprender, y lo hace además dando vida a personajes reales (como en La Reina o El desafío. Frost contra Nixon), lo que aumenta aún más el nivel del reto al que se enfrenta en cada película.

Sheen se está convirtiendo en uno de los actores británicos más interesantes del momento, pero es que en The damned United (¿su mejor papel hasta la fecha? Difícil de decir después de El desafío, pero...) no podría estar mejor rodeado. Junto a él, destacan Timothy Spall (Sweeney Todd) y Jim Bradobent (Moulin Rouge). Pero en realidad todos están formidables. También el director, Tom Hooper, que tras la interesante Tierra de sangre (sobre el Sudáfrica posterior al apartheid) se ha convertido en un nombre a tener en cuenta. The damned United es la mejor película que se ha hecho nunca sobre fútbol, pero es mucho más que eso. Es una historia de amistades y obsesiones, de amores y de odios. Es una de esas películas de personajes que te llegan al alma. Aunque no sepas qué demonios es el Leeds United o el Derby County ni entiendas de qué va ese deporte que vuelve loco a tanto aficionado suelto por todo el mundo, porque de sentimientos entiende todo el mundo. Una delicia.

Buscando a Eric es la última película de Ken Loach. ¿Y desde cuando Ken Loach hace películas sobre deportes? Pues muy sencillo, desde que tienen un trasfondo social, que de eso sí sabe. El filme se centra en un hombre que padece una seria crisis vital. Vive con los dos hijos de su segunda ex mujer, y ninguno de los dos le hace demasiado caso. Uno de ellos, además, se ve involucrado con la mafia local de Manchester. No mantiene contacto con su primera ex mujer, el amor de su vida, a la que abandonó por cobardía y ya embarazada. Su trabajo es aburrido y sólo tiene amigos allí. ¿Y no era ésta una película de deportes? ¿Dónde está el fútbol? Pues en que es la única afición real que tiene este hombre. Es seguidor del Manchester United. Su ídolo es Eric Cantona. Y de repente se ve hablando con él de los problemas que tiene en la vida. Y mantiene al espectador preguntándose si el ex jugador está realmente allí o es producto de la locura en la que ha caído un hombre deprimido.

Otro guión memorable que, mientras va relatando la vida de este hombre, también llamado Eric, va dejando perlas para el aficionado al fútbol (incluyendo detalles sobre los orígenes y la realidad social del United, un tema ahora más de moda que nunca). Es la primera vez que se plasma en la gran pantalla con tanta emoción lo que significa el fútbol para un aficionado. Y la relación que tiene con la vida, porque, al final, el deporte es eso: una metáfora de nuestra propia existencia. Ves a Cantona en todo su esplendor, pero también ves un elenco de personajes maravillosos, un reparto como siempre alejado de los grandes nombres pero con una efectividad impresionante. Hasta el propio Eric Cantona adopta poses de un actor profesional. Quizá el fútbol tenga también algo de arte escénica. Quizá es que era inevitable ver algún día en una película ese gesto de subirse el cuello de la camiseta que tan característico le era al mejor 7 que el Manchester United ha tenido en las últimas décadas.

Loach no necesita ni un sólo plano ficticio de fútbol para expresar lo que significa este deporte. Y apenas necesita de algunos planos de archivo. Pero esas imágenes son un refuerzo al auténtico prodigio de la película: los diálogos. Sinceros, valientes, hermosos y realistas diálogos. Diálogos que refuerzan el verdadero mensaje de la película, que poco a poco se va convirtiendo en un hermoso canto a la vida, una defensa de las segundas oportunidades en la vida. Con el fútbol de por medio, sí. Pero no es Eric Cantona el protagonista de esta hermosa historia. Es Eric Bishop, interpretado inmejorablemente por Steve Evest. Toda la película es una delicia. Le gustará a mucho gente que no entienda de fútbol. Le encantará a quien le guste este deporte. Y le entusiasmará a quien idolatre, como yo, a Cantano. Y el final es sencillamente antológico.

jueves, marzo 18, 2010

Hermosa 'An education'

An education es una película sencilla y modesta, pero a la vez sincera y hermosa, que atrapa al mismo tiempo a la mente y al corazón. Es una historia que no hace falta haber vivido en primera persona para meterse de lleno en ella. Porque ese es el gran mérito del filme, que te lleva a soñar los sueños de Jenny, la joven protagonista. Que vives con ella sus ilusiones y sus decepciones, sus pensamientos y sus sentimientos. Ves París con sus ojos, ves la excitación de una subasta de arte a través de ella, sonríes con su ilusión y lloras el dolor de su corazón como si fuera el tuyo. Y, como decía, no hace falta ser una joven británica de 17 años, hija de una familia conservadora y estricta, para vivir esta película como algo propio. Esa es la magia del cine, la magia que tiene esta hermosa An education.

Y es una magia que seguramente no sería la misma sin Carey Mulligan. Quizá el encanto provenga de que es una actriz prácticamente desconocida. O quizá no, quizá sea cosa del talento. Yo me inclino más por la segunda opción y por las ganas de volver a verla en la pantalla. Lo cierto es que su interpretación es magnífica, realista y perfecta, llena de matices, llena de vida. Cada sonrisa, cada mirada, cada lágrima encaja a la perfección en lo que demanda el personaje y el tono de la película. Es fascinante. Y es una pena que Sandra Bullock le haya quitado el Oscar. Una auténtica pena. Carey Mulligan tiene otra virtud, y es que su mirada, su cuerpo y sus gestos encajan perfectamente en el personaje a pesar de que Jenny tiene 17 años y la actriz está a punto de cumplir 25. Pese a la diferencia de edad, la verosimilitud de su personaje está fuera de toda discusión. Ella es la película.

Fuera de ella es donde se puede encontrar algún pero al filme. Está basada en la historia autobiográfica de la periodista británica Lynn Barber (concretamente, en el tránsito de joven a adulta, en el amor que siente por un hombre mayor que ella que le descubre el mundo de placer y diversión que su padre le tiene vetado para que se centre en sus estudios), pero el guión está escrito por Nick Hornby, autor entre otras de Alta fidelidad. Siempre que un hombre escribe un guión desde los ojos de una mujer se suscita cierto debate sobre su capacidad para llevar a cabo esa empresa. Aquí no hay discusión en que ha conseguido un gran realismo con la joven protagonista (contribuye sin duda a ello la labor de la directora, la danesa Lone Scherfig, que fue parte del movimiento Dogma por el que tan poco aprecio sentí en su momento), pero curiosamente donde no alcanza el máximo de las posibilidades de la historia es al dar voz a alguno de los personajes masculinos.

En ese sentido, y sin pretender que haya fallos generalizados en la caracterización de los hombres de la película, hay algún momento hacia el final que parece confuso, sobre todo en el caso del protagonista, David, muy bien interpretado por Peter Sarsgaard (como parte de un muy sólido reparto, en el que aparece brevemente Emma Thompson y en el que destacan Alfred Molina, el Doctor Octopus de Spider-Man 2, y Rosamund Pike, némisis de 007 en El mundo nunca es suficiente) pero del que quedan algo perdidas en la oscuridad sus verdaderas pretensiones. Quizá le falten a la película cinco minutos que ofrecieran alguna explicación más. Esos cinco minutos no hubieran supuesto, ni mucho menos, un lastre, ya que An education cuenta con otra gran virtud, la capacidad de síntesis. En poco más de hora y media, queda condensada con maestría, como en los clásicos, una historia que abarca un gran espacio de tiempo y, sobre todo, un amplio y hermoso abanico de sensaciones y personajes.

No es frecuente encontrar una película que controle tan bien las emociones del espectador. Que sepa cuándo hacerte reír y cuándo llorar, cuándo provocarte ilusión y cuándo decepción. Que juegue con acierto todas sus cartas interpretativas y técnicas. Que te llegue al corazón. An education lo consigue. Sus pequeños fallos son, por ello, perfectamente disculpables. Es una hermosa delicia que tuvo su minuto de gloria en los Oscars (tres nominaciones: película, guión adaptado y actriz; ningún premio) y que tendrá su recuerdo en los espectadores, tanto en los que hayan vivido algo parecido como en los que lo hayan soñado. Y ese premio vale mucho más.

lunes, marzo 15, 2010

Fallida 'Nine'

Nine es una película fallida y queda claro desde la primera escena, en el número musical que tendría que servir para presentarnos al protagonista, un director de cine con problemas, y a todas las mujeres que le rodean (su esposa, su amante, su musa, su recuerdo sexual de la infancia y una periodista, además de su diseñadora de vestuario y su madre). En ese número musical, las estrellas femeninas aparecen diluídas, perdidas en el cuadro de bailarinas. No destacan, no consiguen personalidad propia, no despuntan, no adquieren alma, y eso que casi todas ellas han ganado algún Oscar. La música, brillante, sí. Pero un musical va más de la música y eso es algo que no se acaba de entender en el cine en algunas ocasiones, en esta constante moda de pensar que cada película músical va a revitalizar el género.

La película está basada en un musical de Broadway que a su vez se declara deudor del autobiográfico 8 1/2 de Fellini. Sin haber visto ninguno de los dos referentes, es difícil decir cuánto tiene de culpa el director de este Nine, Rob Marshall (al que también se atribuyó una de las anteriores revitalizaciones del musical, Chicago, y que ahora va a dar un extraño giro a su carrera con la cuarta entrega de Piratas del Caribe), en el fallido experimento que supone. O a su reparto. No deja de ser curioso que en Hollywood se hable continuamente de la falta de papeles para mujeres y que en la película en que más estrellas femeninas se reúnen en muchísimo tiempo, y todas ellas además oscarizadas, el mejor intérprete sea precisamente el hombre. Daniel Day Lewis es uno de esos actores que nunca pueden estar mal. No es que aquí haga el papel de su vida, pero supera el examen con muy buena nota. El de la intrepretación y el de la canción.

Ninguna de las actrices, en realidad, consigue entusiasmar y la mayor decepción es la de Sophia Loren. Poco queda de aquella diva que enamoraba con la mirada hace algunas décadas y mucho de la actriz que tan poco aparece ya en el cine. Kate Hudson y Nicole Kidman apenas tienen papel que desarrollar, aunque la primera cuenta con uno de los dos mejores números musicales del filme (uno de los tres creados para la adaptación cinematográfica, Cinema italiano; de difícil explicación en la película, como la periodista a la que interpreta Hudson, pero inmensamente pegadizo). Judi Dench se ha acostumbrado demasiado a interpretarse a sí misma y no ofrece mucho. Penélope Cruz no destaca lo más mínimo y no deja de sorprenderme el furor por su actuación, para mí de lo más corriente. Quizá destaque algo más Marion Cotillard, quizá porque es la única de todas ellas que cuenta con dos números musicales. Pero, en realidad, la mejor de la película, la que realmente consigue lo que se propone y la que tiene el mejor número musical es Fergie. La que no tiene un Oscar.

No es, en todo caso, en la actuación donde se cimenta lo fallido de la película (hay mucha corrección, quizá demasiada), sino en un guión irrregular y una dirección floja. Nine no consigue en ningún momento implicar al espectador. No preocupa la relación que Guido, el director protagonista, tenga con su mujer o con su amante, ni tampoco los recuerdos de su madre, ni mucho menos los problemas que pueda tener para escribir el inexistente guión de su película, ni lo que tenga que decirle a su estrella para convencerla de que participe en el proyecto. Nada, en realidad. De hecho, la única parte de la película que suscita cierto interés es cuando el propio Guido canta sobre sí mismo. Pero eso, seguramente, se debe al talento de Daniel Day Lewis y nada más (el papel iba a ser para... Javier Bardem; no soy capaz de imaginarlo, no...). O a la buena música de Maury Yeston, porque las canciones sí enganchan fuera de la pantalla (y seguramente también sobre el escenario de un teatro).

Al final, el único espectador que disfrutará de verdad con Nine será aquel que tenga un gusto especial por los musicales. No sobresale esta película más que por algunas canciones, aunque muchos quisieron colocarla en la carrera por los grandes premios. Al final contó sólo con reconocimientos puntuales y secundarios, y desembocó en un gran fracaso en taquilla (no llegó a cuarenta millones de dólares en todo el mundo, cuando su presupuesto fue de ochenta). Una de esas películas que demuestra que no basta con tener nombres de prestigio para convencer a público y crítica. Un caro pasatiempo que no satisface.

jueves, marzo 11, 2010

'Shutter Island': Scorsese en plena forma busca guión a la altura

Martin Scorsese lleva ya unos años en plena forma como cineasta. Siempre ha sido muy grande, con pequeñas excepciones como Kundun (a la que, francamente, no le encuentro más punto de interés que sus hermosas localizaciones), pero en este momento de su carrera maneja la cámara y todo lo que se mueve por delante del objetivo con una madurez espectacular. No tiene ya, obviamente, la capacidad de sorpresa de sus grandes obras, Taxi Driver y Toro salvaje en sus primeros años o Casino y Uno de los nuestros un tiempo más tarde. Pero a Scorsese se le ve en condiciones de mostrarnos algo así, una obra maestra que haga Historia. La lástima es que lleva tiempo sin encontrar una historia y un guión que le permita demostrar toda la genialidad que lleva dentro y toda la madurez como cineasta que es capaz de mostrar. Se intuye grandeza, pero no termina de llegar plenamente. No estuvo lejos en Infiltrados, pero Shutter Island, con todo lo bueno que encierra, es un pequeño paso atrás no en la carrera de Scorsese porque la película vale, pero sí en esa carrera por volver a ver al mejor Scorsese.

La culpa es del guión de su última película, que no está a la altura de su prodigioso arranque, de las expectactivas que genera y del genio tras la cámara. Lamentablemente, y a poco que el espectador sea algo observador, el único reto que ofrece el guión es cuánto se va a tardar en desentrañar el misterio que sirve de base a la película. Pistas hay desde la primera secuencia (insisto, brillante, tensa y magnífica secuencia, llena de detalles, información y sutilezas visuales y sonoras). El guión, por tanto, no sólo no es un reto sino que se convierte en todo lo contrario. Es una invitación a presenciar durante dos horas una historia que es fácil saber en qué desemboca. Y como la principal arma que utiliza es el suspense, la película queda algo desvirtuada. Pero ahí aparece Scorsese al rescate. Como decía, su dominio de la cámara y del montaje es impresionante. Suele serlo, pero aquí incluso por encima de la media que viene marcando en trayectoria que ya abarca cinco décadas.

Es esa maestría del director lo que hace que el mejor personaje de la película sea el escenario de la misma: una isla alejada del mundo real que esconde un peculiar hospital psiquiátrico. A él llegan dos agentes judiciales que tienen como misión encontrar a una reclusa que ha desaparecido sin que nadie sepa muy bien cómo. No conviene contar mucho más de la trama, porque a partir de ahí se corre el riesgo de revelar demasiado o de apuntar pistas que permitan resolver el misterio (fácil de resolver, insisto, e incluso con alguna que otra torpeza difícil de explicar una vez llegados al final de la historia). Pero sí es importante destacar la importancia de las localizaciones en el prodigioso ambiente de misterio que crea Shutter Island. Y no sólo la isla, sino también el resto de escenarios que se usan en la película a través de los sueños y recuerdos de protagonista, un Leonardo DiCaprio que, probablemente gracias a Scorsese, ha adquitido oficio como actor en los últimos años (pero que, también es cierto, se ha encasillado en un tipo de papel muy definido).

Y quizá esa sensación de que ya le hemos visto en papeles similares hace que su personaje pierda algo de fuerza y la mirada del espectador se vea obligada a buscar otros puntos de interés. Y los hay. El primero, como decía, es la isla, es el psiquiátrico, es el conjunto de los pabellones y pasillos, los acantilados y el faro. En su conjunto, un personaje más. Pero después uno mira a dos grandes actores con papeles algo irregulares, Max von Sydow y Ben Kingsley (no acaban de funcionar los cambios de orientación en sus acciones y motivaciones, pero ambos tienen muy buenas escenas). Incluso a Mark Ruffalo, que aporta más de lo que parece en un buen papel, alejado de registros como el que mostró en Zodiac (una referencia más que oportuna, pues Shutter Island estuvo a punto de ser una película del director de aquella, David Fincher). Incluso Michelle Williams (que interpreta a la mujer del personaje interpretado por Leonardo DiCaprio) aporta buenas dosis de misterio y tensión desde los recuerdos del agente protagonista. Y la música, que engancha desde el principio y encaja a la perfección en las imágenes a pesar de no tratarse de composiciones no escritas para la película.

La valoración que se pueda hacer del resto de elementos de la película y de la película en sí misma, en realidad, dependerá mucho de lo que uno sienta en su interior tras descubrir lo que, teóricamente, tendría que dar sentido al desarrollo de la película. Cabe la posibilidad de que, conocida la resolución, el espectador piense que no ha merecido la pena estar dos horas delante de la pantalla. Incluso puede sentirse engañado. Yo no soy de esos. Yo vi una película fascinante realizada por un espléndido director. Con sus peros, desde luego, pero interesante de principio a fin. Hipnótica por momentos y demasiado transparente en otros. Pero Scorsese siempre merece la pena. A ver si encuentra el guión que le devuelva al Olimpo del cine, porque él ya lo está poniendo todo de su parte.

lunes, marzo 08, 2010

...y ganó la guerra independiente

En tierra hostil 6 - Avatar 3. Goleada, sí, pero mucho mayor en el fondo que en los números. No sé, y lo digo honestamente, qué tiene la película de Kathryn Bigelow para convertirse en la mejor del año, pero sí tengo claro que ha ganado por dos motivos. En primer lugar, porque la Academia americana quería un dato histórico, una foto de portada, para ocultar lo previsible y aburrido que resultó todo el tinglado que montó. Y el dato histórico no es otro que colocar a Bigelow como la primera mujer en ganar el Oscar al mejor director. Es de esos Oscars que uno considera cantados en cuanto ve a la persona que lo va a entregar. Salió Barbra Streisand, dijo que podía ser la primera directora en llevarse la estatuilla (aunque luego también lo maquilló diciendo que Lee Daniels también habría sido el primer director negro en ganar; nadie dio importancia a este detalle antes de la gala, igual porque todos sabíamos que la reivindicación racial vendría en la actriz secundaria), y confirmó el secreto a voces.

El segundo motivo es que Hollywood ha querido girar su mirada al cine independiente, pequeño, de bajo presupuesto e intimista. Lo había hecho ya con las nominaciones, pero completó la jugada con los premios. Con los de En tierra hostil, Precious o Corazón rebelde. Con la clara derrota de Avatar incluso en las categorías técnicas. Con el, por otra parte merecido, ninguneo absoluto a Up in the air (seis nominaciones, ningún premio) o Malditos bastardos (ocho candidaturas, una estatuilla), o el que ya se había hecho previamente al Invictus de Clint Eastwood (que repite ostracismo por segundo año consecutivo a pesar de la categoría de su cine). Y dentro de la apuesta por el cine más modesto, otra apuesta menos: por dos de los géneros oscarizables más clásicos: la guerra y el drama. Vamos, que District 9 no era una apuesta real de la Academia, sino una concesión a una película que ya debía de sentirse premiada sólo con la nominación.

En cualquier caso, esta mirada que Hollywood quiso vendernos con la concesión de sus premios, quedó totalmente oscurecida (aunque nadie haya hecho ese análisis) con la ceremonia que planteó. Sí, le dio los premios al cine más independiente, pero su reconocimiento real se fue al cine más comercial. No hay otra forma de entender la presencia de tantos actores jóvenes de productos comerciales (o que tantos nominados sin premio al final actuaran como presentadores en la gala) o los dos grandes vídeos que se emitieron. El primero fue un homenaje desmesurado y exagerado a la figura de John Hugues, director de cine adolescente de los años 80 que falleció el año pasado (sacándole, además, de un in memorian que resultó de lo más soso) y el segundo una recopilación de los clásicos de un género comercial por excelencia, el de terror, que sólo ha recibido reconocimiento en forma de premios una vez, con El silencio de los corderos. La Academia dio un mensaje algo surrealista y esquizofrénico. Sabe quién le da de comer, pero quiere estar a buenas con todos. Y así quedan unos premios raros y deslucidos. Quizá Hollywood sabe que En tierra hostil no va a ser un clásico.

Lo cierto es que para mí no hay gran diferencia entre la victoria de En tierra hostil y la que podría haber sido de Avatar, más allá de estos dos pequeños detalles. Las dos películas, y otras muchas de las nominadas, me parecieron en el mejor de los casos decepcionantes. Por eso, la noche de los Oscars me pareció sosa y aburrida, poco emocionante y algo surrealista. La única alegría de la noche me la dio el triunfo de la prodigiosa banda sonora del genial Michael Giacchino para Up y su dedicatoria. "Si queréis ser creativos, sedlo, porque no es una pérdida de tiempo", dijo (o al menos eso vino a decir el traductor que tapó sus palabras en la retransmisión). Eso es el cine, eso es su trabajo, eso es Up y eso es Pixar, por encima de muchos de los que ganaron. La Academia quiso la foto histórica de una mujer. ¿Querrá algún día la de una película de animación? ¿Reconocerá algún día que esta forma de hacer cine es tanto o más auténtica que la imagen real? Probablemente, y por desgracia, tardará mucho en hacerlo.

Los actores ganadores fueron los previstos. Ni el más mínimo atisbo de sorpresa. Ni de emoción en mí, salvo en el caso de Jeff Bridges. Bien es cierto que me hubiera gustado que Morgan Freeman saliera con la estatuilla para reivindicar a Invictus, pero el entusiasmo y la felicidad sincera con la que Bridges celebró el premio, y a la espera de ver su película bien valía esa concesión. Mo'nique no me conmovió tanto en Precious (y menos mal que no hubo doblete con su protagonista, Gabourey Sidibe), si acaso en su escena final, y Sandra Bullock nunca me ha parecido una gran intérprete. Lo de Christoph Waltz me parece algo sobrevalorado, como todo en Malditos bastardos y como todo el cine de Tarantino (¿cuánto había de broma de guión y de guiño a la realidad en la intervención de Almodovar, que le dijo a Tarantino que le encanta su cine pero que no lo entiende?). Pero como todo esto estaba cantado, poco hay que decir.

Y, en realidad, como la ceremonia estaba planteada como un cara a cara entre En tierra hostil y Avatar, no hay mucho más que decir sobre los premiados, más allá de anotar que la victoria de la primera llegó incluso en los terrenos en los que casi todos esperábamos el triunfo de la segunda. La película de Bigelow le quitó a la de Cameron tres premios menores, técnicos, de esos en los que se podía haber cimentado el triunfo de Avatar (ambos títulos competían en cuatro de esas categorías y Cameron sólo ganó en una, la fotografía). Curioso mensaje el de la Academia en este sentido. O, quizá, una forma de engrosar el número de premios de la película vencedora para que realmente haya una sensación de película vencedora. En cualquier caso, dejó un poso extraño, por mucho que la ceremonia estuviera pensada para que sólo importasen los grandes detalles, los premios importantes y, sobre todo, el mundo de los actores. Sólo ellos tuvieron protagonismo en casi todos los aspectos de una gala larga y bastante más aburrida que la de otros años.

La culpa no hay que echársela a los presentadores, Steve Martin y Alec Baldwin. Ellos estuvieron bien, brillantes en algún momento concreto (formidable la parodia a Paranormal activity), pero apenas tuvieron minutos en la ceremonia. Y tanto fue así que el mejor gag de la noche no lo protagonizaron ellos, sino Ben Stiller (y eso que no me cae especialmente bien). Salió a presentar el Oscar al mejor maquillaje disfrazado de na'vi, una de las criaturas azules de Avatar. Y él mismo se reía de su broma recordando que Avatar ni siquiera estaba nominada en esa categoría. El caso es que no se asume que una ceremonia de este estilo tiene que ser larga por naturaleza y duró tres horas y media. Más o menos como siempre, y eso que hubo muchos, muy sonados y muy desafortunados recortes y cambios. Para empezar, el inicio. Si tienes dos presentadores, ¿porque el número musical con el que se abre la ceremonia está a cargo de otro (Neil Patrick Harris)?

La obsesión por la duración desembocó en un final desprovisto de todo glamour y profesionalidad. Debe ser que las tres horas y media era el tope máximo de duración, porque a Tom Hanks le hicieron leer deprisa y corriendo el nombre de la ganadora de la noche. No citó a las nominadas y pilló por sorpresa a casi todo el mundo, incluyendo a Bigelow, que volvió del backstage dando la sensación de que ni había oído que su película era la ganadora. Qué frialdad más inesperada. Tampoco se interpretaron las canciones nominadas (sí hubo un número musical con las bandas sonoras... y fue de lo mejor y más aplaudido de la noche). Y nos robaron la ovación que todos hubiéramos deseado darle a Lauren Bacall por su Oscar honorífico. Le dieron la estatuilla en una ceremonia previa, junto a otros premios honoríficos, pero llevaron a estos insignes premiados a la gala para mencionarles de pasada, y esa circunstancia la aprovecharon muchos para ponerse en pie y forzar un aplauso más largo de lo normal para la actriz.

España se vino de vacío. Bueno, casi. El Oscar a la mejor película de habla no inglesa es uno de los que menos interesa por allí, pero recayó en El secreto de tus ojos. No es española, es argentina, pero algo español hay. Esa fue la gran sorpresa de la noche, y tuvo que llegar, como decía, en una categoría menor para los estadounidenses. Eso dice mucho de lo previsible de toda la ceremonia. Penélope Cruz no consiguió su segundo Oscar, y tengo que decir que me alegro. No entiendo qué han visto en ella, ni tampoco en su trabajo en Nine. Mucha más pena me dio que no ganara el corto de Javier Recio, La dama y la muerte, aunque consiguió que se hablara de él en una categoría en la que sonaban mucho al menos otros dos de los candidatos. Ojalá que dentro de poco veamos a Recio en nuevos y más ambiciosos proyectos.

¿La alfombra roja? Parece cada vez más rutinaria y aburrida, cada vez más desconectada de lo que sucede dentro del Kodak Theatre y cada vez más propia de una pasarela que de una fiesta del cine. En cualquier caso, no hubo grandes vestidos que desentonaran (¿soy el único al que no le gustó nada, nada, nada, el de Sarah Jessica Parker...?). Charlize Theron me parece siempre encantadora, Meryl Streep estaba estupenda con un vestido original (al menos, rompió la estética del 99,9 por ciento restante de las actrices), me encantó el look que lució Kate Winslet (hizo de ella una mujer intemporal, sin edad, una auténtica estrella de celuloide) y sólo puedo añadir que, aunque no la viera en la alfombra roja sino en el anuncio de las nominaciones al Oscar al mejor actor, sigo profunda y perdidamente enamorado de Michelle Pfeiffer.

Y tengo que añadir un detalle más. Qué poco me gustó la retransmisión de Canal +. Qué poco aportaron los encargados de conducir la gala, más allá del su propio entretenimiento personal. Me hubiera gustado más información, más detalle, más contenido. Me pareció una reunión en el salón de una casa como podría tener cualquiera para ver los Oscars. O un partido de fútbol. En especial, me pareció irritante la participación de Antonio Muñoz de Mesa y sus entrevistas en la fiesta organizada por el canal, entrevistas a personajes que no tenían nada que decir, que no habían visto las películas nominadas (sin juzgarle, me parece decepcionante que alguien como Daniel Monzón, que ha sido crítico y ahora es director, diga que no ha visto más que Up... ¡y porque la fue a ver con su hija!) y a los que, a veces, ni siquiera presentaba. Eche de menos a Jaume Figures, que sí daba un valor añadido a la retransmisión de años precedentes.

Para un análisis complementario a éste, más formal y periodístico y menos apasionado, de la ceremonia y los premiados, os remito a este otro artículo mío en Suite 101.

jueves, marzo 04, 2010

Criaturas azules o guerras independientes

Ya están aquí los Oscar. Y, la verdad, tampoco es que haya una excitación sin precedentes, al menos para mí. Aunque haya nada menos que diez cintas nominadas a la mejor película, lo cierto es que las favoritas no me emocionan y, además, llevamos meses viendo como se presenta una contenienda entre las criaturas azules y multimillonarias de James Cameron en Avatar y los artificieros en la guerra de Irak en el cine independiente que ofrece En tierra hostil. La referencia está en los nominados a mejor director, puesto que las cinco no han conseguido el reconocimiento a su realizador no parece que vayan a tener más exito que la nominación. ¿Querrá la Academia premiar a la película que ha ganado 2.500 millones o apostará por un filme pequeño, que se pasó año y medio sin distribución y que no ha sido precisamente un éxito de taquilla? ¿O quizá ambas cosas, premiando así por primera vez a una mujer como mejor directora? Soy de los que piensa que la mejor película debe tener al mejor director, así que no comulgo con esa opción.

Hay quien piensa que la sorpresa puede venir de Malditos bastardos. A mí es que ninguna de las tres me motiva demasiado como para recibir el cartel de mejor película del año. Avatar pasará a la historia por muchas cosas, pero no por ser una gran película. En tierra hostil seguramente no pasará a la historia, salvo que consiga arrasar en estos premios. Y Malditos bastardos tiene ya su hueco gracias a los muchos seguidores de Tarantino. ¿Pero la mejor película de 2009? No creo que esté en esa terna, ni siquiera en el quinteto sumando Up in the air o Precious. Para mí, no hay discusión, aunque sé que es una apuesta perdedora para el próximo domingo. La mejor de las diez nominadas es Up. Pero ya es un triunfo que esté entre las mejores, aunque sea gracias a esa decisión de incluir diez títulos que tanto devalúa un mérito cuyo único referente es de hace casi dos décadas, cuando La Bella y la Bestia se convirtió en la primera cinta de animación nominada en la categoría principal.

Con las diez nominadas, lo que la Academia ha querido hacer es premiar a un cine que no suele tener cabida (hasta hace algunos años) en los Oscars. Pero, de paso, le ha quitado nivel a las elegidas y ha dejado muy claro que, salvo sorpresón mayúsculo, la mayoría de las nominadas no tiene nada que hacer. Lo normal es que arrase Avatar (y más después de que uno de los productores de En tierra hostil infringiera las normas de la Academia y pidiera el voto para su película en lugar de para "la que ha costado 500 millones"). No hay duda en las categorías técnicas, lo que seguro que le da alguna estatuilla que en realidad no merezca, y esa corriente es probable que le dé premios hasta convertirse en la clara ganadora de la noche. Si no hay sorpresas, claro. Año tras año insisto en que no suelo acertar con los ganadores, a veces ni siquiera cuando parecen obvios, pero en cualquier caso hay va mi quiniela de las principales categorías.

PELÍCULA
Creo que va a ganar: Avatar
Quiero que gane: Up
En los quince primeros minutos de Up veo más cine que en las otras nominadas juntas (a falta de ver An education y The blind side, aunque no creo que eso cambie mi opinión). Pero sé que es imposible. Como que gane mi otra gran esperanza, District 9. Lástima que la ciencia ficción siga echando para atrás a tanta gente. Si gana el despropósito de los Coen, Un tipo serio, perderé toda mi fe en estos premios. Si es que se puede tener fe en ellos, claro.

DIRECTOR
Creo que va a ganar: James Cameron (Avatar)
Quiero que gane: -
Es así de sencillo, no quiero que gane ninguno. Decía que la mejor película debe tener al mejor director y en este caso no cuenta con nominación. La imagen de ver a James Cameron reviviendo su "soy el rey del mundo" de Titanic es muy golosa. No me gustaría que ganara Quentin Tarantino, su éxito me es incomprensible.

ACTOR
Creo que va a ganar: Jeff Bridges (Corazón rebelde)
Quiero que gane: Morgan Freeman (Invictus)
Llevamos meses oyendo hablar de Jeff Bridges como el favorito, aunque yo no descartaría a Colin Firth. No he visto los papeles de ninguno de los dos, así que ahí no me mojo. Pero que ganara Morgan Freeman sería un punto de reivindicación ante el ninguneo de la Academia a Clint Eastwood por segundo año consecutivo.

ACTRIZ
Creo que va a ganar: Sandra Bullock (The blind side)
Quiero que gane: Meryl Streep (Julie & Julia)
No sólo no hay muchos grandes papeles para actrices, sino que además no hay grandes intérpretes, lo que permiten que lleguen aquí actrices normalitas. Supongo que por eso la favorita viene siendo, desde hace meses, Sandra Bullock. Mi voto para Meryl Streep es por ella (y el estado de gracia en el que está en los últimos años) más que por su personaje, pues no he visto la película.

ACTOR SECUNDARIO
Creo que va a ganar: Christoph Waltz (Malditos bastardos)
Quiero que gane: Matt Damon (Invictus)
Éste parece el Oscar más cantado de la ceremonia. A mí es que Malditos bastardos no me dijo nada. Con mi deseo de que gane Damon se repite el deseo de la categoría de actor principal, aunque tampoco le haría ascos a que la estatuilla se le lleve Christopher Plummer. Stanley Tucci no me terminó de convencer en The lovely bones, aunque tiene momentos sublimes.

ACTRIZ SECUNDARIA
Creo que va a ganar: Mo'Nique (Precious)
Quiero que gane: Anna Kendrick (Up in the air)
También éste parece cantado, aunque reconozco que Precious no me ha llegado al alma. El problema es el mismo que con las actrices protagonistas. Ninguno de estos trabajos me emociona de verdad. Apostemos por savia nueva y por un papel mal rematado (culpa del guión) pero al menos original. ¿Penélope Cruz? No doy crédito, no sé qué le ven. Y menos en Nine, una película pensada para recordar a las actrices y en la que todas sucumben a la categoría de Daniel Day Lewis.

GUIÓN ORIGINAL
Creo que va a ganar: En tierra hostil
Quiero que gane: Up
Una de las mayores satisfacciones de las candidaturas fue escuchar Up en esta lista. No va a ganar, claro. Si la triunfadora de la noche es Avatar (menos mal que no recibió nominación para su simplista guión...), lo normal es la compensación aquí con En tierra hostil. Nada descartable que Tarantino sí se lleve este premio para sus malditos bastardos. ¿Los Coen? Por favor, no.

GUIÓN ADAPTADO
Creo que va a ganar: Up in the air
Quiero que gane: District 9
Aquí la contienda parece entre Up in the air y Precious, entre las risas que la primera haya podido provocar la primera entre los académicos y las lágrimas derramadas en la segunda. Tampoco es descartable An education, pero parece menos probable. El toque de originalidad sería para In the loop o District 9. Yo no apostaría por ello.

PELÍCULA DE HABLA NO INGLESA
Creo que va a ganar: La cinta blanca
Quiero que gane: La cinta blanca
La verdad es que no he tenido opción de ver más que la película alemana, con lo que no hay mucha más discusión. Por lo que dicen, es un mano a mano entre la más que interesante La cinta blanca y la francesa Un profeta. El castellano, presente por partida doble con El secreto de tus ojos y La teta asustada, parece que se irá de vacío.

PELÍCULA DE ANIMACIÓN
Creo que va a ganar: Up
Quiero que gane: Up
No contemplo otra opción. Pixar reina por encima de todo y si la película se ha colado en la categoría principal, ¿cómo no va a ser la mejor de animación? Y eso que Los mundos de Coraline es muy interesante.

MÚSICA ORIGINAL
Creo que va a ganar: Avatar (James Horner)
Quiero que gane: Up (Michael Giacchino)
Si hay un huracán de Avatar, éste se lo llevará por inercia pero no por méritos. Horner vuelve por sus fueros de autoplagios y sonidos idénticos a los de películas anteriores. Giacchino, en cambio, es innovador en cada música que compone. Que ganara el Sherlock Holmes de Hans Zimmer tampoco me disgustaría nada, pero la Academia ya ha dejado pasar obras maestras de este genio sin nominarle siquiera.

viernes, febrero 26, 2010

'The lovely bones': muy bonita, algo irregular

Peter Jackson se ha enfrentado siempre a un curioso análisis por parte de la crítica. Ésta alabó que un director de productos de terror de serie B y casquería varia se lanzara a dirigir una película seria, Criaturas celestiales. Aquellos que le alabaron entonces, lamentaron su salto al cine espectáculo de gran presupuesto con la trilogía de El Señor de los Anillos, aunque el resto del mundo disfrutó con las aventuras en la Tierra Media. Cuando hizo su King Kong, muchos críticos vieron la decadencia de un hombre entregado a los efectos especiales que debía volver al cine más serio. Y cuando lo hace con The lovely bones surgen dos tendencias: la de quienes infravaloran todo el cine de Peter Jackson y la de quienes creen que sólo sabe rodar superespectáculos, a pesar de haberlos criticado en su día. "No la han entendido", lamentaba Peter Jackson tras las feroces críticas que ha cosechado su último trabajo. Y no le falta razón, no. No han debido de entenderla, porque es una buena película, muy bonita, aunque algo irregular.

No se desvela prácticamente nada de la trama si se cuenta que la protagonista de The lovely bones es una joven de 14 años que ha sido asesinada. Es siempre atrayente que el narrador de la historia sea un personaje muerto, es algo que funciona muy bien en películas de diferente tono (cabe recordar, por ejemplo, American Beauty, un título muy distinto a éste en todo). Con ese punto de partida, lo que ofrece la película de Peter Jackson es un doble enfoque. Por un lado, el tránsito de la tierra al cielo de la joven muchacha y, por otro, lo que sucede en esta tierra que ha abandonado con su familia y su asesino. Ese doble enfoque es, cinematográficamente, lo mejor de la película. Son poderosos, a veces audaces (casi onírico cuando mezcla por primera vez el espacio entre dos mundos y la vida real), siempre efectivos, los montajes paralelos que plantea el director.

También es notable la ambientación. Con una imaginación desbordante, es obvio que la balanza visual entre la sociedad de los años 70 y esa especie de limbo se decanta por el segundo espacio, cargado de bellísimas imágenes y de referencias a diversas mitologías (qué pena me da leer a algunos críticos que se han despachado a gusto buscando referencias incluso a los Teletubbies, cuando uno, quizá más inocente, llegó a ver alguna a El Principito), muy por encima del intento de Más allá de los sueños de plasmar el infierno (con la clara influencia de La divina comedia de Dante) y con un claro (y no intencionado, por desconcimiento) paralelismo con la española Camino, aunque sin su simbología cristiana. Pero antes incluso de conocer ese mundo, Jackson ofrece una de las más bellas escenas de muerte sin que se llegue a ver muerte alguna. Una niña corriendo, alguien que ve más allá de la realidad, un entorno familiar, mucha niebla y una soledad apabullante. Es turbadora y apela directamente a los sentidos. Es brillante y es, probablemente, lo mejor de la película.

En la realidad es, en cambio, donde se aprecian los puntos débiles del filme, más allá de un final ligeramente decepcionante y que no está a la gran altura de todo lo anterior. Hay algunas lagunas narrativas, que hacen algo inverosímil la ejecución del crimen y que no se descubra a su autor o siquiera se dude de él, salvo por parte de un personaje (que no procede desvelar, aunque saberlo tampoco rompe el visionado de la película), hasta casi el tramo final. Quizá también podría discutirse el alivio cómico que Peter Jackson encuentra mediada la película gracias al personaje de Susan Sarandon (algo desaprovechada pero tan elegante y eficaz como siempre). Ahí da la sensación de que el tono dramático se le puede ir de las manos al director, pero nada más lejos de la realidad. Hay quien no ha entendido ni la luminosidad del mundo imaginario ni la parte más fantástica del desenlace. Quizá es que no corren buenos tiempos para las películas bonitas. Como ésta.

Sarandon es el nombre de más nivel de un reparto más que eficaz. Se ha destacado a Stanley Tucci (que tiene la unica nominación al Oscar para la película, al mejor actor secundario), pero radica el mismo problema de siempre, el que puso de manifiesto hace poco la alabadísima y para mí sobrevaloradísima actuación de Javier Bardem en No es país para viejos. ¿Es meritorio dar vida a un asesino con gestos y ademanes de psicópata asesino? Quizá no, y, de hecho, lo mejor del trabajo de Tucci está cuando trata de ser una persona normal, un vecino más de la familia de la víctima. Mark Wahlberg, tras esa excepción que supuso Infiltrados, vuelve a un registro más plano y Rachel Weisz cumple pero sigue sin llegar a emocionarme, como casi siempre. La joven Saoirse Ronan (vista en Expiación) está francamente bien, creíble en todas las facetas de la película, las más divertidas y las más trágicas.

La realidad le da un toque de irregularidad a esta hermosa fantasía de Peter Jackson. Pero no le resta mérito en absoluto al conjunto, una muy buena película, emocionante a ratos, tensa en otros y llena de matices y detalles a ver (incluyendo el cameo del propio Jackson y la inevitable referencia a Tolkien en una de las primeras escenas, en el centro comercial). Muy recomendable aunque, probablemente y sin ánimo de inducir a que nadie piense que se trata de una película pedante o inaccesible, Peter Jackson tenga razón y mucha gente no la comprenda.

miércoles, febrero 24, 2010

'Al límite', correcta pero sabe a poco

El regreso de Mel Gibson a la interpretción después de seis años (en los que ha dejado dos grandes películas como director, La Pasión y Apocalypto) es casi como el reencuentro con un viejo amigo. Es el Mel Gibson de siempre, el deudor para toda la vida del Martin Riggs de Arma letal, pero en una historia un tanto más oscura y truculenta que aquellas que marcaron la cúspide de las buddy movies policiacas de los 80. En realidad, un producto de su tiempo, tanto Arma letal como esta Al límite, un título tan correcto como entretenido pero que no termina de aprovechar todo el material que tenía entre manos. Quizá es que queda poco de aquella época en la que se rodó esta historia en forma de miniserie británica; quizá es que la temática de trasfondo nuclear, pese a parecer profunda (y sin duda quiere serlo), no termina de ser tan impactante como lo podía ser entonces; quizá el salto de escenario a los Estados Unidos de hoy en día no termina de funcionar.

Al límite entretiene, función primordial de este género a medio camino entre el thriller policiaco y la intriga política, pero sabe a poco. Y esto es así porque en el guión quedan bastantes agujeros y personajes no del todo conseguidos, ni en su trazo psicológico ni en sus decisiones a lo largo de la historia (¿cómo es posible que un policía intachable y lleno de ansias de revancha ponga en peligro de forma contínua a tanta gente, incluyendo a la que le puede ayudar?). Se nota el esfuerzo de meter la trama en una película de dos horas, pero se aventuran muchas líneas argumentales (sobre todo por la parte del senador involucrado) que podrían haber dado mucho más juego. ¿Es así en la vieja serie de televisión de 1985? Probablemente sí. No la he visto, pero cuenta con una gran reputación y con algunos premios en su haber. En este sentido, le pasa lo mismo que a la reciente La sombra del poder, una película con el mismo origen (tanto televisivo en forma de miniserie como británico en su realización) y con el mismo esfuerzo de condensación argumental, aunque aquella consigue sacar mucho más jugo que ésta.

Lo que parece garantizado es la fidelidad, pues tanto la serie como la película cuentan con la misma firma, la del director Martin Campbell, un tipo experto en estas lides (y que sobresalió con La marca del Zorro y, sobre todo, Casino Royale) y que ofrece muy buenos momentos. Sobre todo, mantiene intacta la capacidad de sorprender al espectador (lo consigue, sobre todo, con un muy perturbador arranque de la película, con la introducción a la historia y en otro momento más avanzado el metraje) por medio de las imágenes. No así con el guión. A los veinte minutos de la película (los mejores del filme, cuando se intuye algo trascendente pero está perfectamente equilibrado con la historia familiar intimista) ya se adivina todo lo que va a suceder, ya se sabe qué cuenta exactamente la historia y sólo queda contar los minutos para que suceda lo previsto.

Pese a todo, no aburre por un magnífico recurso, que es ir introduciendo algunas pinceladas intimistas en forma de visiones del protagonista. Quizá podría haber acompañado mucho más al desarrollo de la historia, sobre todo viendo el hermoso final que nos depara el filme, que encaja con esa forma de narrarlo que aparece con menos frecuencia de lo deseado. Es ahí donde más destaca Al límite, en esa parte más intimista. Además, y a pesar de contar con Mel Gibson y un director de acción, lo cierto es que no hay grandes secuencias. Es todo muy recogido, muy concentrado, nada espectacular. Y es por eso que sorprende (y, al mismo tiempo, hipnotiza) la sobresaliente banda sonora de Howard Shore. El tipo que permitió el salto más hermoso a la Tierra Media de El Señor de los Anillos sorprende de nuevo. Si entonces, cuando era un músico más atmosférico que otra cosa, nadie le esperaba componiendo fanfarrias, ahora se convierte en el mejor embajador de la película con su trabajo, de una contundencia y ritmo que engrandece las imágenes de forma notable.

En el reparto uno encuentra más de esa corrección de la que hablaba. No hay nadie que destaque especialmente, pero todos funcionan bien. Desde el propio Mel Gibson (siempre limitado como actor pero con un carisma que llena la pantalla, por muchas veces que le hayamos visto en personajes similares; éste se parece muchísimo al de Rescate) a la joven y casi desconocida actriz serbia Bojana Novakovic (que tuvo un breve papel en Arrástrame al infierno), pasando por los siempre eficientes Ray Winstone (Beowulf o Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal) o Danny Huston (visto hace poco como el malo de Lobezno). Todos ellos forman un reparto compacto y serio, al nivel de la película, pero sin enamorar, por seguir con el ejemplo anterior, como el Russell Crowe de La sombra del poder.

Al límite es un thriller correcto y entretenido, con fallos pero rodado con oficio. Lo curioso es, precisamente, su título. El original es Edge of darkness (El filo de la oscuridad), pero en España se ha optado por otro camino que, curiosamente, lo que hace coger un título que ya se ha utilizado en dos ocasiones en este país. Al límite es un filme que rodó en 1997 Eduardo Campoy, con Lydia Bosch y Juanjo Puigcorbé. Dos años después, es el título que se utilizó para estrenar en España Bringing out the dead, un notable pero muy desconocido trabajo de Martin Scorsese. Ahora se usa para esta Edge of darkness. Basta con vender esta película como la del regreso a la actuación de Mel Gibson, pero igual un pequeño esfuerzo en la búsqueda de un mejor título (tampoco es que Al límite haga muchas alusiones a la historia) no hubiera estado de más.

jueves, febrero 11, 2010

'En tierra hostil', realismo, decepción y exageración

En tierra hostil es una película realista. Desde hace mucho tiempo, la única forma de tratar la guerra en la pantalla grande es así, con grandes dosis de realidad o de realismo, que a veces se confunden sin que se sepa encontrar diferencia entre una y otra. En tierra hostil es, desde mi punto de vista, una película decepcionante. Hay quien ha querido ver en ella un símbolo y está lejos de serlo, aunque se deje ver. En tierra hostil es una exageración. O, mejor dicho, el objeto de una exageración. Quizá Hollywood necesitaba de una película diametralmente opuesta a Avatar que le hiciera la competencia en los Oscar y por eso se ha magnificado la categoría de una película que no creo que dé para tanto. En esos tres términos están las claves de lo que es la última película de Kathryn Bigelow, una directora que no estrenaba desde 2002 (K-19) y cuya mejor película data de 1995 (Días extraños).

Quizá la clave para entender lo que significa En tierra hostil esté en una frase pronunciada por el director de Avatar y ex marido de Bigelow, James Cameron. "Creo que puede ser el Platoon de la guerra de Irak", dijo. Para asumir como cierta la frase de Cameron, primero habría que aceptar que el magnífico filme de Oliver Stone es la película más emblemática de la guerra de Vietnam, lo cual es difícil de hacer teniendo en cuenta la existencia de otros títulos como El cazador o Apocalypse now. Pero, más importante, habría que sacar de la película de Bigelow mucho más de lo que en realidad ofrece, temática y cinematográficamente. Lo temático se diluye porque lo que ofrece es una historia muy concreta de la realidad en Irak, el trabajo del grupo militar de artificieros. El resto del conflicto no aparece demasiado, perdiendo así esa capacidad icónica.

Cinematográficamente porque, mirando todos los aspectos individualmente, no hay ninguno que destaque especialmente. Ni la dirección, ni las actuaciones (bastan tres minutos de Ralph Fiennes para superar al resto de un reparto que no pasará a la historia pero, eso sí, cumple a la perfección), ni la fotografía, ni la banda sonora (casi inexistente, pero sorprendentemente nominada al Oscar), ni nada. Todo muy correcto, todo muy profesional. Pero todo algo frío. Y además la película peca de una más que curiosa falta de definición en cuanto a su mensaje. El primero que uno ve en la pantalla es que la guerra es una droga. Pero durante las dos horas siguientes el filme expresa lo contrario: la guerra es un escenario del que hay que huir como sea (los rótulos en pantalla van contando los días para que acabe la misión del grupo protagonista). Y, sin embargo, los últimos cinco minutos retoman el mensaje original, de una forma simplista y poco desarrollada.

Es realista. Eso es evidente. Si bien las películas más conocidas sobre la guerra de Vietnam también lo eran, lo cierto es que gustaban de introducir elementos cinematográficos que enriquecieran el producto final. Desde que Steven Spielberg hiciera el prodigioso prólogo de Salvar al soldado Ryan y desde que Ridley Scott rodara la Guerra (con mayúsculas) en Black Hawk derribado, acabaron con esas licencias (aunque el propio Spielberg demostró, con el resto de su película, que conjugar ambas cosas no sólo era factible sino una opción tremendamente válida). A partir de éstas, toda película bélica debía rodarse con crudeza, verosimilitud y cámara en mano. No hay opción posible. En tierra hostil lo demuestra. Una vez más. Si bien es cierto que ofrece algunas secuencias de gran tensión narrativa, también es verdad que el conjunto se resiente. Todo es muy episódico y algo deslabazado, no se vislumbra un conjunto claro y homogéneo.

Y, claro, viendo todo esto uno se pregunta si no estaremos exagerando con cierta facilidad. En tierra hostil se deja ver, pero no es una pica inolvidable en el cine bélico. Hay quien la ha intentado vender como el primer gran éxito cinematográfico basado en la guerra de Irak. Y por muchas nominaciones que tenga, hay dos datos que contradicen esta forma de vender la película. El primera, que a día de hoy, la película apenas ha cubierto costes. Su presupuesto fue de 15 millones de dólares y en Estados Unidos apenas recaudó doce y medio. A los yanquis les sigue pareciendo poco interesante una película sobre este tema. Pero es que en el resto del mundo apenas lleva recaudados cuatro millones más. El segundo dato es que la película se pudo ver por primera vez en el Festival de Venecia... ¡de 2008! Y hasta hoy no ha suscitado interés ni ha encontrado estreno en países como el nuestro. Como poco, peculiar. Y digno de estudio.

La exageración que mencionaba parece una tendencia habitual en el mundo del cine. En España hay críticos que quieren ver donde no las hay cuatro o cinco obras maestras absolutas cada año. Y en el cine americano más reciente, me he topado con un buen puñado de películas elevadas a los altares (críticos, de premios y a veces incluso de público) que no me dicen gran cosa. Me paso con los Malditos bastardos de Tarantino, con Si la cosa funciona de Woody Allen y, por supuesto, con el Avatar de Cameron. Pero al menos estos tres son directores que cuentan con un estilo y un grupo de más o menos de seguidores. Bigelow no es una realizadora a la que se pueda identificar con claridad ni que cuente con un puñado de éxitos a sus espaldas. Por eso me sorprende tanto bombo. Por eso, y por lo que he visto en la película, claro. Un correcto filme sobre la guerra de Irak, incluso necesario para conocer los entresijos de un conflicto del que creemos saberlo todo (cuando no es así), pero poco más en realidad.

viernes, febrero 05, 2010

'Tiana y el sapo', un buen Disney

Mucha gente suele renegar de los dibujos animados. Los ven como una excusa para meter a los críos en el cine pero casi nunca como una oportunidad de pasar un rato entretenido. Pixar vino a cambiar esto (todavía no he aplaudido lo suficiente la merecidísima nominación al Oscar a la mejor película para Up, a pesar del claro menoscabo del prestigio del premio que supone que haya diez finalistas), pero Disney sigue teniendo para muchos la etiqueta de "familiar" cuando no directamente de "inferior". Allá aquellos que no entiendan todavía la animación como una forma igualmente válida de hacer una buena película y no como un género en esencia menor. La reflexión quizá no encaja demasiado con Tiana y el sapo, que no deja de ser un producto bastante correcto, un buen ejemplo de cine para todos los públicos y de la tradición Disney, pero que está lejos de las joyas de esta casa. No obstante, siempre es un buen momento para recordarlo.

Quizá el gran problema al que va a tener que hacer frente Tiana y el sapo es que se va a hablar más de ella por sus aspectos extracinematográficos que por lo que de verdad ofrece en su hora y media de duración. Es lo que pasa por ser el regreso a la animación tradicional de Disney desde que decidiera poner lo que entonces parecía un punto final en 2004 con Zafarrancho en el rancho. En un cine ya absolutamente dominado por la animación en 3D, ésta película adquiere un poco más de valor, porque devuelve la animación tradiicional a la pantalla grande, abandonando por un momento su reclusión televisiva de los últimos años. Y, además, su protagonista es la primera protagonista negra en un filme Disney. John Lasseter, jefazo en su día de Pixar y hoy también de Disney se ha apresurado a decir que nada tiene que ver con la llegada de Obama, pues el proyecto lleva cuatro años gestándose.

Y otro gran problema al que tendrá que hacer frente Tiana y el sapo es la permanente comparación que sufre la animación con productos anteriores. ¿Es mejor que las de Pixar? No, la verdad es que no. ¿Es mejor que las últimas de animación tradicional? Pues depende. Por fijarnos es las películas de sus directores, Ron Clements y John Musker, es mejor que El planeta del tesoro, es peor que La Sirenita o Aladdín, y probablemente tenga el nivel de Hercules. ¿Es de lo mejor de Disney? Pues viendo la anterior respuesta es fácil deducir que no, pero esto último es un arma de doble filo y un argumento tan válido para defensores como para detractores, porque una película no tan buena de Disney suele ser bastante mejor que otras muchas muestras de animación que hemos visto en los últimos años. Hablando claro, eso quiere decir que en Tiana y el sapo hay muchas cosas que merecen ser destacadas.

Obviamente, la fundamental es la música. El alma de jazz y de blues que desprende por los cuatro costados. Ahí la referencia más clara es Hercules, una película mitológica que apostó por el gospel, otro género musical poco tradicional en la animación. Quizá el problema es que, a pesar de que dos de ellas están nominadas al Oscar, ninguna de las canciones cobra una personalidad clara, diferenciada y memorable. Predomina el ambiente, no la pieza separada. Y eso, con la clara aspiración que se intuye de ser una especie de El libro de la selva, sabe a poco si se mira cada canción de forma individual. No hay en Tiana y el sapo un Quiero ser como tú. La película, por cierto, se desarrolla en Nueva Orleans, cuna de este estilo musical además de una excusa perfecta para que la protagonista sea negra, y eso enriquece muchísimo al conjunto. Y, claro está, lo coloca en la más pura tradición del musical de Disney.

Si la música ofrece esa referencia, también es importante recordar que no hay Disney que se precie sin un buen villano. Y los villanos de Disney, por mucho que se muevan en películas aptas para todos los públicos, suelen ser muy oscuros. Facilier, el de este título, eleva un poco más el listón gracias a que se trata de un mago vudú. Muy tétrico, muy tenebroso, muy oscuro. Y brillante, porque encaja a la perfección en el estilo de la película. Facilier (a pesar de que la voz de Javier Gurruchaga en la versión doblada lleva a veces a pensar demasiado en el actor y poco en el personaje) protagoniza los mejores momentos de la película y abre las puertas a territorios difícilmente transitables (como el desenlace de uno de los personajes; decir más destripa la historia) en una película de animación que llevará a muchos niños a la sala. Pero todo con una exquisitez envidiable. Disney sigue siendo Disney y marcando diferencias de calidad notables con respecto a los demás estudios.

Teniendo en cuenta que sus directores son los responsables de Aladdin, a nadie le sorprenderá que Tiana y el sapo encuentre una de sus mejores cualidades en el constante recurso del gag. Es un musical, sí, también una moderna adaptación de un cuento clásico, pero sobre todo es una comedia. Y tremendamente divertida, habría que añadir. Disney ofrece todo lo que se espera de esta marca, a nivel técnico y a nivel temático, y nunca defrauda. Ni siquiera cuando es sabedora de que, quizá, no está en estos momentos en disposición de darnos obras maestras como La Bella y la Bestia, El Rey León o El jorobado de Notre Dame. O quizá sí. No hay que olvidar que la última edad de oro del estudio comenzó con La Sirenita, pero comenzó a esbozarse con Los rescatadores en Cangurolandia. Que Disney viva por muchos años. Y que la animación tradicional no se muera nunca.

miércoles, febrero 03, 2010

'Up in the air', ni tan independiente ni tan interesante

La peliculita de 2009 no me ha hecho gracia. Pequeña Miss Sunshine estuvo bien, Juno tuvo su gracia. Up in the air me ha dejado frío y descolocado. Diría que hasta me ha cabreado por momentos. No me ha convencido su historia difícilmente clasificable ni sus bandazos temáticos y cinematográficos. Sus actuaciones sólo en parte. Pero en conjunto no sé qué clase de película quiere ser. Parece que se ha puesto de moda esto de rodar películas como si fueran independientes (no produce Paramount Vantage, filial independiente, sino Paramount) pero con al menos una gran estrella de Hollywood. Ese es George Clooney, una estrella más que un actor, un profesional mucho más interesante cuando se vuelca en proyectos temáticamente comprometidos que cuando exprime sus gestos de comedia amable vistos hasta la saciedad. Up in the air no es tan independiente (u original) como se quiere vender y no es tan interesante como pretende ser.

Decir lo poco que me ha gustado esta película se encuentra con un escollo fundamental: no revelar su trama y sus giros argumentales. Sí se puede decir, porque eso ya se anuncia en el trailer, que su protagonista, Ryan Bingham, es un tipo al que contratan empresarios cobardes que no se atreven a despedir en persona a sus trabajadores, y para ello está constantemente viajando por Estados Unidos en avión. En estos tiempos que corren, semejante empleo ya dificulta y mucho que el espectador sienta empatía por el protagonista. Lo cierto es que el enfoque que da la película a este asunto es todavía más descorazonador y desconcertante. Bajo el envoltorio de una comedia, la única conclusión que saca Up in the air es que es mucho más humano (y por lo visto divertido) despedir a una persona cara a cara que mediante una videoconferencia. El mensaje descoloca, y mucho, para este tipo de película.

George Clooney despliega todos los gestos, ademanes y sonrisas que ya hemos visto de él en decenas de películas de corte aparentemente similar. ¿Algo nuevo en el horizonte? En absoluto. Pues nominación al Oscar al canto. Hay estrellas que tienen estrella y Clooney la tiene, no hay duda. Pero el caso es que sus dos compañeras de reparto, Vera Farmiga (me gustó bastante, y más que aquí, en Infiltrados) y Anna Kendrick (aparece en la saga Crepúsculo... lo que quiere decir que no la conocía), están bastante mejor que Clooney. Ambas también están nominadas al Oscar como secundarias. Y ambas sujetan las partes de la película que mejor funcionan (sobre todo cuando coinciden en pantalla). Y a pesar de las apariencias, quizá Kendrick tenga más peso en la película que Farmiga, a pesar del decepcionante, apresurado y frío desenlace que el guión guarda para su personaje.

Llegamos al guión. También nominado al Oscar, como su director y como la película. Y aquí, como ya se puede intuir en el anterior párrafo, es donde realmente me pierde Up in the air. El guión, adaptado de una novela de Walter Kim, no me convence en absoluto. El motivo esencial es que no sabe desplegar la información. La larguísima introducción de la película (de unos veinte minutos) es algo que cualquier director y guionista de comedia clásico habría resuelto en una sola escena de tres minutos. No hace falta más para lo que se propone y emplea demasiado metraje para tan poca información, que no es otra que presentarnos el trabajo y el modo de vida de nuestro protagonista. Eso da pie a que la película parezca (y digo parezca) una historia sobre la soledad. Tampoco eso me convence. Aquí no sólo se queda a medio camino con situaciones muy difíciles de explicar en un plano y forzado (ojo a la escena previa a la boda... totalmente inverosímil) desarrollo de personajes, sino que además las conclusiones son todavía más descorazonadora que en el temática laboral.

Quizá es eso lo que pretendía Up in the air y sencillamente a mí no me ha llegado el mensaje. O quizá sí me ha llegado y justo eso es lo que ha provocado que no me haya gustado la película. Creo que me quedo con la segunda opción. Y soy consciente de que la mayoría encontrará en este filme una simpatía, una diversión e incluso una reflexión que yo no veo. Pero si no lo veo, no puedo deciros otra cosa. Ni me he reído demasiado, ni me ha emocionado, ni me ha llegado. Qué le vamos a hacer.