En tierra hostil 6 -
Avatar 3. Goleada, sí, pero mucho mayor en el fondo que en los números. No sé, y lo digo honestamente, qué tiene la película de Kathryn Bigelow para convertirse en la mejor del año, pero sí tengo claro que ha ganado por dos motivos. En primer lugar, porque la Academia americana quería un dato histórico, una foto de portada, para ocultar lo previsible y aburrido que resultó todo el tinglado que montó. Y el dato histórico no es otro que colocar a Bigelow como la primera mujer en ganar el Oscar al mejor director. Es de esos Oscars que uno considera cantados en cuanto ve a la persona que lo va a entregar. Salió Barbra Streisand, dijo que podía ser la primera directora en llevarse la estatuilla (aunque luego también lo maquilló diciendo que Lee Daniels también habría sido el primer director negro en ganar; nadie dio importancia a este detalle antes de la gala, igual porque todos sabíamos que la reivindicación racial vendría en la actriz secundaria), y confirmó el secreto a voces.
El segundo motivo es que Hollywood ha querido girar su mirada al cine independiente, pequeño, de bajo presupuesto e intimista. Lo había hecho ya con las nominaciones, pero completó la jugada con los premios. Con los de
En tierra hostil,
Precious o
Corazón rebelde. Con la clara derrota de
Avatar incluso en las categorías técnicas. Con el, por otra parte merecido, ninguneo absoluto a
Up in the air (seis nominaciones, ningún premio) o
Malditos bastardos (ocho candidaturas, una estatuilla), o el que ya se había hecho previamente al
Invictus de Clint Eastwood (que repite ostracismo por segundo año consecutivo a pesar de la categoría de su cine). Y dentro de la apuesta por el cine más modesto, otra apuesta menos: por dos de los géneros oscarizables más clásicos: la guerra y el drama. Vamos, que
District 9 no era una apuesta real de la Academia, sino una concesión a una película que ya debía de sentirse premiada sólo con la nominación.
En cualquier caso, esta mirada que Hollywood quiso vendernos con la concesión de sus premios, quedó totalmente oscurecida (aunque nadie haya hecho ese análisis) con la ceremonia que planteó. Sí, le dio los premios al cine más independiente, pero su reconocimiento real se fue al cine más comercial. No hay otra forma de entender la presencia de tantos actores jóvenes de productos comerciales (o que tantos nominados sin premio al final actuaran como presentadores en la gala) o los dos grandes vídeos que se emitieron. El primero fue un homenaje desmesurado y exagerado a la figura de John Hugues, director de cine adolescente de los años 80 que falleció el año pasado (sacándole, además, de un in memorian que resultó de lo más soso) y el segundo una recopilación de los clásicos de un género comercial por excelencia, el de terror, que sólo ha recibido reconocimiento en forma de premios una vez, con
El silencio de los corderos. La Academia dio un mensaje algo surrealista y esquizofrénico. Sabe quién le da de comer, pero quiere estar a buenas con todos. Y así quedan unos premios raros y deslucidos. Quizá Hollywood sabe que
En tierra hostil no va a ser un clásico.
Lo cierto es que para mí no hay gran diferencia entre la victoria de
En tierra hostil y la que podría haber sido de
Avatar, más allá de estos dos pequeños detalles. Las dos películas, y otras muchas de las nominadas, me parecieron en el mejor de los casos decepcionantes. Por eso, la noche de los Oscars me pareció sosa y aburrida, poco emocionante y algo surrealista. La única alegría de la noche me la dio el triunfo de la prodigiosa banda sonora del genial Michael Giacchino para
Up y su dedicatoria. "Si queréis ser creativos, sedlo, porque no es una pérdida de tiempo", dijo (o al menos eso vino a decir el traductor que tapó sus palabras en la retransmisión). Eso es el cine, eso es su trabajo, eso es
Up y eso es Pixar, por encima de muchos de los que ganaron. La Academia quiso la foto histórica de una mujer. ¿Querrá algún día la de una película de animación? ¿Reconocerá algún día que esta forma de hacer cine es tanto o más auténtica que la imagen real? Probablemente, y por desgracia, tardará mucho en hacerlo.
Los actores ganadores fueron los previstos. Ni el más mínimo atisbo de sorpresa. Ni de emoción en mí, salvo en el caso de Jeff Bridges. Bien es cierto que me hubiera gustado que Morgan Freeman saliera con la estatuilla para reivindicar a
Invictus, pero el entusiasmo y la felicidad sincera con la que Bridges celebró el premio, y a la espera de ver su película bien valía esa concesión. Mo'nique no me conmovió tanto en
Precious (y menos mal que no hubo doblete con su protagonista, Gabourey Sidibe), si acaso en su escena final, y Sandra Bullock nunca me ha parecido una gran intérprete. Lo de Christoph Waltz me parece algo sobrevalorado, como todo en
Malditos bastardos y como todo el cine de Tarantino (¿cuánto había de broma de guión y de guiño a la realidad en la intervención de Almodovar, que le dijo a Tarantino que le encanta su cine pero que no lo entiende?). Pero como todo esto estaba cantado, poco hay que decir.
Y, en realidad, como la ceremonia estaba planteada como un cara a cara entre
En tierra hostil y
Avatar, no hay mucho más que decir sobre los premiados, más allá de anotar que la victoria de la primera llegó incluso en los terrenos en los que casi todos esperábamos el triunfo de la segunda. La película de Bigelow le quitó a la de Cameron tres premios menores, técnicos, de esos en los que se podía haber cimentado el triunfo de Avatar (ambos títulos competían en cuatro de esas categorías y Cameron sólo ganó en una, la fotografía). Curioso mensaje el de la Academia en este sentido. O, quizá, una forma de engrosar el número de premios de la película vencedora para que realmente haya una sensación de película vencedora. En cualquier caso, dejó un poso extraño, por mucho que la ceremonia estuviera pensada para que sólo importasen los grandes detalles, los premios importantes y, sobre todo, el mundo de los actores. Sólo ellos tuvieron protagonismo en casi todos los aspectos de una gala larga y bastante más aburrida que la de otros años.
La culpa no hay que echársela a los presentadores, Steve Martin y Alec Baldwin. Ellos estuvieron bien, brillantes en algún momento concreto (formidable la parodia a Paranormal activity), pero apenas tuvieron minutos en la ceremonia. Y tanto fue así que el mejor gag de la noche no lo protagonizaron ellos, sino Ben Stiller (y eso que no me cae especialmente bien). Salió a presentar el Oscar al mejor maquillaje disfrazado de na'vi, una de las criaturas azules de
Avatar. Y él mismo se reía de su broma recordando que
Avatar ni siquiera estaba nominada en esa categoría. El caso es que no se asume que una ceremonia de este estilo tiene que ser larga por naturaleza y duró tres horas y media. Más o menos como siempre, y eso que hubo muchos, muy sonados y muy desafortunados recortes y cambios. Para empezar, el inicio. Si tienes dos presentadores, ¿porque el número musical con el que se abre la ceremonia está a cargo de otro (Neil Patrick Harris)?
La obsesión por la duración desembocó en un final desprovisto de todo glamour y profesionalidad. Debe ser que las tres horas y media era el tope máximo de duración, porque a Tom Hanks le hicieron leer deprisa y corriendo el nombre de la ganadora de la noche. No citó a las nominadas y pilló por sorpresa a casi todo el mundo, incluyendo a Bigelow, que volvió del backstage dando la sensación de que ni había oído que su película era la ganadora. Qué frialdad más inesperada. Tampoco se interpretaron las canciones nominadas (sí hubo un número musical con las bandas sonoras... y fue de lo mejor y más aplaudido de la noche). Y nos robaron la ovación que todos hubiéramos deseado darle a Lauren Bacall por su Oscar honorífico. Le dieron la estatuilla en una ceremonia previa, junto a otros premios honoríficos, pero llevaron a estos insignes premiados a la gala para mencionarles de pasada, y esa circunstancia la aprovecharon muchos para ponerse en pie y forzar un aplauso más largo de lo normal para la actriz.
España se vino de vacío. Bueno, casi. El Oscar a la mejor película de habla no inglesa es uno de los que menos interesa por allí, pero recayó en
El secreto de tus ojos. No es española, es argentina, pero algo español hay. Esa fue la gran sorpresa de la noche, y tuvo que llegar, como decía, en una categoría menor para los estadounidenses. Eso dice mucho de lo previsible de toda la ceremonia. Penélope Cruz no consiguió su segundo Oscar, y tengo que decir que me alegro. No entiendo qué han visto en ella, ni tampoco en su trabajo en
Nine. Mucha más pena me dio que no ganara el corto de Javier Recio,
La dama y la muerte, aunque consiguió que se hablara de él en una categoría en la que sonaban mucho al menos otros dos de los candidatos. Ojalá que dentro de poco veamos a Recio en nuevos y más ambiciosos proyectos.
¿La alfombra roja? Parece cada vez más rutinaria y aburrida, cada vez más desconectada de lo que sucede dentro del Kodak Theatre y cada vez más propia de una pasarela que de una fiesta del cine. En cualquier caso, no hubo grandes vestidos que desentonaran (¿soy el único al que no le gustó nada, nada, nada, el de Sarah Jessica Parker...?). Charlize Theron me parece siempre encantadora, Meryl Streep estaba estupenda con un vestido original (al menos, rompió la estética del 99,9 por ciento restante de las actrices), me encantó el look que lució Kate Winslet (hizo de ella una mujer intemporal, sin edad, una auténtica estrella de celuloide) y sólo puedo añadir que, aunque no la viera en la alfombra roja sino en el anuncio de las nominaciones al Oscar al mejor actor, sigo profunda y perdidamente enamorado de Michelle Pfeiffer.
Y tengo que añadir un detalle más. Qué poco me gustó la retransmisión de Canal +. Qué poco aportaron los encargados de conducir la gala, más allá del su propio entretenimiento personal. Me hubiera gustado más información, más detalle, más contenido. Me pareció una reunión en el salón de una casa como podría tener cualquiera para ver los Oscars. O un partido de fútbol. En especial, me pareció irritante la participación de Antonio Muñoz de Mesa y sus entrevistas en la fiesta organizada por el canal, entrevistas a personajes que no tenían nada que decir, que no habían visto las películas nominadas (sin juzgarle, me parece decepcionante que alguien como Daniel Monzón, que ha sido crítico y ahora es director, diga que no ha visto más que
Up... ¡y porque la fue a ver con su hija!) y a los que, a veces, ni siquiera presentaba. Eche de menos a Jaume Figures, que sí daba un valor añadido a la retransmisión de años precedentes.