Siendo esta una simplificación perfectamente debatible, David Cronenberg ha tenido dos grandes picos en su carrera. El primero fue en la primera mitad de los años 80, cuando se convirtió en un maestro de lo inquietante, lo macabro y lo repulsivo, un gran director de género con una enorme capacidad de sorprender. El segundo fue a mediados de la pasada década, cuando dio un descomunal salto de madurez con dos películas espléndidas, Una historia de violencia y Promesas del este. Pero de la misma forma que se difuminó el primero antes de llegar el segundo, ahora Cronenberg está en una etapa que bien podría calificarse de retroceso desde dos puntos de vista. Por un lado, el de calidad. Un método peligroso, Cosmópolis y ahora Maps to the Stars están muy lejos de los resultados de esas dos películas anteriores. Por otro, en lo temático, porque en este último filme Cronenberg vuelve a temas y personajes que entroncan con los de sus comienzos, lo que a estas alturas contribuye a generar cierta perplejidad.
Cronenberg consigue que la evaluación simplista de su película sea francamente compleja. ¿Es un producto fallido? En realidad, no. ¿Pero es una de sus grandes películas? Tampoco lo parece, ni siquiera desde el prisma más benévolo. Lo que ofrece Maps to the Stars es una historia extraña, retorcida, con personajes torturados y al límite, con un alto componente de crítica al sistema de Hollywood, aunque en realidad tampoco suene a nuevo ni a especialmente rompedor, quizá con las pretensiones de que la película se pueda leer como una crítica social más amplia aunque en el fondo cueste encontrarle ese propósito. Y con múltiples referentes, que van desde el propio cine de Cronenberg en sus inicios, con personajes que luchan contra sus demonios internos y el pasado, a algunos títulos de David Lynch (Mulholland Drive o Inland Empire vienen con facilidad a la cabeza), pasando incluso por el ejercicio de estilo visual y actoral de Stoker, por influencia directa de Mia Wasikowska, protagonista en ambas.
Esos personajes extremos son, en realidad, los que suscitan buena parte de la atención de Cronenberg y los mejores momentos de su película, por mucho que sea difícil encontrarle un sentido más allá de lo extravagante. Y en este sentido no se puede negar que es un espléndido director de actores. Todos, incluso a Robert Pattison (algo que no se podía decir en Cosmópolis) encajan perfectamente en su papel. Julianne Moore aporta la excelencia, encabezando una excelencia femenina que pasa por el drama interno que sufre Olivia Williams, por la esotérica presencia de Sarah Gordon o la siempre compleja personalidad que borda la mencionada Mia Wasikowska. John Cusack, el propio Pattison y el actor juvenil Evan Bird son la réplica masculina. Aunque este último es el que destaca porque su papel se lleva algunas de las escenas más agradecidas (y cargadas de cinismo), es obvio que hay un desequilibrio en el que ellas se llevan las partes más significativas del filme.
Dentro de ese retorno a los orígenes que parece ser Maps to the Stars, lo que más se puede agradecer es el regreso a ese Cronenberg atmosférico e inquietante, que también se ve en algunas escenas. Tampoco se puede negar que es una película que genera un efecto en el espectador, no deja indiferente, y eso es propio de creadores que merecen la pena. Puede que no sea el Cronenberg más accesible, ni tampoco el más certero (incluso en la elección de escenas y escenarios; se antoja difícil descubrir qué aporta una escena de Julianne Moore sentada en el inodoro con estreñimiento hablando con el personaje de Mia Wasikowska sobre su novio y otros menesteres, más allá de la rareza y por muy extravagante que quiera ser la película), pero sí es uno que genera emociones. Y ahí siempre destaca el Cronenberg más cínico (ojo a la escena en la que el personaje de Moore descubre que va a conseguir un papel por el que suspiraba), por encima del que bordea lo surrealista.
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