Matthew Vaughnn parece haberle cogido gusto a las adaptaciones de cómics, que son ya sin ningún disimulo la base sustancial de su carrera como director. Stardust era un cuento infantil de Neil Gaiman, no propiamente un cómic, pero puede acomodarse como el primer paso, una imaginativo y divertido. Después llegó Kick-Ass, una probablemente sobrevalorada y violenta historia. Luego hizo X-Men. Primera generación, revitalizando la franquicia de los mutantes de Marvel de una forma innovadora y más que correcta. Y ahora llega Kingsman. Servicio secreto, que adapta The Secret Service, un tebeo de Mark Millar y Dave Gibbons con el que, no tiene demasiado parecido. Algunas situaciones, algunas escenas, unos pocos diálogos y algo de la trama principal, pero hay que ver al filme y al cómic como dos unidades completamente diferentes. La de Vaughnn es una película que encaja más con Kick-Ass que con el resto de su filmografía, que apuesta por la espectacularidad, la irrealidad y la violencia, y que funciona bastante bien.
Conociendo su procedencia del tebeo, la adaptación causa bastante perplejidad porque supone una revisión absoluta de los planteamientos, la base, la historia, los personajes e incluso el tono del cómic. Pero al margen de las enormes diferencias entre uno y otro, el filme de Vaughnn funciona bastante bien. Y va mejorando según pasan los minutos. Es verdad que hay muchos elementos mil veces vistos, partiendo por la situación de base, la de un joven habilidoso que acaba convirtiéndose en el héroe gracias a un maravilloso mentor, o el concepto de la agencia de espías supersecreta, o incluso la parte en la que un grupo de chavales reciben formación para ser los espías del mañana. Todo eso ya lo hemos visto. Pero Vaughnn le da un toque simpático, a medio camino entre los conceptos más clásicos del género y su particular forma de entender el cine (de los que son exponentes los dos protagonistas, el espía consagrado y el joven dispuesto a comerse el mundo) y, sobre todo, la violencia en la pantalla.
Sobre todo por este último aspecto, es fácil ver la conexión entre Kick-Ass y Kingsman. Vaughnn disfruta con las escenas desmadradas, con las peleas imposibles, con las cámaras lentas y con los movimientos exagerados, sean de sus personajes o de la cámara, y de todo eso hay buenas muestras en este filme. De hecho, eso es casi lo que mejor funciona en el buen conjunto que ensambla, sobre todo en una media hora final brillantemente calculada, divertida, emocionante e intensa. Y aunque le falte sensibilidad y en algunos momentos suene a cierto trabajo de estudio de mercado, el reparto también ayuda, porque los personajes son carismáticos y atractivos, una atractiva revisión del espía clásico y del héroe juvenil más moderno. Colin Firth y Taron Egerton encajan bastante bien en sus papeles y en la dinámica mentor-protegido que se establece entre ellos desde el principio. Que junto a ellos estén un desmadrado Samuel L. Jackson, Mark Strong o Michael Caine no hace más que dar caché a la película.
En realidad, Vaughnn domina el entretenimiento bastante bien. Queda la sensación de que le falta cierto autocontrol en los momentos más desbocados, pero hay que reconocerle que hace funcionar la historia. En esa media hora final incluso quedan perdonados todos los excesos anteriores o las descomunales libertades que se ha tomado en la adaptación del tebeo de Millar y Gibbons (aterra imaginarse la reacción que podría haberse producido si The Secret Service tuviera la legión de aficionados de otras sagas juveniles literarios y cinematográficas), cuestiones que en realidad nunca parecen ajenas a la película que propone Vaughnn. Y es que, para bien o para mal, y aquí es generalmente para bien, este es su cine, uno en el que la realidad importa poco, en el que lo importante es pasárselo bien a un lado y a otro de la pantalla y en el que la ingeniería visual tiene que ser lo más irreal posible para que la violencia encaje en ese concepto de la diversión de acción que tanto le gusta a su director. Pero Kingsman entretener, entretiene. Y mucho.
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