La mujer de negro fue un éxito sorpresa, una modesta película británica de terror que ganó diez veces más dinero del que costó. Muchos la vieron como uno de los primeros intentos de Daniel Radcliffe de quitarse de encima el estigma de Harry Potter, y puede que en realidad se sobreestimara el resultado final del filme, pero no se puede negar que gustó a mucha gente. Pues bien, con aquel éxito parecía evidente que la secuela sería un hecho en poco tiempo. Y, efectivamente, esta ha llegado menos de tres años después. Por desgracia, que se hagan continuaciones así es el peaje que hay que pagar por el éxito pretérito. La mujer de negro. El ángel de la muerte más que una secuela es una expansión, porque coloca a personajes diferentes en el mismo escenario y con el mismo monstruo, pudiéndose ver ambas películas por separado sin ningún tipo de atadura o complicación. Eso sí, independientemente de la valoración que cada cual haga de la cinta original, esta está muy por debajo de aquella.
¿Por qué? Porque en realidad lo único que se quería era explotar la marca de éxito. La idea de la Hammer, que es la productora que está detrás de ambas entregas, es acercarse a lo que ofrecía la primera pero sin necesidad de esforzarse demasiado. Y se nota. Así, el guión es flojo, la puesta en escena es muy evidente y el reparto no ofrece el carisma necesario como para conseguir la implicación del espectador. Phoebe Fox hace bastante desde su papel protagonista, pero tanto su personaje como el de Jeremy Irvine, el protagonista del Caballo de batalla de Steven Spielberg, sufren precisamente porque el guión les hace dar unas vueltas innecesarias e injustificadas. Y el director del filme, Tom Harper, a veces compone planos interesantes y hermosos, pero tampoco termina de sacarles partido. Pero el principal problema del reparto está en que el niño, Oakley Pendergast, no reúne los requisitos del cine de terror para generar la inquietud necesaria. No hay más que ver Babadook para ver el efecto que consigue fichar al niño adecuado.
La película es pobre en casi todo, pero sobre todo en que no produce terror. Luego ya se puede entrar en incoherencias, incongruencias, fallos, desperdicios y sinsabores, que de todo hay y en cantidades bastante importantes, pero si una película de terror no encuentra su camino a los rincones más escondidos del cerebro, entonces ya no hay nada que hacer. Y La mujer de negro. El ángel de la muerte no es que no encuentre esos caminos, es que en realidad no los busca porque se conforma con lo más evidente en todo momento. Algún que otro guiño a la primera película, planos calcados de incontables películas de terror anteriores y sustos soberanamente previsibles. Nada más. Nada que se salga de la norma, más allá de ese regusto gótico a lo Hammer que desprende el viejo caserón en el que se centra de la historia, y la sensación de que se podría haber hecho bastante más con el escenario que se añade en esta película y que tiene mucho que ver con el personaje de Irvine.
En realidad, la decepción no es grande porque poco se podía esperar de la película. Si se asume que no es más que intento de prolongar el éxito en taquilla de la primera entrega, con menor presupuesto, actores menos conocidos y menos ambiciones (que tampoco es que aquella fuera sobrada) que ayuden a exprimir algo más el invento, igual hasta se le encuentra una forma de disfrute. Pero parece difícil aceptarla incluso desde ese punto de vista, porque la película no es acertada. Su primer error está en un guión demasiado facilón, en el que todo es tan transparente que se sabe en qué momento va a suceder cada cosa, cuándo llega un susto y desde dónde viene, cuando una pista conduce a un escenario ya visto, cuando una historia contada con anterioridad va a ser fundamental en el siguiente movimiento. Pero nada convence como debiera, ni siquiera el inevitable final abierto que sirve como recordatorio final de que la película apuesta por un efectismo vacío antes que por el auténtico terror.
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