La primera sensación que deja El libro de la vida, de la que lo más publicitado en la producción de Guillermo del Toro como guiño a sus seguidores, es que no es una película de público fácil. A ratos es demasiado sofisticada para niños y a ratos es demasiado simple para adultos, y entre medias encuentra algunas momentos perfectos para los más pequeños y para los que no lo son, dentro de su repaso al folclore mexicano sobre la muerte con un puntito de surrealismo con el que no es del todo fácil conectar pero que al final deja en la película chistes divertidos y una imaginería visual bastante lograda. A nivel general es fácil dejarse llevar por la locura que plantea, por el cuadro general de la apuesta que hacen los dominadores de los dos reinos tras la muerte y por el escenario particular de dos amigos que pugnan por el corazón de su amada. Pero que su mezcla es extraña, usado ese término sin pretensión de juzgar su calidad a primera vista, se puede ver prácticamente desde su comienzo.
Esa rareza es, probablemente, la mejor baza que tiene la película. No es fácil encontrar hoy en día en una película de corte infantil una mezcla tan arriesgada. No por los temas macabros, porque eso hace años que lo convirtieron Tim Burton y Henry Selick en algo muy asequible para los niños con Pesadilla antes de Navidad y todo el cine que generó a sus espaldas, y que incluso aquí tienen versiones menos crudas y más adorables de la muerte y sus derivados, sino porque el surrelismo es lo que preside la función. Hay cerdos que balan, toreros que no matan, muertos que cantan ópera (Placido Domingo en la versión original, lástima de doblaje) y monjas que actúan como un coro dentro de una historia de cuatreros que aterrorizan un pueblo, un amor a tres bandas, una saga familiar y propuestas enfrentadas de matrimonios de conveniencia y por amor. Es, dicho en el mejor de los sentidos, un batiburrillo en el que, incluso sin conectar demasiado con la historia, es imposible no sentirse involucrado en algún momento precisamente por su naturaleza cambiante.
Y en ese cajón desastre encaja una música que tiene una capacidad inmensa de asombro por lo inesperada que resulta. O una animación que juega con personajes de un diseño singular, como si fueran marionetas pero simulando ser personas de carne y hueso y seres sobrenaturales más o menos realistas. Quizá lo más llamativo entre sus defectos está la consciente inclinación de la película hacia uno de los tres personajes principales, Manolo el torero, por encima de Joaquín el héroe y María, algo más que el objeto del amor de ambos (su director, Jorge R. Gutiérrez, debutante en el mundo del largometraje, ya ha dicho que su pretensión es la de hacer una trilogía para dedicar una película a cada uno de los protagonistas). Esa desigualdad se nota especialmente en el tercio final del filme, cuando la locura termina de poseer por completo la película y, en realidad, después de su mejor acto, el más divertido, el que tiene los mejores diálogos y el que potencia lo menos extravagante de la película, los intentos de Manolo y Joaquín por conquistar a María.
Entre tanto chiste, visual y narrativo, se nota también un resultado muy desigual. Incluso alguno parece repetirse (la oveja enjabonada aparece más de una vez en planos prácticamente idénticos). Pero eso mismo es lo que hace que la película encuentre momentos divertidos con bastante frecuencia. E imaginativos, porque al fin y al cabo lo que prima en esta arriesgada apuesta es un deslumbrante aspecto visual, es lo que se ha potenciado y es lo que quiere marcar una diferencia con respecto a otros filmes. Eso mismo, que sea un folclore tan mexicano (y, por tanto, tan distinto a lo que están acostumbrados a ver los chavales en esta globalización tan americana en lo audiovisual), es lo que puede hacer que no tenga una recepción sencilla. De ahí que la forma de entrar en la película sea a través de una encantadora guía de un museo y con unos chavales como ansiosos espectadores de la historia que les cuenta. Curiosa, desde luego, sí que es El libro de a vida, incluso a pesar de sus altibajos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario