Con El destino de Júpiter tendría que apagarse definitivamente la estrella de los hermanos Wachowski. Esos que ahora ya firman simplemente como "Los Wachowski", los que llevan viviendo de las rentas de Matrix desde hace nada menos que quince años, los que han ido estrellándose una y otra vez, salvados por los pelos por ciertos sectores de la crítica y del público que creían reconocer algo de esa revolución (que en realidad puede que no fuera tan profunda) de la película que les dio a conocer, por mucho que antes hubieran rodado ya Lazos ardientes. Sin el colchón de rodar un filme de tres horas, como sí se les permitió sorprendentemente con El atlas de las nubes, los Wachowski firman su galimatías definitivo, un festival de efectos visuales sin contención alguna que se desarrolla en el marco de una historia estúpida, tan mal llevada durante la película que cabe preguntarse si se leyeron su propio guión antes de rodarlo, con personajes inútiles y mal construidos, con escenas imposibles de creer, con mil tópicos y unos actores aburridos.
El desastre es absoluto, y lo más probable es que sólo llegue a satisfacer a quien tenga sus estándares de calidad por los suelos o algún que otro grupo de adolescentes. Éxito en otro tipo de públicos sería una sorpresa bestial, porque no hay absolutamente nada que se pueda salvar. La idea, se supone, era contar una epopeya de ciencia ficción deslumbrante en lo visual y lo suficientemente atractiva en lo argumental. Pero lo primero es repetitivo y confuso (¿de qué sirve tener una nave cool en pantalla si es imposible saber cómo funciona y qué es capaz de hacer?) y lo segundo es casi sonrojante. Hay que verlo para creerlo, pero es que incluso la misma idea de base es estúpida y no se corresponde a lo que cuenta la película. Casi da la impresión de que la película quiere esconder cierto mensaje ecológico y anticapitalista, pero tomar eso en serio haría que la película mereciera una crítica incluso más severa, con lo cual es mejor dejarlo correr y centrarse en los objetivos más superficiales de los Wachowski.
Y ahí sí hay tema. Después de que Matrix se opusiera frontalmente en su concepción de la ciencia ficción al Episodio I de Star Wars, estrenado el mismo año, resulta que los Wachowski han decidido demostrar que todo lo que George Lucas pudiera haber hecho mal, que en realidad no es tanto como le gustaría a mucha gente, ellos lo pueden hacer muchísimo peor. ¿La desidia de Natalie Portman ante la pantalla verde? Una actuación de Oscar comparada con la de Mila Kunis aquí. ¿Lucas hacía malos diálogos? Ojo a la mediocridad de los Wachowski tratando desesperadamente de que algo de su universo tenga sentido. ¿Que las escenas de acción de La amenaza fantasma podían ser superfluas? Las que hay aquí se caen con una facilidad terrible, por mucho que algún instante pueda parecer espectacular. ¿La historia de amor de Anakin y Padme parece imposible? Ojo a la de Júpiter (Kunis) y Caine (Channing Tatum). No hay comparación posible. La ascensión de Júpiter es insalvable porque absolutamente nada tiene sentido.
Entran sudores sólo de pensar que pueda haber una edición extendida que quiera explicar todo lo que no se entiende. O en la que Eddie Redmayne, un actor que está nominado al Oscar este mismo año, pueda hacer todavía más el ridículo como villano de este inexplicable relato, aburrido, con guiños tontos (el de las marcas en los campos de maíz) o sencillamente absurdos (la presencia de Terry Gilliam en un supuesto homenaje a Brazil pero que en realidad remite mucho más a Las doce pruebas de Astérix... y con mucho más acierto con la creación de Goscinny y Uderzo). Pero sobre todo sorprende que en su progresiva e imparable decadencia los Wachowski sigan consiguiendo tanto dinero para sus juguetes cuando ya parece más que evidente que Matrix fue una casualidad. La ascensión de Júpiter no se puede tomar en serio ni como entretenimiento light, porque los Wachowski desprecian a sus propios personajes y dejan tramas colgadas sin que les importe lo más mínimo. Tiene tantos errores y problemas que es imposible catalogarlos todos.
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