La mejor forma de resumir los Oscar de 2015 es que todos tuvieron su momento de gloria. ¿Triunfadora de la noche? Birdman, sí, pero el equilibrismo de la Academia provocó que casi nadie pudiera salir triste de una de las ceremonias más aburridas que se han celebrado nunca. Richard Linklater puede salir cabreado, porque de gran favorita Boyhood se convirtió en la gran olvidada de la noche, sólo con el reconocimiento a Patricia Arquette como mejor actriz. Clint Eastwood, con el que nadie se atrevió a bromear en toda la noche por si acaso, vio cómo El francotirador fue la única que se subió al palmarés desde el escalón de las estatuillas menores, con la de edición de sonido. Pero todas las ocho nominadas a la mejor película se llevaron al menos un premio. En consecuencia, todas ganaron y estarán hoy de celebración. Si esto lo hubiera concedido un jurado y no las votaciones de los académicos olería a tongo compensatorio. En distinta medida, pero todos salieron contentos. Para cumplir con todas las expectativas sólo faltó el graznido de Michael Keaton, que se quedó con las ganas de llevarse el Oscar pero que sí subió al escenario y habló cuando Sean Penn coronó a Birdman como la verdadera vencedora de la noche.
Una noche, por cierto, que se acercó mucho más que nunca al suplicio. La gala superó las tres horas y media, fue muy musical, probablemente en exceso porque sólo funcionaron la locura de La Lego película y la emoción de Selma, que ganó el único Oscar al que aspiraba seriamente, el de la mejor canción. Asimilar a la muy publicitada Lady Gaga homenajeando a Sonrisas y lágrimas fue duro. Pero para emoción la de ver a Julie Andrews en el escenario como colofón a ese momento y para entregar el Oscar a la mejor banda sonora, uno de los pocos instantes verdaderamente sorprendentes y emocionantes. Neil Patrick Harris, en el que se habían puesto muchas esperanzas como conductor de la gala, apenas apareció. Durante demasiado tiempo cabía preguntarse dónde estaba Y eso que empezó con un buen número musical. Pero después hizo muy pocos chistes divertidos, se reía él mismo más de lo que nos reíamos los demás, y sólo dejó huella apareciendo en calzoncillos, imitando, oh, sorpresa, a Michael Keaton en Birdman. Si la gala la hubiera presentado una voz en off no habría supuesto mucha diferencia. La Academia sigue sin encontrar una fórmula que recupere el entretenimiento, pero es que cada vez parece que va a peor.
Pero volvamos a la ganadora, Birdman. A la Academia siempre le ha gustado Alejandro González Iñárritu y parece que estaba esperando la ocasión propicia para premiarle. Curioso que sea la Academia la que premie un filme que le da tantos palos a su forma de entender el espectáculo. Y curioso encima que premien por eso a un director mexicano, con los prejuicios que ha tenido siempre Hollywood y que, eso sí, parecen estar cayendo a una velocidad impresionante. Cuando Sean Penn le dio un misterio imposible de creer al último premio de la noche y se preguntó "quién le ha dado a este hijo el permiso de residencia" hizo la definición perfecta. Es lo que se esperaba, es lo que querían y es con lo que han disfrutado. Ellos, por lo menos, porque tengo la impresión de que sin ese falseado plano secuencia y sin el reparto que tiene, un grupo de actores en estado de gracia, Birdman perdería muchos enteros como película. Aún así, es valiente, es divertida, es cínica y está bien hecho. ¿Suficiente para un Oscar? Esa pregunta dejó de tener sentido hace años. Son premios, no ejercicios de justicia, aunque queda por ver si Birdman deja tanta huella en la historia como le quieren reconocer las cuatro estauillas que se llevó.
Como la propia gala es un espectáculo, tres de las películas que olían a fracaso antes de que el resultado de las votaciones deparara tanta satisfacción son las que dejaron sinceridad, emoción y, justo eso, espectáculo. Imposible no contagiarse de la honesta alegría con la que Eddie Redmayne recogió el Oscar al mejor actor por su excepcional recreación de Stephen Hawking en La teoría del todo. Fue tan bonito que hasta se le perdona el apoteósico y bastante incomprensible ridículo que hace en El destino de Júpiter. Emociones a flor de piel también hubo cuando Graham Moore se hizo con el premio al mejor guión adaptado por The Imitation Game, por desgracia el único galardón que se llevó el filme y uno de los momentos de mayor reivindicación, que bastante hubo en la gala, junto a la de Arquette por la igualdad de la mejor, jaleada con entusiasmo por Meryl Streep y Jennifer López. Y una enorme satisfacción dejó que Whiplash encontrara más reconocimiento del que se esperaba, tres premios encabezados por el de J. K. Simmons, injusto por la categoría, ya que es actor protagonista y no secundario, pero adecuado a su gran trabajo. Tanto es así que cuando se habían superado con creces las dos horas de ceremonia, este sensacional filme era el que más premios acumulaba, tres, empatando con el premiado aspecto de El gran hotel Budapest de Wes Anderson, otra que sale muy feliz de la gala con sus cuatro premios.
Una de las frases más repetidas a lo largo de la noche fue "estaba cantado". Y es que apenas hubo sorpresas, lo que destroza en buena medida el resultado de la gala. Desde luego no hubo sorpresas en las categorías principales. A Redmayne, Simmons y Arquette se unió en el grupo de actores el Oscar más anticipado de la noche, el de Julianne Moore por Siempre Alice. Si bien los actores protagonistas cumplieron a rajatabla el dicho de que una discapacidad es un impulso descomunal para ganar un Oscar, los secundarios abrieron la puerta a que la interpretación sea otra cosa. Por eso, gusten más o menos, casi hacen más ilusión los premios a Simmons y Arquette que los de Redmayne y Moore. Por ser previsibles, hasta se anticipó con facilidad el premio a la mejor película de habla no inglesa para Ida o las migajas que le dieron a Interstellar con el premio a los mejores efectos visuales. Sorpresa relativa fue que Disney reeditara su éxito en la categoría de animación con la demasiado criticada Big Hero 6. Y si hay que encontrar algo realmente discutible es que se hiciera justicia con el compositor Alexandre Desplat con El gran hotel Budapest y no con su memorable partitura para The Imitation Game, dejando también fuera a un Hans Zimmer cada día más brutal por su trabajo en la casi ninguneada Interstellar.
A mucha gente le gustó que el In memorian se plasmara en la pantalla del auditorio con imágenes dibujadas de los personajes a los que dijimos adiós, pero en realidad quedó un poco frío sin la presencia de imágenes en movimiento, porque son las películas lo que quedará en nuestros corazones y no hay mejor homenaje que ese. Tampoco fue acertado que se impidiera, con música por supuesto, que hubiera un aplauso final de homenaje, después de haber cercenado ya las ovaciones durante el vídeo para no hacer distinciones. Y puestos a encontrar dos perdedores más entre lo más oculto del palmarés, David Fincher acumula con Perdida un nuevo desprecio de la Academia, no por ya conocido menos destacable, y que casi merece una celebración que el cierre de la muy decepcionante trilogía de El hobbit se quedara sin premio. Claro que tres horas y cuarenta minutos de madrugada en España para ver lo que todos sabíamos y con tan pocos momentos para recordar... Por mucho que los Oscars de Lego y ese Batman con su logo en el pecho construido con las clásicas figuritas fuera tan simpático, hay que hacer más. Si estamos celebrando el cine, hay que hacerlo mucho mejor.
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