Hablar de Pier Paolo Pasolini y no mencionar el término "escándalo" parece algo imposible, y Abel Ferrara es plenamente consciente de ello en esta recreación que hace de un periodo de su vida muy concreto. Pero la sorpresa es que no hay tanto escándalo en la película, al menos no del que impregnaba el cine del autor italiano, sino que es un escándalo mucho más tibio, más sencillo, menos complejo. Es, de alguna manera, continuación del que Ferrara ya mostró en la lamentable Welcome yo New York. Y aunque Pasolini no desciende a los ínfimos niveles cinematográficos de la recreación del caso de Dominique Strauss-Kahn, es verdad que llega a producir aburrimiento en algunos de sus pasajes. Sin el carisma de Willem Dafoe, aunque su interpretación casi parezca surgir sin demasiado esfuerzo, la película habría sido mucho peor de lo que es. Por su protagonista y su temática podría haber sido un resurgir en la carrera de Ferrara, pero no es más que un paso más hacia la confirmación de que su cine ha perdido la garra que debiera tener.
El principal problema de Pasolini es que no se ve conflicto ni historia, sino una colección de retazos que tienen que servir al mismo tiempo como retrato y como legado del cineasta italiano, y la verdad es que esa sensación no se llega a tener en toda la película. Sí hay cierto magnetismo en la figura que recrea con cierta facilidad Dafoe, pero surge de escenas, planos y momentos a veces tan intrascendentes (se ve a Pasolini cogiendo ropa de su armario como si fuera un momento trascendente, o jugando al fútbol, en una secuencia que no tiene más propósito que el documental y que no suma nada al relato). Puede que lo más interesante sea ver la recreación que Ferrara hace del filme que Pasolini no llegó a realizar, pero son escenas que de alguna manera rompen ese retrato y tienen un tono totalmente ajeno al documento que la película podría haber sido, con lo que el choque es inevitable.
Ferrara no consigue trazar un retrato claro del personaje, ni siquiera se queda cerca. Puede fascinar en momentos concretos, como en la escena de la entrevista, puede acercarse a ese terreno del escándalo del que tanto gustaba en las escenas que reflejan su homosexualidad, menos de las que pudiera imaginarse, pero en el fondo queda la sensación de que no siempre estamos viendo al mismo personaje. O, al menos, que no le mueven las mismas emociones, los mismos sentimientos, ni como autor ni como hombre. Y encontrando flaquezas en la figura que la película ha de exaltar, es difícil que el conjunto emocione, por mucho que sea un sentido homenaje hacia su genio creador. Eso lo es, no hay duda, porque la presentación es casi reverencial. Pasolini se muestra como un creador exigente e imaginativo, e incluso sus ansias de provocación encuentran explicaciones de lo más coherentes. Siendo un retrato de una figura escandalosa, es una recreación políticamente correcta en todo momento. Quizás demasiado.
Y de esa forma, aún aplicando el freno que Ferrara no se impuso en Welcome to New York y forjando límites claros a la transgresión (incluso a pesar de una primera escena de felación que tampoco consigue demasiados efectos), el director tampoco llega a nada concreto y positivo. Quizá desde la adoración a Pasolini, seguramente difícil de encontrar entre un público contemporáneo que no gasta su tiempo en bucear tanto en la historia del cine, la película gane algo más de lo que ofrece al espectador común, pero incluso así es difícil adentrarse con lo que se ve en el pensamiento de 1975 del creador italiano más que en algunos momentos aislados. Puede ser un buen complemento histórico a la misma filmografía de Pasolini, aunque apenas parcialmente, y como la muestra de que Ferrara rinde tributo a su cine, pero no es exactamente una película que satisfaga las ansias de conocimiento sobre aquel cine de los años 60 y 70 del pasado siglo.
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