Con sólo tres películas en su filmografía, J. C. Chador se ha convertido en un director muy a tener en cuenta. A su afiladísimo retrato de la crisis financiera, Margin Call, siguió una técnica y cinematográficamente atrevida aventura marítima, Cuando todo está perdido. Y ahora evidencia que lo mejor de su cine está en los entornos urbanos y de negocios que ya había mostrado en su primer filme. El año más violento, consagración de un cineasta que en realidad tampoco la necesitaba, es un poderoso thriller de corte setentero, por mucho que su historia se desarrolle a comienzos de los años 80. La película se mueve siempre entre esos dos elementos, la excepcional forma en la que Chador analizar la realidad económica y social, como ya había hecho de forma más contenida en cuanto a espacio y tiempo en Margin Call, y el sabor clásico que desprende el relato, desde su ritmo pausado, acelerado sólo cuando su atractiva historia lo exige, hasta el fantástico trabajo del reparto encabezado con brillantez por Oscar Isaac y Jessica Chastain.
Chador toma como referentes a cinestas como Sidney Pollack o Sidney Lumet, aunque marcando unas distancias que se agradecen para ser diferente y personal. Así, no es El año más violento una copia, ni siquiera un homenaje, al menos no en su corazón. Pero sí comparte el mismo sabor clásico y elegante que tenían las mejores películas de aquellos, lo que provoca que algo se mueva en el espectador más acostumbrado a este tipo de cine. Son películas, en realidad, que ya no se prodigan demasiado, pero que cada vez que asoman la cabeza merecen que se les preste una atención que, por desgracia, rara vez consiguen. Y es una pena, porque en un mundo contemporáneo en el que parece cada vez más necesario llamar la atención, lanzar propuestas radicalmente diferentes o apostar por una agresividad visual propia con límites más difusos, lo clásico siempre se demuestra eficaz. Chador es una mezcla de ambos cines, el del pasado, el que seguramente le forjó como espectador, y el que él mismo es capaz de hacer.
Y no es fácil llegar a tanto con un ritmo tan controlado, incluso lento, como el que exhibe El año más violento. Ojo, no hay que confundir calma con aburrimiento, porque si hay algo que no es este filme es aburrido. No hay ni una sola escena que suena a prescindible dentro de la historia de este emergente magnate neoyorquino de la gasolina que tiene que lidiar con las prácticas mafiosas de sus competidores y con sus arriesgadas apuestas económicas. Lo fascinante es la sensación de que estamos viendo un viaje decisivo, una prueba definitiva de ideales, y fascina cómo va proponiendo Chador en ese camino una serie de dilemas éticas y morales que dan una cobertura sensacional a la historia y al trabajo de Isaac. Destaca algo más Chastain, aunque precisamente es su ausencia durante un tramo largo de metraje lo que se puede considerar como el punto más débil de la película. El personaje, la historia, la misma película, merecían algo más de tiempo en pantalla, algo que podría haberse hecho porque sus 125 minutos no son nada exagerados.
Puede que sea un cine que ya no sea capaz de cautivar a las masas, y eso acaba resultando fatal en un negocio pensado para ganar dinero, pero tiene tanta categoría que siempre va a merece la pena reivindicarlo. Chador domina con firmeza todo lo que hay en la pantalla, con unos diálogos espléndidos y una caracterización formidable, con una puesta en escena tan cuidada para las conversaciones como las escenas más intensas (formidable la realista persecución que abre el último tramo del filme). Viendo los muchísimos méritos de El año más violento, y la exagerada evaluación de las algunas de las nominadas al Oscar de este año, da algo de lástima que no se empiece ya a reconocer que Chador es un cineasta inteligente e interesante que, además, no da la impresión de haber rodado todavía su obra maestra. El año más violento no llega a serlo, pero no está tan lejos como puede indicar el olvido en que ha caído en los premios o incluso su tardío estreno en España.
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