La presencia de Pierce Brosnan en La conspiración de noviembre es, al mismo tiempo, lo mejor y lo peor de la última película de un Roger Donaldson cada vez más venido a menos. Es lo mejor porque su planta, después de habérsela prestado a James Bond durante tanto tiempo y sin que en realidad se haya hecho demasiado justicia con su gran aportación al personaje, sigue siendo extraordinaria para un espía. Pero precisamente por eso lo peor es verle metido en esta película, un absoluto galimatías que parte de una situación política sumamente interesante para perder todo aliciente en un desarrollo que roza con demasiada facilidad la torpeza y en la que el único propósito al final sea el de pegar tiros, sin importar quién muere, por qué y a qué bando pertenece. Eso acaba haciendo de este filme uno de espías de saldo en el que tanto da lo que suceda, porque lo único que convence es su actor protagonista.
El problema es que este tipo de cine cada vez presta menos atención al detalle, y eso acaba arruinando el resultado final casi siempre. Sólo hay interés en lograr que un rostro famoso preste su nombre para que el cartel atraiga al público, colocar a una actriz guapa que pierda buena parte de su vestuario en alguna escena para cumplir con la cuota de pensamientos sexuales en el guionista, el director y probablemente en buena parte de los espectadores, y rodar con eficacia alguna escena de acción que luzca bien en el trailer. Se trata de embaucar previamente, pero por algún motivo el interés en el producto final es cada vez menor. Y eso se nota. En La conspiración de noviembre hay un uso lamentable del espacio y del tiempo, se descuidan los detalles, no importa demasiado que los personajes sean coherentes consigo mismos con tal de que las cosas se adaptan al plan y, lo que es triste en una película de acción, los bandos son totalmente inconsistentes.
Lástima que Donaldson haya caído en todos los clichés posibles del género, incluso encontrando nuevas formas de justificarse en las trampas que se hacen (atención a la niña de las fotos, un supuesto secreto que al principio parece como que no está y luego pasa tranquilamente al primer plano), porque la idea que sirve de base a la película es muy interesante, por el escenario político y de espías que plantea. Incluso el personaje de Pierce Brosnan, el agente Peter Deveraux, es bastante interesante (hasta una escena en la que destroza por completo su base emocional y psicológica con un comportamiento terriblemente difícil de explicar). Y hasta el prólogo, aún siendo fácilmente previsible, funciona como base del conflicto que se desata entre el protagonista y otro de los personajes. Los cimientos de la película no son malos, y la perspectiva de volver a ver a Brosnan como un espía que haga aflorar todos los buenos recuerdos de sus filmes de 007, ayudan a que se entre con placer a la historia. Pero la película arruina todas sus buenas posibilidades.
Los 100 minutos que siguen a ese prólogo van empeorando el resultado poco a poco, con giros argumentales descontrolados y a veces inverosímiles, casualidades excesivas, personajes que no responden a las expectativas generadas y a las posibilidades que tenían y, sobre todo, situaciones que son totalmente imposibles de creer, desde lo más mundano a lo más trascendental para la trama. Y lo peor de todo es que casi es mejor no detallar nada de todo esto para no arruinar las sorpresas que sólo interesarán a espectadores poco exigentes, porque quien sí guste del detalle en el cine de espías al que representa La conspiración de noviembre, se llevará tantas veces las manos a la cabeza que dejará de interesarle la presidencia rusa, el conflicto de Chechenia, por qué todo el mundo quiere localizar al personaje de Olga Kurylenko, el funcionamiento de la CIA o el manual del buen espía que parece desgranar Brosnan en sus conversaciones con el agente que interpreta Luke Bracey. En resumen, una pena.
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