Aunque apuntaba alto, no es Joy la mejor muestra reciente del cine de David O. Russell, y es una pena porque la historia que ha escogido para esta película le daba para hacer algo mucho más mágico, casi con alma de cuento y desde luego con mucho más espíritu del que finalmente ha puesto en la pantalla. Cuando acaban los 125 minutos que dura la película, la sensación que queda es la de haber visto una de esas historias de superación bonitas, entretenidas y correctas, pero en la que hay demasiadas lagunas como para dar el salto de calidad que sí dieron otros filmes del director, como El lado bueno de las cosas o la algo infravalorada por la crítica, que no por los premios, La gran estafa americana. Por momentos parece que sí va a crecer, sí va a asumir ese rol de fábula contemporánea que, en otros tiempos, tan bien se le dio a Frank Capra, pero el globo se desinfla bastante a poco que se piense detenidamente la película.
Joy es la historia de una joven de ese nombre que una vez convertida en madre de familia ve como todas sus aspiraciones de niña se han diluido en una vida llena de fracasos, decepciones y problemas. Divorciada, con dos hijos, con su ex marido viviendo en el sótano de su casa, con sus padres también divorciados y llevándose a la gresca, con un trabajo que no le gusta y con sus ambiciones infantiles de crear cosas hechas añicos por la realidad, hasta que esa misma realidad le obliga a abrir los ojos. Russell vuelca todo su esfuerzo en que la protagonista sea un personaje espléndido, y para ello vuelve a recurrir a su actriz fetiche, Jennifer Lawrence, que abandonando la cómoda apatía que despliega en los blockbusters, sea X-Men o Los juegos del hambre, recupera aquí las sensaciones que hacen de ella una actriz miy interesante. Lawrence ilumina la película y le da un nivel más alto del que en realidad ofrece.
Y es que, a pesar del buen material que hay en esa premisa, resulta difícil quitarse de encima la sensación de que hay muchas oportunidades perdidas en la película. Muchos de los personajes están como podrían no estar, o sus relaciones con Joy no están del todo exploradas. En ocasiones se duda hasta de que sean dos los hijos que tiene; otros como su madre, interpretada por Virginia Madsen, llevan la cinta a terrenos casi caricaturescos que no terminan de encajar con otros elementos del relato; algunos, como la mejor amiga de Joy, a la que pone rostro Dascha Polanco, parecen estar porque la realidad impone su presencia, pero sin que en la historia tenga un encaje natural. Quizá el hecho de basarse en una historia real hace que determinados personajes y giros del filme sean necesarios para que el guión tenga esa semejanza con la realidad, pero lo cierto es que hay demasiados elementos que acaban convertidos en trabas narrativas.
El caso es que por momentos funciona. El carisma que desprende Lawrence es una espléndida guía para poder disfrutar de la película, como también lo es el de Bradley Cooper, incluso el del no demasiado exigido Robert De Niro, pero la historia no termina de despegar nunca, y desemboca en lo que incluso parece un final tan previsible como apresurado. Joy no es la película que podría haber sido, no genera por ejemplo las toneladas de empatía que había en El lado bueno de las cosas, y con la blanda resolución de algunas tramas rebaja bastante sus pretensiones. No es que abrace el tono de cuento que por momentos requiere la historia, y que en realidad Russell rueda francamente bien, y eso rebaje el resultado final, no es eso. Es, simplemente, que no acierta imprimirle a todas esas buenas intenciones la intensidad emocional que necesitaba.
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