Genialidad y conocimiento tienen una relación compleja. La tienen cuando la obra resultante es poderosa pero, al mismo tiempo, exige un saber previo. The End of the Tour se enfrenta con ese dilema y sale victoriosa porque esquiva casi todos los problemas a los que hace frente. No obstante, sí se convierte en una película para iniciados. El filme de James Ponsoldt cuenta la entrevista de cinco días que un periodista de la revista Rolling Stone, David Lipsky (Jesse Eisenberg), le hizo al escritor David Foster Wallace (Jason Segel), basándose en el libro escrito por el propio Lipsky. Y sí, parece bastante vital para entender toda la dimensión de la película conocer a Wallace, más su personalidad que su obra, para alcanzar a comprender lo que propone Ponsoldt. De lo contrario, el espectador afronta un nuevo problema: la fascinación.
Ese es el tema fundamental de la película (ese y la soledad, como evidencia la secuencia que Ponsoldt se ha dejado tras una primera parte de los créditos finales), y es ahí donde la necesidad del director de esquivar un planteamiento demasiado explicativo topa con el desconocimiento del espectador medio. Wallace no es un tipo fascinante. Lo es su obra, y lo puede ser también el contraste entre la categoría que se le atribuye a sus libros y ensayos con su vida anodina y sencilla, pero él no lo es. Y la película no hace que Lipsky alcance tampoco esa categoría. De esa manera, The End of the Tour es una convivencia de cinco días, una conversación continua entre dos personajes que copan casi todo el metraje del filme entre ambos y que tienen mucho que contar pero sin perder un aire de cotidianidad que, precisamente, resta fascinación cinematográfica.
Ahí radica, por contradictorio que parezca, el mérito de Segel y Eisenberg, que sostienen con una exquisita maestría una película que descansa en ellos de forma casi exclusiva. Segel, que nos tiene acostumbrados a papeles de comedia, se mete en la piel de Wallace de una forma bestial, y aunque la película no termina de invitar a que se investigue sobre la figura del escritor, quizá demasiado vinculada a un interés norteamericano que Ponsoldt no se esfuerza en disimular, el intérprete sí consigue una acertadísima composición. Lo mismo sucede con Eisenberg, que confirma que es un actor capaz de cualquier cosa cuando se olvida de interpretarse a sí mismo y frena la incontenible velocidad de su verborrea para conseguir meterse en la piel de una persona normal. The End of the Tour son ellos, para bien o para mal.
Lo que está claro es que llevar a la pantalla el complejo universo intelectual de Wallace no sólo no es fácil sino que además presenta unos riesgos elitistas que el cine, probablemente, no se puede permitir. No, al menos, con una historia que se circunscribe a un periodo tan concreto. Ponsoldt sí se muestra hábil para que ese universo cerrado, apenas roto por un brevísimo prólogo y un muy inteligente montaje hacia el final del filme, funcione en sí mismo. Su problema está en que no es nada fácil inferir de lo que vemos lo que en realidad era Wallace. Incluso da la impresión de que la película crece cuando se introducen elementos distintos a los dos protagonistas, cuando más que una entrevista la historia se convierte en una lucha de envidias y recelos manifestados con sutileza. Lejos de ser una obra indiscutible, The End of the Tour sí consigue mantener el interés durante sus 106 minutos y destaca sobre todo por sus dos actores principales.
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