Los peores temores se hacen realidad en La quinta ola. No los de la invasión alienígena en cinco pasos que nos quiere contar J Blakeson, director de la curiosa La desaparición de Alice Creed, sino los de los que asumía que esta iba a ser la enésima intentona de crear una saga fantástico-juvenil basada en una nueva serie de libros y que iba a ser tan endeble como la amplísima mayoría de los títulos de este corte. El problema es el de siempre: una idea simpática, incluso atrevida, se da de bruces con una orquestación pobre, fallida, incluso estúpida por los errores en los que cae de forma inevitable. En esta ocasión se supone que son tres los libros de Rick Yancey en los que se basa, y visto el resultado del primer filme que se aproxima a su trilogía, casi mejor que sea la última, como le sucedió a La brújula dorada, Vampire Academy o Cazadores de sombras.
Esto, en realidad, es una moda. Y es una moda peligrosa. Le pasa incluso a las sagas juveniles de éxito, como Los juegos del hambre o Divergente. Películas de este corte se fabrican como churros. Se busca una novela maja, se compran los derechos, se escribe un guión que respete casi todo lo publicado, se coloca a una estrella más o menos conocida y a tirar millas. Eso es La quinta ola. Cuando uno de sus personajes dice en voz alta "un momento, esto no tiene sentido", casi parece que está lanzando una apelación directa al patio de butacas. Porque no, casi nada en La quinta ola tiene sentido. Se pueden aceptar los lugares comunes o que, como todas las de este género, sean previsibles en todos sus movimientos, hasta que Chlöe Grace Moretz luzca siempre estupenda en cada escena, como si no importaran sus heridas, sus caídas y hasta sus días sin dormir. Pero sí es exigible una mínima coherencia que desde luego no ofrece.
No basta pensar que estamos ante la primera parte de una trilogía y que las explicaciones ya llegarán. Es que no se ofrecen por vaguería, porque no hay intención de que el guión sea correcto y sensato, porque las normas no existen, no se crean y las pocas que hay no se respetan, porque en el fondo todo da igual mientras se ofrezca un ritmo alto que entretenga a un público objetivo juvenil y poco exigente. Y no. El cine juvenil no tiene porque ser estúpido. La quinta ola lo es. Y es una pena porque, con referentes clarísimos en todos sus niveles, sí que hay ideas interesantes. Pero un larguísimo prólogo (la explicación de las cuatro primeras olas, que en los años 80 se habrían condensado en una ajustada secuencia de cinco minutos para hacer una única película de toda esta trilogía de libros) y un insuficiente e inverosímil desarrollo terminan por acabar con la posibilidad de que salga un producto mínimamente entretenido para audiencias que siquiera piensen un poco.
Es una pena ver a una actriz tan interesante como Chlöe Grace Moretz metida en estas salsas. O ver que, al parecer, Hollywood sólo tiene un acomodo como este para Maria Bello. Incluso asumir que Liev Schreiber se limita a actuar con el piloto automático, ofreciendo su planta y poco más. Nada importa, sólo colocar a una serie de actores jóvenes (incluyendo a Maika Monroe, protagonista de la alabadísima It follows) en una situación apetecible. Lo demás, que caiga como caiga. Y no. No puede ser que Hollywood menosprecie de esta forma a una potencial audiencia que, probablemente, caerá en la tentación de pagar entradas, e incluso defenderá el producto. ¿Pero tanto cuesta poner un poco más de voluntad para que estas películas no están marcadas y lastradas por agujeros tan inmensos? Por desgracia, parece que sí. Y como se dice cada vez que un estudio apuesta por tratar de iniciar una franquicia de éxito de estas características, a esperar a la próxima. Que la habrá.
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