Hay subgéneros que parecen tener un encanto especial, se haga lo que se haga en y con ellos. El cine de periodistas es uno de ellos. Es un encanto clásico, pausado, inteligente, quizá por todo ello no apto para paladares que exijan una acción más contundente, un montaje más contemporáneo o personajes más extremos, pero para queiens gusten de esa manera de hacer cine sacada de otro tiempo cualquier revisión es interesante. Cuando se hace con tanta maestría como en Spotlight, es sencillamente una magnífica lección de cine. Eso es lo que consigue Tom McCarthy, quien, como en The Visitor, consigue que la fuerza emane tanto de la historia que tiene entre manos como de su gran capacidad para dirigir actores. McCarthy filma dos horas de puro cine, un contundente relato en el que nada sobra y nada falta y en el que sumerge con firmeza al espectador.
Spotlight es el nombre del grupo de investigación de The Boston Globe y la película sigue su trabajo para destapar la red con la que la Iglesia católica ocultó los abusos a menores de diferentes curas. Solventando todos los posibles problemas, el tratamiento que le da el filme está a la altura de tan delicado tema. Qué fácil habría sido caer en trampas morales y maniqueísmos y, sin embargo, la película no tiene nada que envidiar a grandes clásicos de este subgénero como Todos los hombres del presidente. Esto es periodismo, esto es cine, y la mezcla de ambos es impresionante. Lo que se muestra es sutil, porque, cumpliendo con una función de denuncia que probablemente le generará las suficientes antipatías como para no ser la película triunfadora en la temporada de premios, no se limita a explorar esa vía. Importa el mundo, pero importan los personajes.
Y los diálogos, insertados en una compleja pieza de relojería que avanza con tanta naturalidad como la vida misma. Hasta el encaje del 11-S en esta investigación, coincidieron en el tiempo, es formidable. Michael Keton y Mark Ruffalo parecen llevarse lo mejor del guión, claramente por encima de Rachel McAdams (su papel guarda ciertas similitudes con el que ya interpretó en la infravalorada La sombra del poder, donde ella estaba aún más impresionante) y Brian d'Arcy James, los otros dos integrantes del grupo Spotlight, con aportaciones maravillosas de otros espléndidos actores. Ojo al papel de Stanley Tucci (y a su última frase en la película, verdadero corazón de la historia y el momento más emotivo para quienes sientan el periodismo como algo importante y no como lo que, por desgracia, es ahora mismo en demasiados ámbitos), pero también al de Liev Schreiber, Billy Crudup o John Slattery.
La brutal y descarnada trascendencia que tiene Spotlight se ve al arranque de los créditos finales, cuando con un escalofrío se constata la escala de los abusos sexuales a menores de los que se habla en la película. La que tiene Spotlight como película se siente desde el principio, desde un impresionante prólogo, delicado y complejo, hasta que se llega al final, una memorable loa a la profesión periodística. Entre ambos instantes, dos horas de cine puro. Clásico, sí, y eso, por desgracia, probablemente limitará la fascinación que se pueda sentir por el filme de McCarthy. E incisivo, sin duda, y eso también, como cuenta el mismo filme, hará que sectores católicos la entiendan como un ataque. No lo es. Es un maravilloso canto a la verdad, la que se abre camino cuando la integridad se pone por encima de la conveniencia o la dejadez. Eso es Spotlight, una auténtica maravilla que se ha ganado el derecho a perdurar.
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