Por mucho que la sociedad evolucione y avance en su descreimiento, el cuento de hadas tiene un encanto infalible. Por eso es un género que se adapta a diferentes tonos y sensibilidades, que puede parecer clásico o moderno, para niños o para todos los públicos, más divertido o más serio. La irreverente musicalidad de Into the Woods es por eso la enésima demostración de que el cuento de hadas no puede morir. Es fácil pensar que los méritos de la película proceden del musical de Broadway de Stephen Sondheim por mucho que Chicago o Nine ya hubieran puesto sobre la mesa las irregulares habilidades de Rob Marshall para el género, pero viendo la fantástica inmersión en el mundo de fábula que se consigue con lo que aparece en la pantalla y con el formidable trabajo del reparto, es imposible no disfrutar de un filme que quizá como único defecto tenga una excesiva duración, especialmente en el tercio final, el más oscuro y menos divertido que llega justo detrás de una escena que tiene sabor a final. Pero, en todo caso, es un musical muy apreciable.
Si el cuento de hadas es inmortal, también hay que decir que el sello perfecto para que alcance su máxima expresión es el de Disney. Puede parecer intrascendente para el disfrute de la película, pero ver el logotipo de Disney al comienzo es la mejor manera de sentirse transportada al mundo que propone Marshall, uno en el que la magia, la fantasía y la diversión están prácticamente garantizados. Into the woods esquiva además con facilidad los posibles elementos repetitivos con películas relativamente recientes, como Caperucita Roja, Enredados o Jack, el caza gigantes, títulos que tratan las mismas fábulas que aparecen aquí, y no sólo por el hecho de que la película sea un musical sino también el tono escogido y por el buen uso de las elipsis, imprescindibles en Broadway por una cuestión de espacio pero aquí muy bien llevadas para que contribuyan al sano humor que desprende el filme.
Con el formidable despliegue visual que tiene la película y una música con la garantía de su funcionamiento en el teatro, a Marshall le quedaba un elemento final para redondear su película: el reparto. Esta es una de esas películas en las que la diversión tiene que ser de doble vía, el público ha de disfrutar pero también el reparto. Por eso funciona tan bien Into the Woods. Lo fácil es quedarse con Meryl Streep (sorprendemente nominada al Oscar por este papel), pero con diferencia el mejor trabajo es el de Emily Blunt, una actriz formidablemente dotada para la comedia que tiene algunos de los mejores momentos de la cinta, incluyendo su última canción en solitaria. Pero también destaca un divertidísimo James Corden dando vida al panadero o Anna Kendrick haciendo de Cenicienta a la carrera cantando sus dudas desde la escalinata del castillo. Eso sí, con diferencia, el mejor momento de la película es el dúo que se marcan los dos príncipes, Chris Pine y Billy Magnussen, absolutamente delirante y delicioso.
Esa escena es la mejor muestra de la divertida irreverencia que tiene Into the Woods, nada demasiado exagerado como para que no la pueda disfrutar un público de todas las edades pero con la sutileza necesaria para que haya algo más que fantasía y música. De hecho, la cinta funciona mejor cuanto más humor de ese tipo hay, como en las reacciones del panadero ante las apariciones de la bruja o la brutal sinceridad de Caperucita (enorme acierto de casting el de la joven debutante Lilla Crawford), y seguramente por eso es el tercio final lo que más largo se hace, porque al margen del mencionado número musical de Blunt es el tramo menos divertido, el más oscuro y el que se hace más largo. Son detalles menores para una película que funciona como un reloj para lo que quiere ser, desde el espectacular despliegue musical del primer número para presentar a todos los personajes hasta la formidable adaptación de las historias para que todas desemboquen en el escenario perfecto del cuento, el bosque, un sitio en el que todo es posible.
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