Hay un adjetivo bastante inaplicable a las películas pero que se utiliza mucho, que es el de "innecesaria", sobre todo cuando sirve para calificar remakes y nuevas versiones. Las películas pueden ser necesarias por su audacia, por su temática, por sus reivindicaciones. ¿Pero innecesarias? Difícil de ver. En todo caso, si se pudiera aplicar ese adjetivo de verdad, esta nueva versión de Annie lo merecería. No es que sea una mala película, es difícil pensar que se ha pasado un mal rato si se acepta su tono sobradamente conocido de musical y si se aborda con un espíritu libre y nada decidido a despedazar la película, pero es un filme que obliga necesariamente al espectador a pensar en versiones anteriores, teatrales si las ha visto y cinematográficas, las de John Huston de 1982 y la de Rob Marshall de 1999. Y es que al final queda la sensación de que la única razón para hacer esta película ha sido la de esa corrección política tan extendida en Hollywood de dar el protagonismo a actores de raza negra en historias que siempre han protagonizado actores blancos. ¿Eso es necesario? No, probablemente no.
En realidad, no hay mucho que reprocharle a Annie porque para bien o para mal es exactamente lo que quiere ser, una actualización de un musical que originalmente acontecía en los años 30 del siglo XX, con un cambio de raza de los protagonistas, buen rollo reinante a lo largo de todo el metraje y el final fácil y feliz que todo el mundo espera, con mínimo riesgo y probablemente con mucha más diversión en el plató que en el patio de butacas. Con todo, y a pesar de las ganas de crear un Annie en un mundo lleno de tecnología, la actualización que más chirría es la musical, con unas versiones de las populares canciones de la obra de Broadway que no terminan de encandilar como debieran y que encuentran escenarios un tanto restringidos (hasta el interior de un helicóptero) como para que brillen por sí solos. Y eso que la película arranca con la simpatía de convertir su entorno urbano neoyorquino en parte integral de la música, pero poco a poco va adoptando un tono no demasiado acertado.
Tampoco ayuda demasiado el reparto. Efectivamente, los actores se lo han debido de pasar genial durante el rodaje. Annie es una de esas películas light en todo y bonitas en su corazón que, con el añadido del musical, se llevan francamente bien desde el set de rodaje, o al menos así lo parece. Pero a este lado de la pantalla todo es menos bonito. Quizá el gran problema es que Quvenzhané Wallis, la alabadísima (quizá en exceso) actriz juvenil de Bestias del sur salvaje, no parece la adecuada para llevar adelante la película. Sí, es una niña adorable, pero no termina de hacer suyo el personaje de Annie. Jamie Foxx tampoco termina de contribuir demasiado, y Cameron Díaz lleva demasiado tiempo en una fase histriónica, exagerada y a ratos insoportable que hace de ella, literalmente, lo peor de Annie. Eso deja todo lo bueno del reparto en manos de Rose Byrne, una actriz que por desgracia pasa demasiado desapercibida para lo elegante, divertida y eficaz que suele ser siempre. Su personaje es, de largo, el más auténtico de toda la película.
Annie probablemente no defraudará a quienes busquen un musical con el que, simplemente, puedan pasar un rato agradable, pero hasta ahí llega el alcance de la película. No es la mejor versión posible, no acierta con las modificaciones que introduce (y no necesariamente por trasladar la acción hasta nuestros días), no resulta creíble prácticamente en ningún momento y lo mejor, de largo, son las bromas internas que disemina por la película, pasando por un par de cameos apreciables (uno de ellos se prolonga hasta un chiste al final de los títulos de crédito que tampoco va a cambiar la vida de nadie) y unos cuantos chistes en los que Hollywood es protagonista (y sí, George Clooney es mencionado en uno). Cine familiar sin demasiadas pretensiones, con pocos aciertos y una duración excesiva (ronda las dos horas) para lo poco que realmente está contando y las escasas sorpresas agradables que contiene el filme.
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